La traslación de V de Vendetta al cine fue un proyecto de largo recorrido. Llevaba casi 20 años en el cajón del poderoso Joel Silver, un clásico del cine ochentero que ha producido Arma letal, Depredador, La jungla de cristal o Matrix, entre otros muchos títulos. Las creadoras de esta última saga, las hermanas Wachowski, ejercieron finalmente de guionistas y productoras. La dirección corrió a cargo de un colaborador habitual del dúo, James McTeigue, que posteriormente firmaría también otros proyectos bajo libreto de las hermanas.
El resultado causó el comprensible desapego del creador de la obra original, porque se incorporaron cambios bastante relevantes en la letra y en el espíritu de la obra. Fueron cambios discutibles que no tienen por qué amargar el disfrute de la película. Al fin y al cabo, el empeño funcionó y se convirtió en un clásico de la fantasía futurista. Y en un referente celebratorio, pirotécnico (y explosivo), de ese cine pop que metía el dedo en el ojo de la administración Bush-Cheney en plena ofensiva de guerras contra el terror y leyes patrióticas que comprometían derechos civiles.
Como el drama de época Buenas noches y buena suerte, V de Vendetta era una llamada a la aceptación del pensamiento divergente, una crítica de la penalización de la disidencia. En este caso, se incluían peleas cuerpo a cuerpo y degüellos con objetos cortantes. La obra suponía también una advertencia contra aquellos que quieren instrumentalizar nuestros miedos. Quince años después de su pre-estreno, su huella perdura de maneras inesperadas. El disfraz que usa su protagonista anónimo, V, es un icono para manifestantes de todo el mundo que ocultan su rostro tras una máscara que se ha convertido en signo universal de descontento.
V de Vendetta se anticipó a las fantasías futuristas que fueron concebidas tras el hundimiento financiero de 2008: coincidió en proyectar una cierta simpatía por los actos revolucionarios contra sistemas políticos de ficción. Obras como In time o Elysium anticipaban futuros terribles de fractura social radical, con las resistencias (armadas) consiguientes. Ambas bebían de la narrativa ciberpunk, una tendencia en auge cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher gobernaban el mundo anglosajón... y cuando Moore concibió a V y Evey. A raíz de la crisis económica, varios autores de ciencia-ficción trataron con renovado interés temas como el acceso fuertemente desigual a la tecnología, figuras como los hackers libertadores...
La propuesta de McTeigue y las Wachowski, en todo caso, no estuvo trufada de imágenes de desigualdad económica extrema. Tuvo más que ver con la gestión de los atentados traumáticos del 11 de septiembre de 2001 que con una crítica general del sistema vigente. Los autores retrata un gobierno abiertamente neonazi, liderado por un gobernante casi caricaturescamente hitleriano, que ensaya un radicalísimo y totalitario cierre de filas patriótico. Esta especie de Reich british emplea un poderoso y despiadado aparato propagandístico y represor, reminiscente de la mencionada 1984. Las referencias visuales al nazismo se entremezclan con comentarios de la actualidad del momento: se ciega a los detenidos mediante bolsas en la cabeza que remiten a los horrores de Guantánamo o de las cárceles iraquíes bajo control estadounidense.
Las motivaciones de varios personajes provocan que la V de Vendetta audiovisual sea, sobre todo, una pesadilla de pérdida de las libertades individuales, sea en el ámbito sexual o el religioso. Fue un blockbuster con sensibilidad LGBTI que señalaba la islamofobia y la homofobia del neoconservadurismo y de la derecha evangelical estadounidense. Lo hacía una década después después de la profética 2013: rescate en Los Ángeles. En ella, el veterano John Carpenter anticipó el futuro posterior al 11-S años antes de que derribasen el World Trade Center.
Carpenter, que maduró en tiempos de la contracultura y se opuso al neoliberalismo económico en la memorable película de acción fantástica Están vivos, no necesitó vestir al adversario político con el disfraz de esa villanía pop por defecto que es el nazismo. Mediante 2013: rescate en Los Ángeles, apuntó directamente a una derecha encorbatada, muy excluyente, que usa la Biblia como un arma arrojadiza. Podría decirse que La noche de las bestias y su carpenteriana secuela tomaron el testigo al representar a un enemigo un poco más cercano a lo real (entre varias comillas: véase el maquillaje extremado que caricaturiza a los oligarcas asesinos que aparecen en Anarchy: La noche de las bestias).
Quizá un enfoque tan claro hubiese sido más del gusto de Moore, que criticó que su cómic se convirtiese "en una parábola de la era Bush hecha por gente demasiado tímida para ubicar una sátira política en su propio país". Y aun así, puede verse un valor político en la V de Vendetta audiovisual. Aunque convierta en un héroe demasiado poco turbio a su protagonista asesino y torturador, aunque muestre una acción colectiva muy sometida a la iniciativa de un líder individual, entre otras consideraciones posibles. Sea como no sea, es una de esas raras producciones de Hollywood donde una manifestación masiva no se retrata como un caos vociferante, sino que se identifica con un levantamiento legitimo (volveremos a ver algo parecido en una posterior obra wachowskiana: Atlas de las nubes). Y este tiene lugar en un futuro de ficción, sí, pero se ubica en el estratégicamente cercano Reino Unido, en lugar de emplazarse en reinos inventados o vistos como tercermundistas.
La masa que vemos en el filme mantiene un cierto componente amenazante a través de la imagen poderosa de centenares de personas enmascaradas. Por una vez, esta fuerza del grupo no se sataniza sino que llega a reivindicarse. Porque, como afirma V, "el pueblo no debe tener a sus gobiernos, los gobiernos deben temer al pueblo". Aunque, como se sugería en el Watchmen de Moore, también debería poderse vigilar al vigilante.