¿De dónde surge Revancha? ¿Qué fue lo que le impulsó a escribirla?
Muchas novelas me salen de espinas clavadas, de cosas que me da la impresión que no terminé de hacer bien. Me harté de decir que Rompepistas (Anagrama, 2009) no era una novela maniquea y en cierto modo no lo era pero a la vez sí, porque los malos son completamente bidimensionales. Solo los utilicé como contrapunto a mis héroes, que era la gente que me interesaba contar.
Es como un poema bélico donde quien tiene que tener todo el protagonismo y todas las frases buenas es gente dañada y semichunga pero que está en la orilla buena de la sociedad. Esos malos eran como de opereta y siempre deseé dar rienda suelta a mi odio con un protagonista auténticamente no benigno.
En los agradecimientos menciona a su padre por su relación con el rugby y a colegas con el tema del 'hooliganismo', pero ¿cómo se documentó realmente?
Es imposible no haber vivido en subcultura y casi ni en subcultura en Barcelona sin conocer con nombres y apellidos a los malandros del neonazismo futbolístico. Yo no tuve el folclore de mis abuelos, a mí el hombre del saco me la sudaba, mi folclore de primera adolescencia y juventud era esta peña. Eran mitos, eran legendarios y superaban la realidad. De hecho, en aquella época yo no conocía la realidad y ahora no quise saberla tampoco, no me interesa.
Por lo tanto, la documentación fue una mezcla de los recuerdos del mito, un mínimo 'research' hemerotecal de cómo funciona una estructura criminal en Barcelona ahora y alguna charla con anécdotas que me contaron. Y estos son elementos que son un porcentaje muy pequeño comparado con la parte de invención. Revancha es una historia inventada plantada en un escenario creíble que ví, del que oí hablar y que ha estado presente a mi alrededor durante toda mi adolescencia.
¿Cree que si los ultras nazis del Barça leen la novela querrán ir a por usted?
Uy, no me lo imagino nada así. Yo temía todo lo contrario, que Revancha fuese leída como una apología del hooliganismo.
Sería una lectura un tanto retorcida de la novela.
Si cuentas bien a un monstruo la gente se pondrá de su lado. Pasa en todas las series sobre la mafia y villanos de la historia. En este caso, Amador tiene una curva de redención final pero ningún lector diría que no es un chungo durante una gran parte del libro. No es un tío infiltrado o un tío bueno rodeado de malos. Esto si alguien lo lee mal podría considerarse una apología de un tipo de gente. Pero si te acercas verás de dónde sale, el daño que le hicieron y el dolor por el que pasó e inevitablemente empezarás a desarrollar una simpatía involuntaria.
Yo no soy un escritor pulp, no me interesa contar la ultraviolencia por sí misma. Esta es una novela de violencia proleta pero llena de amor, de un círculo estrecho de empatía aunque sea reducidísimo, de unas fidelidades irrompibles con una banda, con una familia o con un legado y mucha ternura. Es gente dañada que se revuelve contra el mundo pero que todavía tienen amor.
Y también hay mucha belleza. Sin que suene petulante, es bastante fácil hacer que algo bello se vea como tal. Lo que es más jodido y requiere oficio y una mirada más profunda es ver la belleza en la fealdad.
Pero entonces, ¿dónde está esa belleza en Revancha?
En la venganza. Considerarla innoble es un invento moderno, para los romanos la venganza era uno de los actos más nobles que existían, era ecualizar un daño. Un puñetazo en la cara de un 'bully' es encontrar la belleza donde no la esperabas. Ya sé que habrá belleza en una puta peli de Sam Mendes, pero la sorpresa es que la haya en una pelea callejera.
Puede que no sea tan fácil percibirla de esa manera.
Nadie que haya visto los ojos de un matón siendo puñeteado en la nariz no puede no ver la belleza de algo así. No hay nada gratuito en este libro. Este libro es glutamato, la historia está más cerca de lo que esperas a veces y creo que lo notas.
