Luz Arcas es una coreógrafa malagueña que lleva más de un decenio trabajando desde su compañía La Phármaco. Su danza es extenuante, eleva los cuerpos a un límite físico y ahí dibuja de una manera nada ilustrativa. El espectador no sabe qué está pasando en escena, qué quieren decir las imágenes que surgen, pero al mismo tiempo sabe que lo están interpelando. Arcas presentó una obra en tres partes de casi tres horas de ese baile.
La domesticación fue la pieza que abrió el tríptico. Un trabajo que surge de la estancia de la coreógrafa en Guinea Ecuatorial y que llegó cambiada en elenco y reducida a esencia. Han pasado más de cinco años desde su estreno y la obra sigue viva; sigue siendo un alegato contra la sociedad actual donde el mercado intenta dominar al ser humano. Pero con los años, si bien ese mensaje está presente, lo que prevalece en la pieza es su ataque a la cosificación del cuerpo en la danza contemporánea. La domesticación es un grito de libertad donde los cuerpos se quitan corsés para estar y ser en escena. Los bailarines corren, flexionan, saltan y llegan a la extenuación hasta volverse pura carne sexualizada y primaria. Cuatro bailarines donde destaca un bicho escénico, Javiera Paz, que personifica en cierto modo el espíritu de la pieza. Entregada, con la mirada siempre más allá, Paz lleva su virtuosismo técnico hasta el extremo, allá donde solo queda un cuerpo que late, que se rebela como animal.
En la segunda pieza, Somos la guerra, Arcas bailará y se unirá al elenco una de las bailarinas más potentes de la escena, Raquel Sánchez. En esta pieza seguirá interviniendo la cantante y artista sonora Le Parody. Es relevante citar a Sole Parody que en estas dos primeras piezas del tríptico oficia como maestra sonora y consigue amalgamar las dos creaciones en un mismo universo sónico. “Tengo la carita toita quemá, de las lagrimitas que mis ojos echan de tanto llorar”, canta Le Parody dando paso a una pieza donde el llanto es el arma para luchar, la potencia que nos salva. La danza continúa siendo metáfora oscura, nada explicativa y al mismo tiempo de una claridad meridiana. Los cuerpos gimen, sufren y elevan la mirada hacia lo alto. Una pieza donde se unen la electrónica de Le Parody con el cante flamenco. Va apareciendo la raíz, el folclore, que será tan determinante en las obras posteriores ?Toná y Mariana? de esta coreógrafa. La pieza concluye bien arriba, con Danielle Mesquita en un baile tántrico de ecos hindúes convertido en deidad, un dios o diosa surgida del lamento y el llanto, un ser luminoso creado desde el sufrimiento. El llanto de alguna manera libera, despierta el alma, en esta pieza.
Pero este tríptico, concebido como el Jardín de las delicias del Bosco, se rompe en su tercera parte. Arcas ha bautizado el tríptico con la palabra Bekristen, vocablo que en lengua fang, la etnia más numerosa de Guinea Ecuatorial, significa cristianos. Esa llamada a la creencia, esa mirada a lo espiritual, si bien está presente en las dos primeras piezas, desaparece en esta tercera parte, una pieza de reciente creación donde se ve a una Arcas ya fuera de los códigos coreográficos de los anteriores trabajos. Esta pieza, La buena obra, es muerte. En escena, ocho bailarines entre los 60 y 80 años, muchos de ellos no profesionales. Desaparece Le Parody, se vacía el espacio, tan solo vemos unos restos de fiesta, de confeti de purpurina desperdigados por el suelo. El trabajo se traslada a uno de los momentos más duros de la historia reciente, a esos momentos en que durante la pandemia nuestros ancianos se quedaron solos, abandonados.
