La novela Introducción a Teresa de Jesús, que ahora publica esta editorial, nació hace un lustro en otra y con el título de Malas palabras (Lumen, 2015), pero el asunto no se desarrolló amablemente. Hoy la reedición viene acompañada de una nota en la que la escritora sostiene: "Nuestras ideas y su modo de llevarlas a cabo sufren sistemáticos intentos de violación por nuestros editores".
Así las cosas, las reediciones de Los combatientes e Introducción a Teresa de Jesús que ahora llegan a las librerías no parecen haberse librado de levantar la polvareda que, casi siempre, suele acompañar la escritura de Cristina Morales. Bendita polvareda en lo que, más a menudo de lo que nos gusta creer, suele ser un campo de tierra yerma en las letras españolas.
Las reediciones de ambas novelas nos llegan en una edición algo más aproximada a tu idea de ambas que la que se publicó originalmente. ¿Cómo has vivido esta reedicion?
Los combatientes ya fue editada como pensaba ser editada, no hubo ningún problema y no tengo nada que decir sobre la primera edición, más allá de que ahora podemos haber estado más finas en la detección de erratas. Pero la edición de esta novela fue muy pacífica: ganó el INJUVE, que era de los pocos premios que no retenían los derechos de propiedad ni explotación, así que lo pudo comprar Caballo de Troya. Ahora el añadido principal es el prólogo de Elvira Navarro, que fue justamente jurado en aquel premio.
En ese prólogo, Navarro viene a contestar al texto que acompañaba la anterior edición en el que Constantino Bértolo afirmaba que Los Combatientes recogía el espíritu del 15M. ¿Cómo has vivido esta reinterpretación de la obra?
Yo no viví el 15M. Estaba fuera, porque ese año estaba terminando la carrera de derecho en Nueva Delhi. Pero bueno, las razones por las que Bértolo pensaba que recogía el espíritu del 15M son muy divertidas porque son un discurso fascista de Ramiro Ledesma del 35. Esa parte de la novela fue una carcajada constante.
De hecho, he de decir que por mi parte había ya algo de hartazgo porque no lo revelé hasta que salió en una columna de El Cultural que firmaban con el pseudónimo de Juan Palomo, un nombre que se iban turnando distintos redactores. Yo estaba por entonces un poco cansada de tener que morderme la lengua, pero también pensaba que si eso no salía a la luz, era algo muy revelador.
No lo viviste, pero tu obra se leyó en sintonía con el 15M. El otro día, en una entrevista a Ernesto Castro, contaba que Contra la postmodernidad (Alpha Decay, 2011), publicado originalmente en aquellas fechas, va a reeditarse diez años después del movimiento igual que Los Combatientes. ¿Qué crees que queda en lo filosófico y en lo literario del boom de 'literatura indignada'?
No soy una lectora metódica de textos filosóficos, así que no te podría contestar en ese sentido. Lo que yo leía en esos momentos eran sobre todo revistas políticas y fanzines. En concreto puedo citar al colectivo Cul de Sac, que editaba revistas sobre pensamiento crítico. En aquel momento, más o menos, publicaron un libro que se llamaba 15M: Obedecer bajo la forma de la rebelión (Ediciones el Salmón, 2013). Ese texto fue el que despertó mis ganas de continuar la crítica al 15M a través de lo literario.
Sí que es verdad que emergieron bastantes textos literarios que, tal vez, nacieron incluso antes, cuando se hablaba de la 'literatura de la crisis' y cosas así. Se acuñó aquel término y se usaba no solo con novelas, también con el cine y la música.
Ahora se avecina otra crisis y otra posible etiqueta: la de la 'literatura postcovid'. De hecho, como con la crisis de 2008, ya hay ficciones audiovisuales sobre el confinamiento y un más que probable boom de libros sobre el coronavirus. ¿Qué opinas de la urgencia por reinterpretar desde la ficción (o la no-ficción) todo lo que estamos viviendo?
Ya ves... yo es que esa urgencia no la siento para nada: ya me va bien con quedarme quieta en silencio y escuchar. O en entender el alcance de esto en mi entorno inmediato. Sacar conclusiones teóricas generales me parece que es algo que no se puede hacer de forma acelerada.
Justo al principio de la pandemia un editor argentino publicó un libro llamado Sopa de Wuhan (ASPO, 2020). En la portada salían un montón de murciélagos y hubo muchas críticas vertidas a esa publicación por parte de voces antirracistas y anticolonialistas. Muchas eran de personas chinas que denunciaban que casi todos los autores daban por buena la teoría de que el virus provenía de China y que ese acelerón en la producción de pensamiento era típicamente colonial y occidental. Creo que era una crítica muy acertada.
