El título llega a las librerías meses después del triunfo de la serie documental de Netflix Supongamos que Nueva York es una ciudad dirigida por Martin Scorsese. No es la primera vez que la intelectual aparece en una película del director: en 2010 rodaron un documental similar para HBO titulado Public speaking,' y en 2013 interpretó el papel de jueza en el filme del cineasta El lobo de Wall Street. Un rol que también ha desarrollado en Ley y Orden, posiblemente una de las series con más cameos de la historia. Pero pese a esas apariciones en pantalla, la humorista no era demasiado conocida en España hasta ahora.

Ana Estevan, editora de ficción extranjera en Tusquets Editores, explica a elDiario.es que el estreno de Supongamos que Nueva York es una ciudad les ha servido de detonante para reeditar sus textos en un solo volumen en la colección Andanzas. “Hace unos años ya nos planteamos la posibilidad de reeditar los dos títulos, que habíamos publicado por separado en los años ochenta. Pero muy pocos conocían a Fran Lebowitz. Sólo algunos iniciados, que presumieron de tener esos viejos ejemplares en cuanto se empezó a hablar de ella”, asiente.

Estevan augura que: “Quienes hayan disfrutado de la personalidad arrolladora de esta mujer de ingenio veloz, y de inteligencia indómita y divertidísima, van a darse un festín con la lectura de sus textos”. Es bastante probable que el lector o lectora sustituya por las propias las carcajadas imparables de Scorsese que funcionan casi como banda sonora en la serie. Las observaciones que Lebowitz suelta a lo largo de esos capítulos de media hora de duración no difieren demasiado de las que se pueden encontrar en el libro. A pocas personas les sienta tan bien el dicho ‘genio y figura hasta la sepultura’.

Algunos de los artículos que se reúnen en el volumen se publicaron entre los años 70 y los 90 en revistas como Interview, la revista fundada por Andy Warhol, y en Mademoiselle, la publicación en la que trabajó Silvia Plath durante un verano y en la que después se basó para escribir La campana de cristal. Además, Tusquets indica que Un día cualquiera: introducción a varios temas "se publicó en el Vogue británico en una versión muy distinta a esta”. Warhol es solo uno de los muchos famosos con los que se ha codeado Lebowitz a lo largo de su vida en Nueva York, que comenzó a los 18 años cuando se mudó desde Nueva Jersey después de que la expulsaran del instituto. Era 1970 y la ciudad tenía poco que ver con lo que es ahora.

Perezosa para levantarse por las mañanas – “No por mucho madrugar escribes más temprano”, dice en el libro– su ámbito habitual era la noche. “21:30. Salgo a cenar con un grupo de gente entre la que se encuentran dos modelos, un fotógrafo de moda, el representante de un fotógrafo de moda y un director artístico. Me paso casi todo el rato con el director artístico —atraída hacia él en gran medida porque es quien conoce más palabras (...) 2:05. Vuelvo a mi apartamento y me dispongo a trabajar”, explica en el primer texto, el mencionado Un día cualquiera, prácticamente una declaración de intenciones y una descripción de su manera de ser. Ha sido amiga, entre otros muchos nombres famosos, del problemático músico de jazz Charles Mingus y de la escritora Toni Morrison, frecuentó la mítica discoteca Studio 54 y fue asidua a los conciertos del grupo New York Dolls.

Tuvo múltiples trabajos hasta que consiguió vivir del humor, entre los que siempre se destaca el de taxista quizá porque no era propio de una mujer –lo cuenta en el documental de Scorsese que, por supuesto, también es su amigo–. Nunca le gustó trabajar, ni siquiera de escritora, actividad que apreció hasta que se convirtió en su profesión, aunque es consciente de que hay tareas peores que otras.

