Trump está tenso. El coronavirus ha resultado ser un enemigo formidable y no porque la edad del presidente le sitúe en un grupo de riesgo. El problema de Trump es que está acostumbrado a enfrentarse a los grandes problemas con unas herramientas que aquí no le sirven: el insulto, la distracción, la mentira y la intimidación. Contra el virus no le está funcionando ninguna de las cuatro.
No es que él no lo intente. En las últimas semanas Trump se ha inventado las cifras de contagios, ha rebajado unilateralmente la tasa de mortalidad calculada por la OMS, ha anunciado una vacuna por la vía rápida que no existe y ha dicho que el virus es un “bulo” de los demócratas y una “exageración” de los medios.
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