Restaurantes con su cocina de gas y sus mesas; barbería; una tiendita como la de cualquier barrio, en cuyo exterior, un pasillo largo, colgaba un pequeño cartel publicitario de Porta, entonces una de las tres compañías que ofrecían servicios de telefonía móvil en el país. No había duda, ahí se vendían, con anuncio y todo, tarjetas de prepago. Como periodista en contacto con presos más sospechosos de ser inocentes y víctimas de un sistema corrupto que culpables, era algo que agradecía, aunque no dejaba de sorprenderme: podía saber qué ocurría en cada momento dentro de la cárcel, solo dependía de que el detenido tuviera saldo en su celular.