La tercera novela de Pipi supone otra sucesión de anécdotas incómodas y desencuentros sexuales que marcan distancia con los pasajes más problemáticos de Chorromoco 91, aunque Colubi defiende que "no hay una diferencia de discurso entre los libros" y trata de contextualizarla. "Los tiempos han cambiado, necesariamente, y está claro que hay mucho que hacer en cuestiones de machismo, pero en lo que se refiere a Pipi… estamos hablando de alguien que es, cordialmente, un pobre hombre. Un hombre abrumado y sorprendido".
Un hombre que en Dispersión alcanza los cuarenta años —a diferencia de California 83 y Chorromoco 91 el libro cubre cerca de una década, lo que explica la ausencia de número en el título— sin tener nada muy claro más allá de una necesidad constante de evasión que los personajes de Welsh solían satisfacer con droga y crimen. Pipi, por su parte, solo tiene la música y el sexo a mano. Por momentos, Dispersión parece preguntarse si eso es suficiente.
Una y otra vez, Colubi pide que tomemos con distancia su identificación con Welsh. Hablar de este autor son "palabras muy mayores" para él, y solo quiere sugerir que sus personajes buscan lo mismo. Lo cierto es que sus estilos son muy distintos; frente al texto feroz y rápido del escocés Colubi recurre al contraste entre la sobreadjetivación culterana y lo escatológico.
"Usar un lenguaje casi del Siglo de Oro, con adjetivos como 'vivaracho' o 'casquivana', le da una especie de empaque a un acto totalmente soez". El estilo recargado de Colubi, siempre bordeando ese ruidoso 'zasca' con el que ha cimentado su papel en el programa Ilustres ignorantes, puede incluso encapsular la temática de sus novelas. Ese protagonista que recurre a múltiples y llamativas estrategias para huir del vacío.
"El título 'Dispersión' refleja ese estado de ánimo en el que no sabes exactamente hacia dónde tirar. Cuando tienes varias opciones y todas son igual de odiosas o de apetecibles es inevitable dispersarse, fusionarse con el sofá. Lo que late en estos libros, y en Dispersión especialmente, es la falta de aptitud de Pipi para enfrentarse a los problemas", prosigue. "Él los parchea, los esquiva, porque cualquier atisbo de compromiso le agobia. Es un ser que se limita a buscar su propia felicidad, en la medida de lo posible sin dañar a los demás".
Dispersión, luego de que California 83 y Chorromoco 91 abordaran la adolescencia y los años universitarios, coloca a Pipi en el punto máximo de su desorientación. Pero no se queda ahí: por imperativo biográfico, la novela de Colubi ha de tratar cómo su autor empezó a divisar una salida profesional, aquí concretada por la publicación de un ensayo (La tele que me parió en la vida real) y sus primeras apariciones en programas televisivos.
Por mucho que a Pipi le incomode, todo avanza. Las responsabilidades aumentan, la espontaneidad se diluye, y de repente se encuentra no únicamente lidiando con la posibilidad de irse a vivir con su pareja, sino también siendo sorprendido por la muerte de sus padres. Dispersión da paso entonces a una tranquila melancolía, que encuentra su máxima expresión en lo relativo al tiempo y la amistad: ese reencuentro con un colega al que no ve desde hace diez años, y que contra todo pronóstico resulta ser emotivo y revelador.
Dispersión, defiende Colubi, "es un canto a ese tipo de amistad sin compromiso, de libertad y sinceridad. De comodidad en la trivialidad, donde puedas hablar del tiempo si te apetece". Colubi nos habla de una subjetividad masculina en colapso controlado, superada por las circunstancias, más cercana finalmente a la neurosis de un Nick Hornby —o a la serenidad de un Richard Ford— que a la violencia nihilista de Welsh. Lo que no quiere decir, claro, que esta dócil forma de habitar el mundo no se tope de vez en cuando con abruptas explosiones.
"Yo no solo hago chistes sexuales", defiende Colubi, para seguidamente admitir que es donde se siente más cómodo. "La primera regla de mi humor es que sea autolesivo, que tú te pongas en el lugar del humillado, y quiero pensar que todo el mundo, en el fondo, está de acuerdo con que juguemos a decir esas cosas, sin ser tomadas en serio".
Colubi se ampara en esta supuesta humillación para, en última instancia, sortear las difíciles connotaciones de los actos del protagonista. Su perspectiva eclipsa así el papel de las mujeres y suscribe, en última instancia, una radiografía del malestar masculino que depende exclusivamente de la autocrítica.
Como su personaje, Colubi se refugia en el atolondramiento, en esa figura de "pobre hombre abrumado", para afrontar la difícil conexión de Dispersión con el presente. Y en esta coyuntura son, de nuevo, los chistes relacionados con secreciones y excrementos los más eficaces. En consonancia al tono crepuscular de la propuesta, Colubi esboza abiertamente en sus últimas páginas un diagnóstico de por qué este humor es tan liberador, y lo hace al hilo de una actuación de Marianico el Corto descrita poco menos que como una epifanía.
Las carcajadas del protagonista se retroalimentan con las del público, construyendo una experiencia comunitaria que Colubi defiende férreamente y asocia a la otra gran vía de escape para Pipi: la música. Nuevamente, cada episodio de la novela está titulado con una canción. Nuevamente, acompañando la publicación de Dispersión, Colubi ha diseñado una lista de Spotify con los temas que surcan sus páginas. Porque, antes que filósofo generacional o guarro profesional, Colubi es un melómano.
"Creo que la música es, más que un hobby, algo intrínseco a mi vida", declara el escritor. En Dispersión Pipi pincha en bares, acude a conciertos e incluso prueba a montar un grupo, con catastróficos resultados. Pipi prefiere ser espectador. Alguien pasivo pero siempre dispuesto a maravillarse, y esto es especialmente cierto en el caso de la música.
"Hay una expresión que me da rabia, y esta es 'la música de mi época'", dice Colubi, ya transmutado totalmente en Pipi. "Como si solo hubiera una época en la vida en la que escuchas música, y que siempre suele corresponder con cuando eras joven. Parece que a partir de cierta edad ya dejas de escuchar música, o solo escuchas la de los ochenta, como es el caso de mi generación".
Resulta curioso leer Dispersión hoy, ante todo, por la importante presencia de la música en vivo en sus páginas. Pipi la reverencia en todas sus formas y géneros —disfrutando tanto de los Black Crowes como de Rocío Jurado—, y su creador asegura que no se llegó a plantear su recepción en tiempos de pandemia. Cómo sería leer ahora sobre esas celebraciones multitudinarias, que ponían en común una pasión y un impulso vital.
"Puede ser un buen ejercicio de nostalgia, pero de nostalgia proactiva”, defiende Colubi. “Nada de esa nostalgia a la que te abandonas y dices 'aquel tiempo pasado'. Aquel tiempo pasado tiene que volver. Necesitamos que vuelva".