Revancha está hecha como música pop, para que no te des cuenta del curro que hay detrás, para que la gente pase páginas y sobre todo para que lo pueda leer todo el mundo. Que no tengas que tener una carrera para leerlo, ni notas al pie posmodernas ni que entender lo que era el postestructuralismo.
Volviendo a los personajes, el tema de la clase social es determinante. Se puede entender por qué Amador y César acaban dedicándose a la violencia. No es tan fácil hacerlo con el Cid, un pijo de la parte alta de Barcelona que sí es prácticamente un psicópata.
Yo no escribo libros con tema, escribo libros con personajes e historias. Los temas son luego. Este es un libro que es un claro revulsivo contra la mirada ejemplarizante de la izquierda progre clasemediera sobre los chungos y la gente que se pasa al lado que no le gusta de la política sin reparar en cuál es la trayectoria que les ha llevado hasta allí.
Es muy fácil pintar a la gente con malignidad innata, como la encarnación del mal tipo Hitler. Sin conocer su biografía no puedes juzgar ni condenar a nadie. Y yo no soy un escritor naturalista, ni de realismo social y desde luego no soy ni edificante ni ejemplarizante. Pero una de las cosas que puedes sacar de esta novela es que la carrera está trucada y que si la gente se vuelve chunga, aparte del 1% psicopático que existe, hay que examinar las condiciones y por qué estuvieron allí.
A el Cid también le han hecho daño. Lo que pasa es que los pijos en la carrera tienen un par de centenares de metros si no media maratón ganada, pero el daño y el abuso está en todas partes. Y el potencial de abuso es inmensamente mayor si eres una trabajadora sexual, un trabajador manual no especializado, si eres alguien que ha vivido en un barrio de mierda o con una familia desestructurada de raíz. Pero sí está el elemento burgués destruido.
¿De dónde sale la jerga que hablan entre los miembros de Lokos?
Se me ocurrió casi al terminar la novela, no estuvo al principio. Primero, me la he inventado y segundo viene de haber utilizado una jerga juvenil pero que era otra. Si vives en un entorno cerrado de pandilla, de barrio, inevitablemente surgen unos localismos y un slang íntimo que viene de juegos, de conflictos, peleas y de personajes exóticos del barrio. Yo de adolescente, sin intelectualizarlo en absoluto, desarrollé una jerga con mis colegas. Al final esas palabras son un código muy reconfortante, he de decir.
Desde un punto de vista crítico-periodístico se pasa muy rápido a pensar que todas tus experiencias son bibliófilas, pero mi mundo no lo es. Yo escribo novelas que no vienen de novelas y la jerga esta no viene de libros que he leído. Pero este libro no va de mí, y por tanto lo que cogí fue el concepto de una jerga privada y me la inventé completamente para que no me recordara nada a mi circunstancia.
Que la novela no hable de usted es un cambio con respecto a las anteriores.
Creo que el proceso que acaba en Revancha empezó con Antes del huracán (Anagrama, 2018), donde yo como narrador desaparezco del texto. Es un esfuerzo consciente, técnico y de oficio para eliminarme a mí y mi opinión de mi novela. Porque con el tiempo me di cuenta de que mi presencia en el texto, incluso de novelas a las que tengo mucho afecto y que me gustan como Cosas que hacen BUM (Anagrama, 2007) o Rompepistas, era un estorbo. Un tío que habla demasiado y que no puede evitar al final de un párrafo decirte lo que tienes que pensar, orientarte hacia dónde tienes que interpretar lo dicho.
Son cosas que son de manual y cuanto más escribes, más te das cuenta de que lo prieto y lo compacto es mejor. Soy un cafre no universitario, me ha costado cinco novelas entenderlo. Creo que he quebrado el código de la narrativa para realmente traspasar unas emociones, unas vivencias, un bagaje y unas cosas que he visto a donde quiera. Antes no podía. Revancha no es mi vida, pero es mi odio.
