Sigue haciendo gala de una lengua punzante, pero la dirige hacia el mismo blanco que su última novela: Hollywood, las cloacas de Los Ángeles y un star system putrefacto. "Quería cagarme en Hollywood porque sigue siendo un lugar de depravados", asegura.

Pánico es la tercera novela del Segundo Cuarteto de Los Angeles, y la continuación de Perfidia (2014) y La tormenta (2019). A diferencia de las anteriores, aquí la trama política se desvanece para rendir cuentas con un Hollywood al que nunca ha soportado.

Lo hace a través de Freddy Ottash, un detective, sicario y proxeneta de los años 50 que extorsionó a actores y políticos a cambio de no publicar sus secretos sexuales de la revista Confidential. "Una hiena que tuvo al Hollywood dorado y a los políticos de la época agarrados por los huevos", describe el autor. Es la primera vez que el protagonista es alguien real, pero Ellroy deja claro que esto no le causa ningún pudor.

"Era un tonto y todo en lo que creía era equivocado. No tenía ningún encanto", explica. Cuenta que se conocieron en 1989 y que negoció con él para que le contara los trapos sucios de Los Ángeles y convertirle en el héroe de una de sus novelas más famosas: American Tabloid. "Pero no me fiaba de que mantuviera la boca cerrada, así que le despedí y poco después se murió. Fíjate, le hubiera podido usar gratis y haber dicho lo que me hubiera dado la gana de él", asegura el autor. Quizá a modo de venganza, en Pánico dibuja un Freddy Otash "ridículo y cómico".

"En mis novelas he perseguido la idea del hombre solitario y aislado, como él. Todas las mujeres deben saber esto: el rasgo fundamental del aislamiento masculino es la autocompasión. Otash es una persona absurda y probablemente sea el hombre al que más mujeres han odiado. Incluso más que a mí", describe Ellroy. Sin embargo, reconoce que ambos tienen muchas cosas en común: "Él era un perro pervertido, yo soy un perro diabólico (ladra). Los dos somos voyeurs y anticomunistas. Me divierte desvelar cosas. Bueno, yo soy Freddy".

Las cosas a las que se refiere son los secretos más tórridos del Hollywood de los 40 y los 50, "el lugar más extraordinariamente pervertido y cosméticamente moralista de la puta viña del Señor". Marilyn Monroe, Rock Hudson, Montgomery Cliff, John Wayne, Elizabeth Taylor y Elia Kazan salen retratados por sus adicciones, ninfomanía, identidades sexuales dentro del armario o impulsos agresivos. El único que recibe un papel principal en Pánico es James Dean, pero no por admiración.

"Hay figuras culturales, como James Dean, que son realmente repugnantes. Natalie Wood, Sam Mineo, Nicholas Ray y Rebelde sin causa son malo, malo, malo [en español]. Ridiculizo a esta película. Ridiculizo la cultura juvenil. Ridiculizo las historias de amor de la izquierda militante. Ridiculizo la sacrosanta naturaleza de la cultura fílmica en Los Ángeles. Y lo hago porque soy de allí", explica. Respecto al joven actor caído en desgracia solo tiene palabras de desprecio recitadas a modo de aliteración y de metralleta, como en su prosa: "Era un actor terrible. Un plasta desde cualquier punto de vista. Era pesadísimo trabajar con él. Era muy limitado. Iba a bares de gays y dejaba que los hombres apagaran sus colillas sobre él. Era un masoquista. Un pervertido, un grandilocuente, una farsa".

El autor de L.A. Confidential y La dalia negra mantiene esa animadversión hacia la llamada "fábrica de los sueños", que él pinta como un lugar de pesadilla. Ha criticado abiertamente las adaptaciones modernas de sus novelas y sostiene que "el 99,9% de las películas que se hacen allí son muy malas". "Pero me dieron pasta y eso está de puta madre", reconoce.

James Ellroy es un hombre del pasado reciente. Es una época que conoce al dedillo y en la que decidió instalarse cuando comenzó a escribir. Por norma no comenta nada que se salga del período de 1941 y 1972, el que abarcan sus obras. "No tengo televisión, ni ordenador, ni teléfono, ni leo periódicos. Solo veo el boxeo y leo literatura antigua", asegura. Pero en ocasiones, si la conversación es distendida, consiente en aflojar la regla de no hablar de política, sobre todo al presentarse luciendo un pin con la bandera ucraniana.

"Es de Ucrania, sí, la gente me cuenta cosas, así que les di dinero y me mandaron este pin. Me gusta, le pega muy bien a mi camisa", bromea, negando que sea una declaración de intenciones. Al final cede: "Recuerda que nací en el 48 y que por consiguiente odio a los rusos". Sonríe, pero no está de guasa. Aunque sus novelas se sitúen en escenarios históricos muy limitados, le permiten exhibir una ideología abiertamente anticomunista.

"Mi opinión política no es asunto de nadie, no soy embajador de nada. Mi ideología está muy influenciada por mis creencias religiosas. Pero traerla al presente saca de contexto mis libros y los recontemporiza. Yo vivo en una mentalidad del pasado", afirma, por eso no tiene problemas en defender algunas de las actividades de la época del macartismo, aunque no las más ligadas con el senador. "El llamado Terror Rojo se relaciona sobre todo con el senador McCarthy, pero la mayor parte de los comités gubernamentales, como el Comité contra las Actividades Antiamericanas, eran honorables", expresa. Aun así, este último estuvo involucrado en las listas negras de Hollywood.

James Ellroy reconoce que eligió esa horquilla temporal para "reescribir la historia" de acuerdo con sus "propios criterios". "Me gusta coger personajes reales y otros ficcionados y desgarrarte el corazón. Veo la belleza de la Historia como un estado que se anhela", reconoce, aunque advierte que sus libros no son tomos académicos.

"Tengo una asistente que me ayuda con la documentación, me da ciertos datos, no muchos, los suficientes para poder inventar sobre ello y hacer que te lo creas", explica, y lo ejemplifica con una anécdota: "Hace diez años un escritor me dijo que Obama era gay. Podía habérmelo creído o no, pero decidí creérmelo. Sonaba bien", dice con sorna.

Donde no se percibe la línea entre la ficción y la realidad es en sus memorias. Todos los miramientos que James Ellroy tiene a la hora de posicionarse políticamente desaparecen cuando habla de su vida personal. Es de sobra conocido el asesinato de su madre a manos de un desconocido por el que se inició en la novela negra y en los infiernos: la cárcel, las drogas y el allanamiento de morada para robar bragas de mujeres. Siempre ha respondido largo y tendido al respecto. Ha llegado a admitir que soñaba lascivamente con el cadáver de su madre en una cuneta. También escribió una autobiografía incluyendo recuerdos oscuros de ella y de otras mujeres de su vida: "Ahora me avergüenzan. Echo la vista atrás y creo que lo exageré. Ningún hombre, mujer o ser humano puede coger un hecho traumático y basar toda su vida en eso. Y yo lo hice".