El de la Mostra de Cinema Àrab es un caso extremo, pero el cierre de las salas catalanas está alterando todo el ecosistema cultural en uno de sus periodos de máxima actividad. Uno de los acontecimientos fílmicos más importantes del año, el festival de Gijón, se ha anticipado a posibles cierres con una edición 100% online que se inaugurará el 19 de noviembre. Lo mismo ha hecho L'Alternativa, uno de los certámenes principales del año fílmico barcelonés, que se caracteriza por su doble apuesta por la conciencia política y por las formas avanzadas y arriesgadas. Sus responsables ya habían previsto una edición híbrida donde conviviesen la presencialidad y la virtualidad, pero ha acabado renunciando a las proyecciones físicas.
Una de las impulsoras de L'Alternativa, Cristina Riera, explica que han tomado esta decisión antes de encontrarse con un panorama imposible: "Teóricamente el cierre de salas concluye el día 13 y nosotros comenzamos el día 16, pero sería inviable esperar. Aunque tengamos parte del trabajo preparado porque teníamos presente la posibilidad de un empeoramiento de la pandemia, no podríamos solucionar el tránsito de híbrido a online en tres o cuatro días. Hemos podido contar con estas dos semanas de las que, desgraciadamente, no han podido disponer otros compañeros".
L'Alternativa ha profundizado en su apuesta por la plataforma Filmin como difusor de su programación. La mayor parte de la programación estará disponibles sin recargo para los abonados de la plataforma, con un excepción de unos pocos títulos de pago a los que se accederá a través de la misma Filmin o de Vimeo. La situación de emergencia hace que el festival intensifique su colaboración con una Filmin "que tiene detrás una comunidad potencialmente amplía que la nuestra, que trabaja el cine independiente, que te ofrece acompañamiento en la comunicación y en otros ámbitos...", opina Riera.
La cantidad de festivales que la plataforma de streaming está acogiendo durante estas semanas no tiene precedentes. Jaume Ripoll, su director editorial, afirma que no están desbordados "pero sí trabajando muchas horas al día para poder ofrecer los servicios: codificar, crear subtítulos, revisarlo todo y atender la comunicación y las peticiones de los festivales atendiendo a su idiosincrasia respectiva. Intentamos que nuestros usuarios no se sientan desconcertados ante tantos acontecimientos, sino atraídos por cada uno de ellos. Es un reto y en eso estamos".
A lo largo de noviembre, se convertirá en cotidiano ver que coincide entre la oferta de Filmin seis o siete festivales diferentes. Un verdadero empacho de propuestas que, en condiciones normales, gozan de un cierto aura de exclusividad. Los festivales especializados o de tamaño medio no necesariamente buscan filmes de estreno en España, pero sí ofrecen la posibilidad de ver muchos estrenos en sus comunidades autónomas, filmes hasta entonces invisibles para el espectador local. "Muchos de nosotros trabajamos desde una cierta lógica territorial, y las cosas cambian cuando las obras pasan a estar disponibles para todo el Estado y en la misma plataforma a través de diferentes certámenes. Si la situación se alarga, habrá que replantearse mucha cosas", advierte Riera.
Más de un festival muestra su preocupación ante los escenarios que puede generar una crisis sanitaria duradera. "El streaming y el circuito de salas tienen que convivir, no veo problema en eso, pero me preocupa que haya gente que pueda perder el hábito de visitar los espacios culturales como lugar de encuentro y de intercambio de ideas", explica Riera. También crece la preocupación económica por la situación pandémica y algunas ramificaciones. En ciertos ámbitos de Internet domina una inercia de tarifas planas y micropagos que tiene un encaje difícil con unos festivales de actividad concentrada en unos pocos días del año, con un cierto presupuesto y que difunden un arte cinematográfico que requiere inversiones económicas más o menos relevantes. La utopía del cinéfilo que quiere que la mayoría de contenidos que le interesen estén en una sola plataforma tiene algo de distopía posible, como demuestra la experiencia Spotify y su modelo que proporciona unos ingresos muy bajos a los creadores y a los sellos discográficos independientes.
