Hablar con Marina Hernández López (Piera, 1992) sobre su proyecto musical es adentrarse en el plano conceptual de la creación artística. Y se nota que lo disfruta. Cualquier tiempo acordado se le hace corto. Ella podría estar horas, días, explicando compulsivamente la filosofía creativa con la que crea, graba y produce su obra. La conversación, que fluye gracias a su lucidez y cordialidad, se convierte en una experiencia similar a la de transitar cualquiera de sus canciones, esas que invitan a desprenderse de todo referente mundano y dejarse llevar hacia lo desconocido. Música experimental es la etiqueta de consenso para su propuesta, aunque ella se siente igualmente cómoda bajo el paraguas del pop: “Si contemplas toda la música que existe, todos los géneros musicales, pasando por las cosas más raras, como la música concreta, la música atonal, la música instrumental… Yo sí creo que la música que hago tiene unas concomitancias con el pop en el sentido de que hay una voz que va, digamos, liderando la escucha, hay unas estructuras que se repiten, una tonalidad, las melodías no son muy complejas… Sí que es verdad que luego es muy barroca, hay mucha cosa, pero si lo espolsas [desempolvas] un poco no es tan complejo”.

Marina Herlop se refiere, fundamentalmente, a sus más recientes publicaciones. Atrás quedaron Nanook (2016) y Babasha (2018), en los que honraba su educación musical clásica con apenas voz y piano, se asomaba tímidamente a la electrónica e irrumpía con un lenguaje inventado que ha mantenido hasta la actualidad, aunque el catalán, su lengua materna, también haya aflorado últimamente. El vuelco llegó con el multidimensional Pripyat y se ha confirmado con Nekkuja, ambos de armazón digital, con su voz versátil y juguetona al mando, y que han sido reseñados con una nota de ocho en el mencionado medio de referencia musical, Pitchfork.

Han sido dos años de imparable progresión: rendida a sus pies la crítica, recomendada por la mismísima Björk ?con quien se la emparenta?, enlazando conciertos por todo el mundo y hasta nominada a un Goya por su canción en Chinas, el largometraje de Arantxa Echevarria. Logros que, paradójicamente, no se ven reflejados en las exiguas escuchas de sus plataformas digitales, lo que también constata que hay vida más allá de la dictadura del algoritmo. “Nunca pensé que [el éxito] pudiera pasar. En mi cabeza era ciencia ficción. Ni lo de Pitchfork, ni lo de tener bolos ni nada, porque vengo de las tinieblas. Estuve años intentando tirar el proyecto adelante, no hubo manera y aunque claramente pudiera ir mejor y consiguiera que me escuchara mucha más gente, lo que tengo ahora ya me parece una suerte. Igual debería ser más ambiciosa en plan ‘quiero que se vendan más discos, quiero tener merchandising, quiero que me paguen más en los bolos’ y en algún momento deberé ponerme las pilas con eso… Pero por ahora mi ambición externa está bastante satisfecha e incluso sobrepasada”.

Sumida en este vendaval de impulso ascendente, recalará en Nueva York el próximo 24 de febrero donde abrirá para Godspeed You! Black Emperor, una veterana banda con la que su música comparte cualidades cinematográficas e inmersivas aunque, en el caso de la catalana, esta remita a fantasiosos escenarios posthumanos. Escuchar por primera vez alguna de sus arriesgadas piezas es como penetrar en un frondoso laberinto: no sabes lo que te vas a encontrar. Y ahí radica su atractivo. Esta impredecibilidad es fruto de un calculado proceso compositivo en el que Herlop da cuenta de una racionalidad científica. “Hay una serie de elementos que van apareciendo y desapareciendo o cambiando o mutando y el creador va a decidir cómo los coloca para jugar con las expectativas. Decidir si satisface o subvierte las expectativas que cree que va a tener el receptor, siendo él mismo, a su vez, también receptor. Porque nuestro cerebro siempre va intentando predecir qué es lo que va a venir. Por eso creo que la gracia está en combinar momentos en los que das algo más incómodo de lo que se esperaba, momentos en los que das algo más potente de lo que se esperaba y momentos de dar simplemente lo que se espera, porque también está bien generar comodidad”.

