Simón escribe sobre su familia, sobre sus correrías de niña, los vínculos con sus primos, las risas con sus abuelos, el amor y el apego a los suyos. Teje una telaraña de recuerdos, vivencias y retazos de escenas que conforman el puzle de su idiosincrasia. El nombre del primer capítulo, así como la frase con la que arranca este Feria (título que alude a su familia feriante, así como a una sociedad que, según ella, se ha convertido en una feria por el consumo de masas y la gentrificación) es una auténtica declaración de intenciones: "Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad".

Asegura que cuando comenta esa frase en alto siempre hay alguien que le pone mala cara, pero, lo cierto es que ella (generación millennial) ha podido irse de Erasmus. Pero, añade la autora, "nuestros padres a nuestra edad tenían niños, un adosado e hipoteca y hasta una Thermomix". Frase con la que avanza algunos debates clave que puede suscitar la lectura de su libro: ¿qué entendemos por familia?, ¿qué sinergias se esconden detrás del viejo concepto familiar?, ¿quién tiene los privilegios?, ¿por qué la izquierda no habla de familias?, ¿es la familia un significante que ha ganado la derecha?

La narradora de 'Feria' afirma: "Cuando lo digo la gente piensa que soy gilipollas y pienso yo: tienes 32 años, cobras mil euros al mes, compartes piso y las muchas cosas que tienes que hacer antes de supuestamente asentarte son ahorrar durante un año para irte a Tailandia, comerte una pastilla y hacer arrumacos a tus colegas". Simón prosigue relatando cómo la generación de sus padres se casó joven, se metieron en hipotecas y tuvieron hijos por lo que se ha convenido en llamar "imperativo social". La pregunta que sobrevuela en su relato es: ¿No será que vivimos otro imperativo social basado en el desapego, en los vínculos inestables, en la precariedad material porque en realidad no podemos ser propietarios, basado también en posponer o incluso en no tener deseos de criar? Simón es una gran lanzadora de temas, pero también de reflexiones cerradas, y envuelve en anecdotario popular sus preceptos políticos. 

David Becerra es profesor de literatura española en la Universidad Autónoma de Madrid: "Ningún texto, sea literario o no, es inocente. Todo texto responde a una visión del mundo, que es siempre ideológica. Lo que sucede es que la ideología no es un discurso puro y limpio, totalmente homogéneo, sino que es una acumulación de contradicciones. Por eso un texto puede contener a la vez elementos que podrían tildarse de reaccionarios y otros de los que posiblemente podría emerger un nuevo mundo. Leer la ideología del texto es leer a través de los huecos que dejan esas contradicciones. El sentido del texto no se haya en un lado u otro de la contradicción, sino en el espacio que se encuentra entre ellas". 

Al descontento social, a lo que ella considera logros antropológicos del liberalismo, incluso a los valores que podrían estar asociados al capital, ella (y para ella) propone una huida hacia atrás, hacia la mirada y la filosofía de nuestros abuelos, hacia el medio rural y el pueblo: "Yo que había decidido vivir en un parque temático, yo que había creído que trabajar de lo mío desde los veintipocos aunque fuera por mil euros era un triunfo, yo que había pensado que tener hijos joven era de pobres porque mis padres lo eran. (…) Igual me da envidia la vida que tenían mis padres con mi edad porque a veces, sin casa y sin hijos (…) como consecuencia de no tener horizonte mucho más que incertidumbre, daría mi minúsculo reino, mi estantería del Ikea y mi móvil, por una definición concisa, concreta y realista de eso que llamaban, de eso que llaman progreso". 

La escritora es licenciada en periodismo y ha trabajado en VICE y en Playz de RTVE, su madre y su padre fueron carteros, su familia paterna es extensa, divertida y unida como un clan, y su familia materna, trabajadora itinerante de ferias. Volvemos al libro: "Tardé más de 20 años en decir que mis abuelos eran feriantes. También tardé 20 años en dejar de avergonzarme de que a Ana Mari (mi madre) le gustara el flamenco y el flamenquito". Encontramos en Feria una voz con fuerte componente de clase, con ideas tajantes sobre la élite cultural clasista, sobre la mirada distante y soberbia hacia la clase trabajadora, sobre la explotación, la precariedad y sobre un mundo (que ella conoce bien) de fuegos artificiales y purpurina. También una niña educada en el ateísmo, que a partir de los nueve años se escondía para ir a misa y convenció a sus padres para bautizarse y hacer la comunión. 