El D'A Film Festival fue, de alguna manera extraña, afortunado. Consolidado como un referente de difusión del cine de autor tras diez años de trabajo, fue el primer gran festival presencial español en convertirse en 100% virtual a causa de la pandemia. La respuesta comercial estuvo marcada por la excepcionalidad del momento, por el hambre de arte y entretenimiento durante los momentos más duros de la primera ola de covid-19. Su director, Carlos F. Ríos, explica que "al final no fue mal porque fueron una barbaridad de visionados, 214.000. No perdimos lo que pensábamos que íbamos a perder, pero sabemos que es algo que no se va a repetir". Ríos es consciente de que su experiencia está marcada por la circunstancias: "Sí, lo hicimos bien, tanto el D'A y Filmin, pero después ya no se ha podido encontrar tanto apoyo de distribuidores y de agentes internacionales, tanto entusiasmo del público... No es lo mismo tener a disposición un solo festival que tener ocho".
L'Alternativa, y la misma Filmin, han notado también más reticencias para conseguir estrenos online, pero no es un fenómeno homogéneo. Según Riera, "algunos ven que sus películas han tenido cierto recorrido online previo y consideran que exponerlas más les puede cerrar las puertas de las salas, pero otros no saben cuál puede ser el horizonte de estreno y prefieren difundir las obras antes de esperar acontecimientos..."
Des de L'Alternativa, consideran que los ingresos que pueden generar unos espectadores presenciales no tienen nada que ver con los que te puede proporcionar un público asociado a una plataforma con tarifa plana. Y consideran que el conjunto del ecosistema del audiovisual debe hacer "una revisión profunda sobre cómo puede sobrevivir toda la cadena: autores, distribuidoras, festivales... Se está resolviendo esta situación de urgencia, pero creo que sería peligroso que se normalizase la situación actual".
Ripoll es consciente de la importancia de la pérdida de los ingresos por entradas físicas que están sufriendo los festivales. Al fin y al cabo, Filmin organiza su propio festival, el Atlántida Film Fest. Quizá esta experiencia le hace especialmente comprensivo con los desafíos que afronta el sector: "No creo que ningún festival presencial puede ser sostenible si solo se celebra en el mundo virtual, más allá de la situación de excepción que vivimos. El modelo híbrido tiene todo el sentido para festivales de tamaño medio o festivales especializados: amplías el público potencial, etcétera. Pero un festival como el de Gijón o el D'A son de Gijón y de Barcelona, son presenciales, pertenecen a un territorio, etcétera, y es ahí donde tienen sentido".
Ripoll es consciente que la ventana online debe generar más ingresos a los festivales, pero ve difícil hacer el paso de encarecer el acceso: "En otro escenario, los festivales deberían tener un coste adicional respecto a la suscripción de tarifa plana. El camino debería ser ese, pero estamos en un momento de competencia descomunal y con una situación económica precaria. Ahora mismo parece temerario añadir sobrecostes al visionado de títulos". El director de Filmin matiza que "hay festivales que han quedado razonablemente satisfechos con los ingresos obtenidos a través de nuestra plataforma" y dimensiona que su reto "siempre ha sido generar retorno económico para todos aquellos que trabajan en el cine, conseguir las suscripciones y los alquileres reviertan en ellos. Creemos que hay que mantener todas las ventanas abiertas, salas, online y mercado videográfico, porque eso va en beneficio de las propias obras".
El Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, celebrado el pasado mes de octubre, pudo tener lugar de manera presencial con algunas restricciones derivadas de la situación sanitaria. Sus responsables optaron por no contar con los servicios de Filmin, sino por hacer una adaptación de la tecnología proporcionada por Festival Scope. Mònica Garcia, directora general de la Fundación Sitges, afirma que su modelo "exige que los distribuidores internacionales tengan todas las garantías de que contamos con una estructura 100% segura para aplicar las limitaciones territoriales y numéricas que pida cada distribuidora y para prevenir la piratería".
A diferencia de lo decidido por la mayoría de los festivales españoles que se han celebrado virtualmente hasta el momento, los responsables de Sitges descartaron las tarifas planas y optaron por unos precios por película más cercanos al coste de una entrada en sala. El resultado fue cuantitativamente modesto, pero en la línea de lo previsto por la organización: "Conseguimos más de 7.000 visionados. Presupuestamos recaudar 50.000 euros a través de la plataforma, basándonos en lo que habían ingresado festivales similares al nuestro, y al final conseguimos 52.000", explica García. El monto, en todo caso, supone menos del 10% de los ingresos por entradas físicas cosechados en años anteriores.