Así es como la catalana se sirve de las implicaciones neurológicas de la música para construir un “juego de equilibrios a nivel psicológico” que ahonde en el terreno de lo especulativo. “A mí me gusta la voluntad experimental en la música, es decir, llevarla como un poco al límite, como ‘venga va, aguanta, que ahora pasamos por aquí pero luego te llevo a una zona sin piedras’, pero sin ser tampoco experimental todo el rato porque se genera un efecto lineal”. Como resultado de este proceso, su obra es, más que recreativa, contemplativa, de concepción pictórica y con la plasticidad de un collage sonoro cómodamente instalado en el lado opuesto a la figuración.

Por estos atributos matéricos, Marina Herlop describe su música desde una dimensión cuasi física. Sustantivos propios de la representación espacial se suceden en sus divagaciones ?lugar, sitio, zona...? consciente de las cualidades de paisajismo sonoro que posee su propuesta. Escenarios exportables, por ejemplo, a las ilustraciones futuristas de la filosofía solarpunk, aunque con una notable diferencia: si bien la conexión de la barcelonesa con la naturaleza es acreditable a través de sus publicaciones en Instagram, su música ?al contrario de las artes que integran aquel movimiento?, no pretende generar un impacto social positivo, sino, más bien, abrazar la concepción escapista del arte referida por Schopenhauer en el siglo XIX. “La contemplación estética nos libera del peso de la existencia”, dijo el alemán y, de la misma manera, Herlop echa mano de la metáfora del refugio. “Para mí la música es un sitio alejado de la maldad y del asco que provocan las guerras o que el planeta se vaya a la mierda… Es como un sitio que está protegido por una cúpula de metacrilato y nada malo puede pasar ahí”. Consideración que, además, entronca con el momento en que ella redirigió su carrera profesional: “En mi primer curso de Periodismo en la Universidad, pensé ‘pero, ¿qué es esto?, ¿qué es este desastre de mundo?’... Y hubo un ejercicio de ‘yo me voy, esto no me gusta’ porque, además, una no va a erradicar la maldad en el mundo ni los circos de la política. Igual mi actitud es muy egoísta, escapista o incluso ignorante, pero hay un punto a mis 19 años de querer huir de ese desastre y la música me sirvió de refugio, en el conservatorio, en el aula, en casa… Y es lo que me ayuda a mantenerme ajena a todo eso”.

Nekkuja, su último álbum, se ajusta perfectamente a dicho cometido. Se trata de un paseo por un jardín metafórico, su particular Jardín de las Delicias, con referentes ?inconscientes, insiste? de la cultura árabe (Reina Mora, La Alhambra), cubierto por una capa de abstracción y menos expansivo que su antecesor. Aborda en él un nuevo estadio de dulcificación sonora que sorprende en una artista poco dada a sentimentalismos. “De alguna manera se me ha ido ablandando el corazón con cada disco y me he ido permitiendo hacer algo más ‘Disney’ [risas]. Nekkuja enlaza con un momento de mi vida, pasados los 25, en que me di cuenta de la suerte que tengo de estar sana y de tener familia y amigos. De ahí me vino una sensación de gratitud y positivismo hacia la vida, un como ir hacia la luz. Esto me hizo ir alejándome de la queja, la negatividad y la oscuridad”.

Un trayecto hipnótico que se abre con la repetición del verso del músico Federico Mompou, “Damunt de tu només les flors" [Por encima de ti solo las flores] y al que regresa, ya en el último corte, para añadir “i l’esforç" [y el esfuerzo]. Frase que podría simbolizar su voluntad de priorizar lo puramente estético así como su afán por sublimarlo, si no fuera porque Herlop rehúsa hacer grandes concesiones al ámbito del significado. “Me hizo gracia repetir lo del principio pero cambiando ‘flor’ por ‘esforç’ como reivindicación del trabajo. Pero sin mayor importancia, para mí la letra no está por encima de la música”.