También ha desaparecido el humor, un elemento de peso en sus otros libros.
Es mi novela menos humorística por antonomasia, por definición. Esta novela nació sin humor. Sí que hay, pero es tan retorcido, tan personal y tan sutil que no se puede ver. A no ser que te haga gracia cómo hablan los chungos. No la jerga, sino el habla iletrada, marginal, del lumpen sin esperanza. Pero esa es una risa de pijo. Es que nunca has hablado con esa gente, porque esa gente habla así. Es muy difícil, no creo que se puedan reproducir diálogos como los que yo hago sin haberlos oído. O sin haber hablado muchas veces con gente que habla así.
Entonces, ¿para alguien que no haya vivido nunca en ese ambiente es complicado entender que la vida puede ser así?
No quiero parecer faltoso, pero en los últimos años veo que se habla de novelas de barrio pero son de Barrio Sésamo ¿no? Porque toda la gente es guay, entrañable. Y todo el mundo lee. Pero: ¿Dónde está el poli de la escalera? ¿Dónde está el borracho violento? ¿Dónde está la gente sin esperanza ninguna? ¿Dónde están los garrulos alucinantemente divertidos que no habían tocado un libro en su puta vida y que le partían la cabeza a cualquiera que se le cruzara? ¿Dónde está el padre que pega al hijo? ¿Dónde están las cosas que son de barrio? No se vale, no se puede pretender hacer esto y llamarlo novela de barrio, esto no funciona así.
Claro que hay gente guay en el extrarradio y claro que hay gente guay en los barrios por chungos que sean. Pero es flirtear con palabras, que decía Natalia Ginzburg y estás mintiendo, básicamente. La gran ironía de esto es que estas pretendidas novelas de barrio intentan ser naturalistas, mientras que las mías, basadas en mito y folclore, resultan ser la puta realidad. Creo que es una paradoja insalvable y de clase, además. Es lo que la izquierda progre quiere creer, que todos los que votan a tal son ultravillanos horribles que han hablado con Satán. Un clasemediero quiere creer que un barrio siempre es entrañable. Parecen como fábulas, la gente humilde, la sal de la tierra. Y eso me parece una mierda y me parece obsceno, la verdad.
Y la pregunta del momento: ¿Cómo ve el futuro de la industria cultural teniendo en cuenta la crisis de la pandemia?
Poniendo por delante las consideraciones de que las bajas y que la gente esté enfermando no mola, diría que las crisis no son saludables pero todas obligan a un replanteamiento de algo. Y terminan con la inercia, eso es de cajón. Para muchos artistas ha sido cataclísmico, podríamos hablar durante horas del patronazgo y de la relación de las entidades con la cultura y de por qué se dejó morir el teatro y se ha sobrerrepresentado la literatura.
Pero en lugar de meternos en eso, yo creo que las crisis obligan a replantearte cosas, por qué estamos haciendo esto. ¿Tiene sentido patearme el país, y hablo de forma puramente personal, para vender dos libros? De golpe hay nuevas formas de hacerlo, montando vídeos y llegando a mogollón de gente, buscando otros encuentros. Mil cosas que no se te habrían ocurrido si no llegas a tener delante un momento extremo.
Siempre pienso que esta es una crisis de la que se puede salir y de la que pueden salir cosas chulas si ves la manera hacia dónde reorientarlo todo. También hay cosas que caerán, evidentemente. Cuando hubo la gran crisis de piratería, las primeras en caer fueron las mierdas. Es verdad que al final fue tan gorda que también pillaron a Fugazi. Pero de lo superfluo y de lo adiposo es de lo primero de lo que te desprendes. Está claro que lo primero que va a caer va a ser Alejandro Sanz, no tus grupos punk favoritos. Caerá la mierda y después se resentirán tus grupos punk, pero saldrán nuevas formas de hacer.