La directora de la Fundación Sitges no se muestra preocupada por el impacto en los hábitos de consumo que puede suponer la abundancia de festivales a bajo precio. En su opinión, se trata de ofertas diferentes: "Nuestra propuesta ofrecía un número limitado de entradas, bloqueo por territorios, limitación temporal, limitación de consumo... En cierta manera, y dentro del mundo virtual, reproducía los condicionantes de un visionado presencial. No nos llegamos a plantear otra cosa, como una distribución a través de una plataforma con abonados, porque hubiese supuesto explotar la vida comercial de la película".
Todos los organizadores de festivales consultados siguen insistiendo en la idea de celebrar certámenes híbridos en 2021, a menos que la situación sanitaria impida los actos presenciales. Desde Sitges afirman que "la apuesta sigue siendo por defender la actividad física y que la rama online sea una herramienta complementaria, porque creemos que la fuerza del certamen sigue siendo el encuentro entre espectadores, con los creadores... Si nos encontramos con una situación sanitaria tan drástica como la que afrontan ahora los festivales de otoño, disponemos de la experiencia de este año y haríamos lo necesario".
Ríos, por su parte, anticipa que trabajan la edición del año que viene "con la idea de una celebración híbrida y con doble presupuesto, pero ya tenemos claro que no presupuestaremos invitados de toda Europa, de hoteles, como podíamos hacer en 2018 o 2019. Aunque intentemos ser presenciales, nos centraremos en la aportación para la ciudad y olvidaremos otros gastos". Riera habla del reto de intentar preservar en el ámbito virtual "algo de ese ambiente comunitario y de compartir que teníamos en las ediciones presenciales. Para nosotros, un festival no es solo un espacio de difusión de películas sino un punto de encuentro, de puesta en común de reflexiones, de generación de comunidad, y es algo difícil de trasladar al mundo online por mucho que haya detrás una plataforma estupenda".
La miembro del equipo de L'Alternativa también advierte sobre las dificultades de un mundo virtual dominado por los gigantes tecnológicos multinacionales: "Internet tenía que ser un espacio de diversidad, de horizontalidad, pero se generan unos oligopolios que ríete de las majors de Hollywood", opina. Meritxell Bragulat, de la Mostra de Cinema Àrab, pide "tecnologías y plataformas comunitarias, cooperativas, para llevar a cabo las actividades y proyecciones en línea" y recuerda que el online "no es ecológicamente inocuo, como algunos pueden pensar, sino que genera mucho gasto eléctrico en un horizonte de colapso ecológico".
Tanto Riera como Bragulat se muestra preocupadas por la viabilidad del tejido humano de la cultura: "La situación ya era muy frágil antes de la pandemia, con mucha precariedad y autoexplotación, y la cuerda está tan tensa que se rompe. La crisis nos afectará a muchos niveles, en muchos ámbitos, y creo que habría que pensar en una revisión profunda del sistema y en medidas como una renta básica universal. También hay un riesgo de elitización, no creo que mucha gente se pueda plantear una dedicación profesional a la cultura con este panorama", explica la responsable de L'Alternativa.
Ripoll añade otra consideración y apunta a la necesidad de inversión estatal: "Hay poca inversión pública en un evento cultural imprescindible como los festivales. Básicamente proviene de ayuntamientos y autonomías, y es clave que el ministerio de Cultura, que ha aumentado ligeramente la inversión en este ámbito, se comprometa más en un horizonte de recortes. Los festivales ya estuvieron muy golpeados por los recortes en gasto público y la caída de patrocinios de la crisis anterior, así que hay que preservarlos". Para el director editorial de Filmin, un cierto cine corre el riesgo de pasar desapercibido por no tener espacios donde darse a conocer: "Se necesita a los festivales más que nunca, porque son uno de los últimos grandes prescriptores de audiovisual europeo en un continente que necesita tender puentes culturales".