Ulular, graznar, reír, bisbisear… la artista catalana exprime todas las posibilidades experimentales de su asombrosa voz como instrumento travieso y flexible, el más versátil si atendemos a lo puramente orgánico. Y, sin embargo, la mayoría de sus canciones ?y títulos? no se apoyan en un texto lógico-lingüístico. En su ejercicio vocal se impone la eufonía. “A veces no se cómo no me dio vergüenza esto de no poner letras. Ahora que soy un poco más mayor pienso ‘qué friki, tía’ [risas], pero bueno, ya se ha quedado así y creo que voy a seguir así porque he probado a hacer letras en este cuarto disco y bien, pero no me emociono más en los bolos por estar cantando una letra”. Herlop insiste en que se trata de una apuesta exclusivamente personal y no de la férrea convicción de que la comunicación verbal está sobrevalorada: “Para mí es lícito todo. Yo respeto a los cantautores que hacen poemas y los musican, me parece precioso también. El otro día escuchaba 19 días y 500 noches de Sabina y me pareció que tiene una letra maravillosa y pensé: cómo voy a decir que las letras no son importantes si existe esta canción. Claro que son importantes. Pero sí que pienso que la música tiene la magia de no necesitar del drama humano para existir. O, si lo requiere, es de una forma que puede ser muy indirecta o incluso como un simple efecto colateral subconsciente. Yo utilizo los elementos de los que dispongo, y si estoy en un escenario, ¿por qué no iba a cantar? Si uso las cuatro extremidades y todo lo que pueda hacer para hacer sonidos, si tengo un instrumento que puedo utilizar a la vez que otro, pues claro que voy a cantar, pero eso no quiere decir que yo tenga una historia que contar”.

A solo unos pocos conciertos para finalizar la gira que la ha llevado por Europa y América, Herlop confiesa sentirse ya inmersa en otro momento vital. El de reposar las mieles. El de establecer rutinas. Y emprender algún viaje recreativo. A Indonesia, quizá: “El año pasado me enamoré del gamelán [orquesta tradicional indonesa] y me gustaría ir allí a grabar cosas, a investigar, a abrir un poco las miras”. Es tiempo también de adoptar metodologías para enfrentar el caos que enmaraña su proceso de edición digital: “Al principio de utilizar estas herramientas, como el software Ableton, no tenía un plan. Iba cosiendo retales sin haberme sentado a pensar qué quiero hacer, simplemente iba surgiendo y eso me suponía demasiadas horas de trabajo y mucha paciencia”, dice la catalana.

Y, sobre todo, es momento de encarar su quinto álbum. Aunque, esta vez, no sin cierto temor dadas sus circunstancias actuales. “Tanto Pripyat como Nekkuja los grabé de forma previa al despegue del proyecto. Me pregunto si todo esto me influirá en el proceso creativo. Pienso en si, por lo que fuera, [lo nuevo] no cayera en gracia y lo que supondría: dejaría de tener conciertos, lo que me forzaría a tener otro trabajo… Eso es lo que me preocuparía”. Tampoco titubea en exceso y hace alarde, finalmente, de una sana confianza en sí misma: “Mi criterio y mi autoexigencia ya era entonces muy altos… Seguro que el siguiente proceso creativo será más duro que el anterior, que ya es decir, pero no me da miedo enfrentarlo por la opinión externa. De hecho, pienso que es posible que acabe haciendo un álbum aun más raro, con el que yo esté encantada, pero que no tenga la acogida de los anteriores. Pero si es el paso siguiente, habrá que asumirlo. Mientras yo pueda vivir de la música y, por tanto, tener tiempo para seguir haciendo música, estará todo bien”.