Veremos dónde nos lleva esa 'literatura postcovid'. Desde luego, a mí ya me han hecho encargos. El Teatro Nacional de Catalunya va a inaugurar la temporada 2020-2021 con una pieza de creación colectiva de diez autores, entre los que me incluyo, donde se nos pide que reflexionemos sobre el estado de alarma, la pandemia y el covid desde un punto de vista crítico. Y para mí está siendo muy duro de afrontar. Será de los encargos más difíciles que habré hecho nunca, precisamente porque aún estamos inmersos en ello.
Han sido dos años intensos tras el éxito de Lectura fácil, el Premio Herralde y el Premio Nacional. ¿El confinamiento te ha servido para parar o tomar distancia de todo esto?
No creo que deliberadamente haya tomado distancia de nada durante este confinamiento. He estado felizmente sin dar un palo al agua, eso sí. Mi trabajo se paralizó. Ni charlas, ni talleres, ni ensayos con mi compañía de danza... Pero felizmente no tuve la urgencia de tener que llenar mi tiempo de ninguna manera. Lo decía muy bien Oscar Dasí, el director artístico de La Caldera Les Corts, que me contaba que se había dedicado a no hacer nada y a escuchar. Desde luego no me lo tomé como nada romántico. No es que tuviera un tiempo que antes no tenía: fue una paralización obligatoria.
Ahora parece que ya empezamos a poner en marcha cosas mis compañeras y yo en Iniciativa Sexual Femenina [colectivo de danza contemporánea al que pertenece la autora]. Pero no podemos retomar nada porque empezamos una lucha contra los elementos y la depauperización de las condiciones con las que trabajábamos, que se han empobrecido. Ahora saldremos a los teatros de otra forma: los cachés serán menores, los teatros tienen que adaptarse y hacer reformas en sus espacios y nosotras actuábamos sobre todo en centros pequeños...
En Introducción a Teresa de Jesús citas a Remedios Zafra, que en ensayos como Un cuarto propio conectado (Fórcola Ediciones, 2010) reflexionaba sobre cómo muchas profesiones creativas ya estaban 'confinadas' y precarizadas hasta el extremo de trabajar permanentemente conectados, temas de los que ahora se habla con la implantación del teletrabajo. ¿Poder 'parar', en cierto sentido, es un privilegio?
Obviamente. Otra cosa es que una haga de su capa un sayo y diga 'pues mira, ahora podré dormir más horas'. Aunque es sabido que a muchas personas ni siquiera les ha servido para eso porque están en una situación de vulnerabilidad total. Con los premios Herralde y Nacional yo estaba en una situación de privilegio porque por primera vez en mi vida tenía ahorros y no esa necesidad de tener que conseguir dinero de cualquier sitio.
Pero no me gusta esa romantización. Ha habido mucho relato que romantizaba el confinamiento, por no hablar del superconsumismo de 'vas a leer todo lo que no has leído', 'vas a ver todas las pelis que no has visto', 'vas a cocinar y a probar todos los platos que nunca pudiste', 'vas a compartir con tu familia ese tiempo que no compartías antes'... por favor, ¡qué pesadilla esos mensajes! ¡Como si esto fuera un estado capitalista ideal de consumo las 24 horas del día! Por no hablar de que son discursos dirigidos a clases sociales acomodadas que no se tienen que estar ganando la vida al día.
¿Esta situación podría recordar a aquel discurso de "los jóvenes se encuentran de verdad entre la espada y la pared: repelen el orden y el sistema vigente, pero a la par de eso tienen cerrada toda salida pesimista", que declama un personaje de Los Combatientes?
Esas son las palabras del fascista Ramiro Ledesma, fundador de las JONS [Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista].
Dios mío. [Es el mismo discurso que Bértolo afirmaba que conectaba esta obra con el 15M. Es decir, que también he caído en su 'trampa literaria']
En ese momento está hablando de la juventud española de los años treinta. Es alucinante, pero el discurso sigue vigente. Cuando yo incluyo ese texto en la novela no es porque yo lo piense sino porque veo que es magnífica la reversibilidad del texto. El vocabulario fascista está en nuestro día a día, pasa desapercibido y no nos huele ni a chamusquina.
