Era 1965. Días antes de su dieciocho cumpleaños, Filippo Melodia entró junto a un grupo de amigos en la casa de Franca, le pegaron una paliza a su madre y se llevaron a la joven a una cabaña de las afueras de la ciudad. La violó repetidamente durante una semana. Antes de eso, su agresor había regresado hacía poco a Sicilia y se había encontrado con que Franca, que tiempo atrás le había rechazado por cometer varios robos, estaba prometida. Así que tramó un plan: si la violaba, podría casarse con ella. Una mujer que se negaba al matrimonio reparatorio se enfrentaba al juicio social, a la deshonra y a la vergüenza pública. Al violador, la ley le amparaba.

Pero esta vez fue diferente. "Antes de Franca Viola hubo muchas otras mujeres que se negaron a casarse con su agresor, pero solo su caso terminó con un juicio", dice Ardone en una conversación con elDiario.es. La razón es clara: Melodia era sobrino del mafioso Vincenzo Rimi. Su historia se hizo mediática porque el violador pertenecía a una de las mafias italianas, algo que condujo directamente al apoyo de la población y del Gobierno. "La historia de una mujer violada no era de interés. Lo que se hizo eco nacional fue que una mujer decía que no a la mafia". El hecho de que sin este condicionante político quizás las mujeres se hubieran visto obligadas a esperar varias décadas más para lograr lo que hoy parece irrebatible en la vulneración de su integridad, también es significativo. Y también forma parte de la historia.

"La mujer es como un cántaro: quien lo rompe se lo queda". Así comienza el relato en primera persona de una muchacha del sur de Italia a la que le "habría gustado más nacer hombre" como su hermano, dice, con el que no deja de encontrar, a lo largo de toda su infancia, la evidencia de dos vidas paralelas. Pero su realidad es otra. Una madre calabresa —del sudeste del país— que le niega los libros, el trabajo y la independencia; una religión que azota sus intentos de libertad; un pueblo que cuchichea y critica cualquiera de sus movimientos; un hombre que se obsesiona con ella y que termina por secuestrarla, humillarla y abusar de ella sexualmente para poder contraer matrimonio. No es la primera vez que se cuenta su historia. La película de Damiano Damiani La moglie più bella —traducida como Sola frente a la violencia—, el documental Processo per stupro —Proceso por violación— dirigido por Loredana Dordi o el cortometraje de Marta Savina Viola, Franca también lo hicieron. En La decisión, lo que Oliva se encuentra es el mundo. El mismo mundo que Franca Viola.

La protagonista se cría en una familia de agricultores. Se sabe al dedillo las normas no escritas respecto al cuerpo, al ser mujer y al estar o no estar callada: lo ve en sus compañeras de clase, en los padres, en los vecinos, en la educación, en la iglesia y en los rumores. Las ligeras ambiciones que Oliva en algún momento llega a tener se ven esfumadas de inmediato por las sentencias de una madre conflictiva y un entorno tradicional, espejo mismo de la fuerza patriarcal que engloba a la sociedad de la época. 

El padre, un hombre silencioso que no habla pero que tampoco calla del todo, parece ser cómplice de una mujer que empieza a no conformarse con nada. Advierte Ardone de la importancia de proponer desde la literatura "figuras masculinas positivas" que puedan servir siempre para la reflexión de las nuevas masculinidades. "No es un libro de las mujeres para las mujeres", opina la escritora: "El padre, el hermano y su amigo de la infancia" pueden ser personajes esclarecedores para muchos hombres, a los que Ardone asegura que el libro "les está gustando mucho". 