“No es cierto que cualquier trabajo sea digno de por sí. Hay, sin lugar a dudas, trabajos que son mejores que otros. No resulta difícil diferenciar los trabajos buenos de los malos. La gente que tiene buenos trabajos es feliz, rica, y va bien vestida. La gente que tiene malos trabajos es desgraciada, pobre y utiliza aditivos cárnicos. Quienes busquen la dignidad en un trabajo que los obligue a inflar las hamburguesas seguro que se sienten muy decepcionados, y sienten que no se están portando bien”, asegura en Modales, artículo en el que también se incluye su famosa recomendación: “Si usted siente una urgente y devoradora necesidad de escribir o pintar, limítese a comer algo dulce y verá como ese sentimiento se le pasa. La historia de su vida no sirve para hacer un buen libro. Ni lo intente siquiera”.

Sus escritos se basan principalmente en observaciones mordaces y divertidas de la realidad, puede que irritantes para algunas personas sensibles a los temas a los que se refiere: “Ser mujer solo interesa si se aspira a ser un transexual masculino”, “La ensalada no es un plato, es un estilo”, “Los vegetales son interesantes, pero carecen de sentido cuando no van acompañados de un buen trozo de carne”, “Esto no quiere decir que [la democracia] no tenga también sus inconvenientes: el principal radica en esa deplorable tendencia a hacer creer a la gente que todos los hombres han sido creados iguales”.

Pero según la opinión de Esteve resulta imposible incomodarse “cuando se sabe que su encanto reside precisamente en que no quiere ser políticamente correcta, seguir moda alguna ni agradar a ningún colectivo. Precisamente ahora, sus opiniones (sobre temas que siguen siendo actuales) parecen más frescas, provocadoras, desinhibidas… y llenas de sentido común. Como la propia autora ha comentado, es posible que Nueva York, o la situación política mundial, hayan cambiado, pero no sus ideas, que responden a su peculiar visión de las cosas”. 

Lebowitz Tiene 70 años y sigue siendo una flâneuse por las calles de Manhattan que observa al detalle todo lo que ocurre a su alrededor y cuestiona los cambios de la ciudad de la que no se va ni en vacaciones. Como le cuenta a Scorsese en la serie de Netflix, se ha hipotecado por una cantidad absurda de dinero para tener un piso en el que quepa su biblioteca de más de 10.000 libros después de décadas pagando alquileres abusivos, un tema que por supuesto trata en sus artículos.

El capítulo Diario de una caza-apartamentos en Nueva York es uno de los más agudos y a la vez vigentes en la actualidad. “Mire, estoy cansada de comer en la cama —replicó—. En un apartamento de una sola pieza y renta controlada en un suburbio estoy dispuesta a comer en la cama. En un apartamento espacioso y de alquiler elevado quiero comer en una mesa. Llámeme tonta, llámeme caprichosa, pero así es como soy”, le contesta a un agente inmobiliario, mientras que otro: “Me colgó, sin darme tiempo a contestarle que, si quería saber la verdad, por mil cuatrocientos dólares al mes esperaba el Palacio de Invierno, y amueblado. Por no decir con servicio completo”. 

Del Nueva York peligroso pero divertido que conoció Lebowitz al llegar queda poco pero, aunque crítica muchas de las decisiones que han tomado los sucesivos alcaldes de la ciudad (las tumbonas en Times Square, por ejemplo), rechaza la idealización del pasado. Como declaró en The New Yorker al respecto de Giuliani, regidor responsable de la ‘limpieza’ de la ciudad a mediados de los 90: “Giuliani fue la primera persona que recuerdo que inició este tipo de política venenosa de la nostalgia, que en realidad es racismo en su esencia. Cuando se postuló para alcalde por primera vez, yo no paraba de decirle a la gente: "¿Estáis viendo estos anuncios de Giuliani, que básicamente dicen: 'Voten por mí y volveremos a 1950?" Lo odiaba como alcalde”.

Su ingenio y su falta de miedo a la hora de expresar sus opiniones es lo que ha hecho sobrevivir sin escribir durante 40 años. Su ocupación principal –pese a que siga siendo considerada como escritora– ha sido hablar. Con sus shows en directo, apariciones en programas de televisión o conferencias en actos variopintos se ha mantenido en el candelero hasta ahora y, de hecho, ha alcanzado el estatus de icono. Al fin y al cabo, no es tan fácil conservar una personalidad arrolladora ni dejar consejos para la posteridad como este: “Piensa antes de hablar. Lee antes de pensar”. Imposible que deje de tener validez.