También, otra cosa: seamos un poco humildes y reconozcamos que aquel fascista hacía análisis finos sobre una sociedad en crisis, que bien podría ser esta sociedad en crisis. Ahí hay un potencial teórico. Igual que vemos en textos de Marx conceptos teóricos aplicables doscientos años después, reconozcamos que algo de olfato tuvo Ramiro Ledesma cuando en el 35 hacía este tipo de análisis. Ahora en 2020, parece que hablemos de la precariedad de la que habla Remedios Zafra, ¿no?
Lo que pasa es que sabemos muy bien que las aportaciones fascistas en el terreno de la literatura y el arte están denostadas —de manera muy hipócrita— por democracias herederas de ese fascismo, como la española. No se me ocurre ni se me pasa por la cabeza ningún intelectual de nuestros días que cite a un literato fascista como fuente, o que le sirva para entender la realidad actual. Y eso no es sino ceguera: una ceguera política deliberada que ayuda a los poderosos a mantenerse en su poder para que no tengan que rendir cuentas y reconocer de dónde vienen.
Marta Sanz, otra autora que citas en Introducción a Teresa de Jesús, contaba en una entrevista que ella creía que la literatura actual había dejado, en cierto modo, de escribir sobre lo desagradable en términos desagradables, para agradar al lector. ¿Estás de acuerdo?
En una entrevista a Élise Moreau [integrante de Iniciativa Sexual Femenina] y a mí nos preguntaron qué opinábamos de esos programas de 'educación del público' que se hacen aquí en Barcelona con el festival Grec, por ejemplo. Es esto de 'explicar la obra' con talleres con el público. Nosotras decíamos que nos parecería una pena que se hiciese con nuestra obra ningún tipo de pedagogía. Me parecía una gran intromisión, algo demasiado paternalista.
Y mi reflexión sería similar con respecto a los lectores. Me niego a pensar que nadie que se acerque a los libros es apriorísticamente alguien necesitado de un guía. Creo que el primer paso para que nosotras, como escritoras, dejemos de lado la política del agrado hacia nuestros potenciales lectores sería dejar de pensar en los lectores como necesitados de guía. Me parece un gesto profundamente neoliberal lo de decirle al lector qué tiene que pensar sobre lo que está leyendo y creo que empobrece el contenido de la obra. Lo vuelve unidimensional. Qué tragedia.
Los combatientes, precisamente, quiere ser una broma de todo eso. No solo no cita a Ramiro Ledesma: aparecen también Mayakovski, Tabucchi y hasta una canción entera de Franz Ferdinand. Alimentan el texto en un sentido apropiacionista. La novela quiere ser todo lo contrario a una guía: quiere ser un despiste, que no sepas qué coño pensar hasta el punto de que si engaña al lector, la obra habrá cumplido su cometido, cosa que en su momento hizo.
El debate de explicar la obra al lector o al espectador está plenamente vigente. De hecho, la semana pasada saltó la liebre porque una plataforma estadounidense dijo que iba a añadirle una cartela explicativa a Lo que el viento se llevó para contextualizar su contenido racista. ¿Qué opinas de estos gestos?
Es como el debate de qué hacer con las estatuas de los colonizadores. ¿Las llevamos a los museos? De esto hablaba muy bien la activista Daniela Ortiz, que también es artista y que expuso en el MACBA todas y cada una de las figuras de la estatua de Colón como escenas de sometimiento de colonos españoles sobre indígenas. Ella decía que las estatuas deberían ser tumbadas, aniquiladas y calcinadas. Ese es el destino que deberían tener esas estatuas, y no el museo, si verdaderamente queremos fundar algo nuevo desde el antirracismo y el anticolonialismo.
Pues algo similar con Lo que el viento se llevó. Me parece muy hipócrita conformarse con decir que 'esto no es sino un producto histórico que ya no influye en nuestro modo de ver el mundo'. Lo que el viento se llevó no es solo una película racista: es una forma de entender el hecho literario y el cinematográfico. Una película en la que se reflejan muchísimos valores elitistas, de clase, machistas...
La cartela se quedaría muy corta y su valor es neoliberal porque va a decir algo absolutamente circunstancial debido a las manifestaciones en Estados Unidos. Lo que hay que hacer es politizarnos para leer la película en condiciones. Es muchísimo más lo que hay que decir sobre ella. Qué duda cabe que no hay que dejar de verla, pero tampoco dejar que ese cartelito nos deje tranquilos. Es un lavado de manos total.