Los documentos con los que nace cada individuo, que aparecen espontáneamente en cualquier lugar, aclaran la fecha en que el ciclo vital terminará. Para unos es antes, para otros después, en esta decisión nadie interviene, solo el Azar. Ese es uno de los grandes misterios de la vida. La edad del recién nacido está en relación con sus límites, el del principio y el del final. Por ejemplo, una persona que haya nacido con cuarenta años de vida, después de su primer aniversario dirá que vive desde hace un año y le faltan treinta y nueve para su muerte.

A Miguel no le han visto todavía, el sepulturero es lento. Por lo que se ha hablado de él, parece que va a nacer bastante joven, la madre lo sabe y a duras penas contiene las lágrimas. Aparece el ataúd de madera que le contiene, en la profundidad de la zanja. Como es costumbre, con desgano y escasas fuerzas, los familiares arrojan un puñado de tierra como saludo al que va a nacer. Los padres lloran con amargura, una de las tías anima con tópicos a la madre.

–No importa cuál sea su vida, no durará siempre; al final tendrá como todos una muerte liberadora.

–Sé que mi pobre hijo nacerá de forma trágica –se queja transida la madre.

–No pienses ahora en eso –insiste la tía.

La madre se lamenta entre gemidos:

–Nacer tan joven... Miguel no hizo nunca mal a nadie.

Los hombres encargados del desentierro extraen con unas cuerdas el ataúd que contiene a Miguel: esta es la primera fase del alumbramiento. El cura termina la ceremonia con unas oraciones, deseándole felicidad en su futura vida, y los amigos de la familia cogen la caja sobre los hombros y la conducen hasta un coche funerario que a su vez la conducirá a su casa.

Los padres, unos tíos, Elena, futura amiga íntima y la persona que más sabe de las circunstancias de su nacimiento, así como algunos amigos de la familia, se dirigen en sus coches a la casa de los padres. Allí empiezan las despedidas, intentan animarlos y les ofrecen su ayuda para lo que sea. La madre los mira desorientada, no entiende a qué tipo de ayuda se refieren y ellos tampoco, pero es una fórmula que todos adoptan, como un ritual. Solo se queda en la casa Elena, la futura amiga, y la tía.

Los encargados de la funeraria depositan en la habitación la caja y la destapan. Ya es posible contemplar el cuerpo marmóreo y rígido de Miguel.

Llaman a la puerta, llega una señora que pide hablar con la madre...

–En estos momentos no puede atenderla –le dice Elena, que sale a recibirla.

–Me lo figuro –dice la señora–, le explicaré: tengo un apartamento para alquilar, últimamente estaba vacío y hoy, de repente, lo he encontrado lleno de libros, ropas y objetos, por sus características, pertenecientes a un hombre joven, he buscado la documentación y aquí la tengo, enseguida he supuesto que se trataba de un nacimiento. Viene la dirección de sus padres también. Si quiere usted venir a recoger algún traje o lo que necesiten...

–Imagino que, si todo lo que ha encontrado es de Miguel, él se irá a vivir allí. Recogeré solo algo de ropa. A ver, deme la documentación, porque puede tratarse de otro nacimiento.

Elena lee entero el documento.

–Sí, es este, en efecto, se llama Miguel. Si usted ha encontrado su habitación repentinamente ocupada debe de estar ya al nacer.

–Yo a ti te conozco –dice la mujer.

–Sí, nos habremos visto alguna vez.

–Eso me parecía. ¿Necesitan alguna cosa más?

–No, gracias, ya solo queda esperar. Gracias por avisar.

Elena vuelve a la habitación donde han velado el cuerpo de Miguel. Cuatro candelabros rodean la caja destapada. La madre comenta:

–¡Qué joven es! Parece dormido y como sorprendido y asustado. ¡Pobrecillo, mi niño! ¿No han aparecido sus cosas todavía?

–Sí –responde Elena–, acaba de venir una señora a decirme dónde va a vivir Miguel después de nacer.

–Entonces ¿no vivirá con nosotros? –pregunta la madre decepcionada.

–No.

–¿Cuánto tiempo va a vivir?

–Veinticinco años. Mira.

La madre recoge con precipitación el documento que le extiende Elena donde se establecen la fecha de su nacimiento y la de su Muerte.

–Me gustaría ir a ese apartamento y ver cómo va a vivir los primeros días –dice la madre.

–No hay tiempo –dice la tía–, y tú allí no pintas nada. Tenemos que darnos prisa, después de esto ya debe de quedar muy poco para que nazca.