Arcas cuenta que la pieza surge del encuentro que tuvo con su abuela en plena pandemia, con mascarilla, a través de una reja. Su abuela desde una silla de ruedas la miró con ojos vacíos y le dijo que ya no quería seguir viviendo. Murió dos días después de ese encuentro. La pieza es una respuesta furibunda ante esa situación. Arcas obliga a sus ocho bailarines a realizar ejercicios corporales, flexiones y estiramientos que se alargan. Los bailarines los realizan mecánicamente y todo el tiempo miran al público con rostros vaciados pero al mismo tiempo preguntando, demandando una contestación. Y esos actores no profesionales, que son pura ciudadanía subida a escena, van muriendo unos, perdiendo la razón otros, descomponiéndose ante los ojos del público, desapareciendo. La trilogía podrá verse el 16 de diciembre en el Teatro Central de Sevilla, una semana que el teatro dedicará a la coreógrafa y en la que también se representará la pieza de teatro Psicosis 4.48 de Sarah Kane que dirigió en el Teatro español y la obra La trilla.
Así fue el último espectáculo de este festival organizado por la Comunidad de Madrid, una obra que sin gritos ni denuncias explícitas, al mismo tiempo acusaba. En escena, Jesús Bravo, Carmen Gil, Begoña Hernández, Isabel Lag, Luz López, Javier Páez, Ángeles de Paz y Lauracharlie, hablaron claro, meridiano. Se cerraba así un festival que comenzó con un comunicado de la Comunidad de Madrid en el que prescindían del que ha sido director del festival durante cuatro años, el dramaturgo Alberto Conejero. El año que viene la dirección recaerá en la fundadora del certamen Pilar Izaguirre.
Y una edición en la que el momento de incertidumbre que vive la política cultura de la capital estuvo bien presente durante todo el certamen en los debates y conversaciones en torno a los espectáculos. Dentro de pocos días la Comunidad de Madrid anunciará la nueva estructura ideada por el nuevo consejero de Cultura, Mariano de Paco, para los Teatros del Canal. El contrato de la directora de los Teatros del Canal, Blanca Li, concluye en diciembre, y el secretismo por parte de la Comunidad es total.
A esta situación se une la nueva remodelación del sector que está llevando a cabo el Ayuntamiento de Madrid. A mitad del festival el consistorio anunció que Natalia Menéndez no seguirá al frente del Teatro Español, una dirección que también engloba las dos naves escénicas del Matadero de Madrid. La delegada de Cultura, Turismo y Deporte, Marta Rivera de la Cruz (antecesora de Mariano de Paco en la Comunidad de Madrid), anunció que el consistorio madrileño ha decidido “independizar” las naves de Matadero y dedicar la sala grande, la nave 11, a la danza, y la nave 10, al teatro contemporáneo. Las direcciones de las naves y el Teatro Español están en el aire. Además, el Ayuntamiento ha anunciado a la directora del Teatro Fernando Fernán Gómez, la dramaturga y directora Laila Ripoll, que prescinde de sus servicios.
Además, en esos mismos días, Ernest Urtasun asumió el cargo de ministro de Cultura. Un ministerio que tiene que afrontar una profunda remodelación del Instituto de Artes Escénicas y Música. Una de las primeras decisiones que se espera del nuevo ministro es la designación de nuevo director o directora del INAEM. La sensación de incertidumbre ante esta aglomeración de cambios todavía no resueltos en las principales instituciones del teatro público de la capital se ha hecho sentir durante todo el Festival de Otoño.
En la última semana del certamen, Mariano de Paco, en la Asamblea de Madrid dejó claro la posición de enfrentamiento con la política cultural del nuevo Gobierno central. “Conocemos perfectamente las buenas prácticas de escaparate que propone machaconamente esta izquierda alienada”, aseveró De Paco para luego arremeter contra Urtasun acusándolo de antitaurino y de desconocer el sector de la cultura. Cabe también reseñar que, en sus redes personales, el consejero de Cultura, si bien ha difundido eventos como el Madrid Horse Week o varias exposiciones y presentaciones de libros, no ha dedicado ni un solo mensaje a la edición del Festival de Otoño que acaba de concluir. De Paco, como adelanta este periódico, está preparando la presentación de su nuevo proyecto para los Teatros del Canal en los próximos días. Claramente ya dio por finiquitada esta edición antes incluso de que comenzara.