Una voz que sin complejos pugna con los feminismos: "Igual nos habíamos igualado por el lado malo. Yo quería ser un poco mujer florero. Creo que en realidad no quería decir mujer florero, sino ama de casa (…). Si estábamos intentando derruir el mito del amor romántico (…) no era porque fuera dañino, no lo negábamos tampoco, todo tiene sus cosas, sino porque éramos y somos mediocres y a los mediocres no les gusta intuir nada que aspire a lo sublime o a lo épico".

O, sin esconderse y en varias partes del libro, ensalza el trabajo reproductivo y el trabajo en el hogar como el gran cometido de las mujeres: "Pensábamos en la posibilidad de que toda mujer ame a un fascista como escribió Sylvia Plath, quien también se preguntaba si no era mejor abandonarse a los fáciles ciclos de la reproducción y la presencia cómoda y tranquilizadora de un hombre en casa". Sobre lo que se considera nueva masculinidad también lanza dardos parafraseando al Fary y su discurso anti el hombre blandengue. "La mujer es granujilla y se aprovecha del hombre blandengue. No sé si se aprovecha o se aburre, y entonces, le da capones y todo. Por eso digo que el hombre tiene que estar en su sitio y la mujer en el suyo, no cabe duda", decía el cantante.

Lo que es incuestionable son las lecturas divergentes de Feria. Nos cuenta el profesor David Becerra: "Hay quien clasifica Feria como una novela reaccionaria, nostálgica, que idealiza un tiempo, un espacio y una forma de vida sin atender a lo conflictivo de esas vidas (es decir, despolitizándolas), pero también hay quien la lee como una novela que puede recoger las demandas de aquella juventud sin futuro que ocupó las plazas en 2011, y que reivindicaba la posibilidad de construir una narrativa estable de vida, frente a la inestabilidad de las vidas insertas en la lógica neoliberal".

Para David Becerra, lo interesante es ver cómo se anuncian las contradicciones y cómo estas contradicciones nos hablan de la sociedad en la que vivimos. "La contradicción como síntoma de un malestar que nos puede conducir a imaginar políticas emancipadoras que nos liberen de la inestabilidad neoliberal, o a refugiarnos en unos ideales que a la postre tienen poco de ideal y mucho de problemático", afirma. Unos ideales que podrían coquetear o lindar con postulados próximos al neofascismo, por ejemplo.  

En el libro, Simón ensalza la figura de Ramiro Ledesma, pieza clave en la construcción intelectual del fascismo. En una carta a su futuro hijo, le explica que "casi nadie entendió el Quijote" pero que hubo "uno que sí lo hizo": "el joven Ramiro, que por gracia de Ortega se enamoró de su fulgor y su brío y quiso requijotar España, pero sus esfuerzos fueron en vano". En otro momento del libro, la escritora relata cómo en primero de ESO se aprendió Primavera, uno de los himnos de la División Azul, porque una amiga suya le ponía en su MP3 la versión del grupo de rock 'patriótico' Estirpe Imperial. A partir de ahí relata los debates con su padre sobre el concepto de patria y su pregunta de "por qué los comunistas no podían decir patria sin sonrojarse directamente".

Feria abre debates, y eso significa que todavía la literatura nos conmueve, nos turba, nos apasiona, nos saca de los espacios de confort. Ahora bien, a veces las novelas que generan debates lo hacen porque captan un problema compartido por el grueso de la sociedad y, como los cuentos folklóricos, ofrecen una guía para resolver simbólicamente ese problema de forma ordenada, sin poner en cuestión la causa que lo produce. Según David Becerra, Feria capta muy bien el malestar de esa juventud sin futuro que no puede estabilizarse, pero la solución, volver al pueblo (a la tradición, la crianza, la costumbre) es una forma de desplazar el problema. "Ofrece una salida individual que en absoluto sirve para imaginar otras formas de organizar la sociedad en un sentido colectivo de emancipación. De esta forma, creo que Feria capta el problema pero neutraliza su potencial político por medio de esa salida individual en falso que presenta".