Como es costumbre, tienen que velar al futuro ser. Elena y los familiares que han llegado se turnan en el velatorio. El tiempo se arrastra pesadamente, la noche se hace interminable. Al día siguiente, un poco más descansados, a pesar de no haber dormido, los que aún quedan en la casa de los padres se disponen para la inevitable y última etapa del nacimiento.

El cuerpo de Miguel, vestido, no muestra ninguna particularidad.

–¡Qué va a ser de él, veinticinco años solamente! –grita de pronto la madre.

–Vamos a desnudarle –dispone la tía–, le pondremos la ropa que han mandado de su apartamento. No se ve ninguna señal de violencia y a su edad es raro que nazca a causa de una enfermedad... La expresión de su rostro da miedo. –Una expresión de asombro y dolor.

–¡Sí, pobrecillo! Vamos a desnudarle –solloza la madre.

Le quitan con cuidado el traje oscuro, en el pecho descubren la herida que le ha producido un disparo. Elena ya le había hablado a la tía sobre algunos detalles trágicos del nacimiento, pero de un modo confuso. La madre llora ante la segura amenaza que pesa sobre su hijo. Ella querría hacer algo, la impotencia frente a la tragedia le destroza el corazón.

–Mujer, por suerte no todo va a ser así –la anima su hermana–, después de la tragedia seguro que su vida tendrá también momentos de felicidad y placer. A pesar del rictus ese, es un chico guapo. Ha salido a tu marido.

Después de desnudarlo, le lavan y le dejan en la habitación solo. Se aproxima el final de la parte más dolorosa. Solo queda el hecho consumado del nacimiento real. En el caso de Miguel, por su juventud y la herida que muestra en el pecho, se le supone una primera etapa difícil, pero para sus familiares la vida continuará de otro modo, habrá desaparecido el actual dolor y a lo sumo quedará una inquietud más o menos honda por el destino de Miguel.

Es difícil saber con anticipación detalles concretos de su futuro próximo, pero basándolo en las condiciones del nacimiento se pueden predecir sus efectos naturales, y las circunstancias que rodean el de Miguel no son tranquilizadoras. Esa herida en el pecho augura un disparo que le hará nacer dentro de poco, pero no saben dónde ocurrirá. Falta poco tiempo para que sea disparada la bala que provocará su nacimiento. Por mucho que limpien la sangre del pecho, está cada vez más viva. A las personas que acompañan a los padres la espera se les hace eterna y deciden irse cada uno a su casa, incluida la joven Elena.

La madre está destrozada. Por fin llegan unos hombres a recogerle, en el instante de la separación la madre grita enloquecida «No, no, Miguel, no». Sabe lo que ocurrirá, los hombres se llevan a su hijo para que nazca después de recibir un disparo. La negación de la madre muestra su absoluta impotencia, no puede hacer nada para evitar su trágico nacimiento. La sangre de la herida brota a borbotones. Los hombres acarrean el cuerpo inerte, formando un cortejo fúnebre a la deriva. Caminan por la calle donde viven los padres de Miguel, atraviesan un parque polvoriento, guiados por la intuición caminan sin rumbo –como si estuvieran hipnotizados o en trance– durante veinte minutos hasta que el cadáver se les cae de las manos al suelo y con un extraño movimiento se incorpora. Cuando consigue estar completamente vertical, los brazos abiertos como si estuviera bailando, da un grito espeluznante; es el grito que todos los hombres esperaban, el grito iniciático que demuestra que Miguel está vivo. Los hombres que le acarrearon se van corriendo a un bar que hay enfrente. Ocurre todo en cuestión de segundos.

Un hombre algo mayor que Miguel, con la cara enmascarada por el odio, le dispara con una pistola desde la acera de enfrente (junto a la puerta del bar donde se acaban de meter los hombres que transportaron a Miguel hasta allí).

Miguel acaba de nacer, da sus primeros pasos semiinconsciente. La herida del pecho ha desaparecido súbitamente. Miguel empieza su vida con la seguridad de que algo fatal va a ocurrirle y que no va a tener tiempo ni manera de evitarlo. En la esquina de enfrente el hombre que le disparó le grita:

–¡Déjala, déjala!

–Quién será, por qué me grita de ese modo si no le conozco –se pregunta Miguel, molesto de que su primera experiencia vital sea tan violenta. ¿Por qué ese hombre le grita con tanta hostilidad? Miguel se le acerca y le amenaza–: ¡Como sigas así, haré que te detengan!

–No vas a tener tiempo, como no la dejes estoy dispuesto a acabar contigo–. Mientras dice esto, palpa nervioso la pistola que todavía lleva caliente en el bolsillo.

El libro de Pedro Almodóvar 'El último sueño', al que pertenece este relato, se publica el 13 de abril en la editorial Reservoir Books