La cuestión de clase está de fondo. En una época en la que la conciencia política en las pequeñas regiones del sur del país era casi inexistente, la protagonista consigue acercarse a ella a través de Liliana, una amiga cuyo padre perteneció al Partido Comunista y que supondrá para Oliva el descubrimiento de una realidad posible, en la que las mujeres estudian y llegan a ser maestras, fotógrafas o políticas, y se casan con quien eligen. "Por un lado está la cuestión geográfica entre el norte y el sur: el sur era más tradicionalista, más católico y más patriarcal. Para una mujer, era difícil", comenta la escritora, "pero también está la cuestión de clase: en los ambientes sociales más elevados, las mujeres eran un poco más libres". La representación del personaje es doble.

Pero Oliva no es una luchadora. La importancia de retratar la figura de la protagonista —o de la misma Franca Viola— como una mujer 'normal' era clave para Ardone, porque colectiviza y demuestra que todas las mujeres "han sufrido alguna vez un abuso sexual" y porque justifica que no siempre todas tengan la fuerza, los recursos o la conciencia suficiente para llevar a cabo una lucha política.

"Los años sesenta en Italia fueron los años del bum económico, de la construcción, de la televisión. No era una época politizada, pero esas chicas ya empezaban a sentir que en sus vidas había algo que no funcionaba, que esa tradición no les valía. Eran feministas, pero no lo sabían". Lo que hace Oliva, tal y como resaltan desde la editorial, es "una revolución silenciosa para conquistar su derecho a tomar libremente la más difícil de las decisiones: qué hacer con el resto de su vida". 

Aunque la historia se ganó el interés público por su relación con la mafia y por el ansioso deseo social de erradicarla, poco a poco, explica la autora, también hizo que todo un país se replanteara el valor obsoleto de una ley profundamente machista como la del matrimonio reparatorio: aunque tardó veinte años, finalmente, se reformó el Código Penal. Franca Viola consiguió, por primera vez, que "los jueces sentenciaran una pena importante al violador": hasta entonces, las penas a los violadores eran "ridículas" e incluso "ofensivas para la víctima", pero Mediona fue condenado a 11 años de cárcel. Cumplió la condena entera.

Pero antes de llegar a eso, la víctima sufrió un calvario: la sociedad italiana se dividió entre quienes la apoyaban y quienes no. Muchos la tacharon de "desvergonzada" y juzgaron que "había sacado a relucir sus actos íntimos", explica la escritora. El periódico más importante de la época publicó un artículo con una foto de la víctima en el que "preguntaba a los chicos jóvenes si se casarían con esa mujer", comenta Ardone. "Unos respondían que sí porque se sentían modernos, y otros que no, porque ya no era virgen". Hoy, en Italia, Franca Viola es un símbolo de libertad.

Las que se negaron antes que ella son desconocidas. La autora habla sobre la dificultad de escribir sobre el abuso sexual y de investigar un tema "tan íntimo": decidió no contactar con las mujeres víctimas del matrimonio reparatorio por respeto, pero durante todo su proceso de escritura estuvo al tanto de "entrevistas con mujeres y hombres sicilianos de los años sesenta, entrevistas sobre el matrimonio, sobre la sexualidad, sobre la virginidad y sobre los campesinos", explica. "He leído la literatura de esa época y he visto las películas de esos años. Quería ver el mundo tal y como lo veía Oliva, no con la mirada de ahora". 

Y la experiencia tampoco es para menos. "He leído mucho, he estudiado, he investigado, pero sobre todo he buscado dentro de mí. Con 14 años viví una situación muy desagradable que no terminó en violencia, quizás porque tuve suerte, pero durante mucho tiempo después estuve convencida de que había sido por mi culpa. Necesité mucho tiempo para entender que no había hecho nada".

Lo que hace Ardone con La decisión es encontrar una clave "para hablar de ese dolor" y trasladar los hechos de unas mujeres "que ni siquiera tenían el vocabulario ni las palabras para contar lo que les había sucedido" a los suyos propios y a los de muchas más. “Creo que todas las mujeres se han encontrado, en algún momento de su vida, en una situación en la que podrían haber sido víctimas de una violencia. No solo las que lo han vivido: potencialmente, todas". Y eso también está dentro.