Lo hace a través de una historia escrita "desde las tripas, con mucha libertad y mucha intuición", que muestra los sentimientos y los miedos más íntimos de aquellos que lo tienen aparentemente todo, de una forma tierna e, incluso, cómica.
En el libro dice que una buena novela es la que no sabes dónde te va a llevar. ¿Dónde le ha llevado Hombres que caminan solos?
Cuando comencé a escribir no tenía una idea preconcebida sobre lo que quería hacer. Lo he escrito con mucha liberta y mucha intuición, mirando dentro de mí en cada momento. Me ha llevado a aquel lugar en el que mentalmente me encontraba, a diferentes personas que conocía y he ido adaptando para que encajaran. A pesar de que hay mucho viaje y mucho movimiento, es una mirada muy íntima. Al principal lugar al que me ha llevado es a mí mismo.
Aborda el tabú de la depresión, una enfermedad que cataloga como un pecado en el mundo capitalista. ¿Por qué cree que es así?
El depresivo deja de producir y, en gran medida, de consumir. Esos son los dos pilares que sustentan nuestro sistema: la producción y el consumo. El depresivo no cumple con ninguna de las dos pautas de comportamiento más arraigadas que tenemos. Esta no es una reflexión que uno se hace de forma directa, pero es una de las razones por las que la depresión está mal vista.
También existe cierta culpabilidad ante la depresión en vidas aparentemente perfectas, como la del protagonista del libro. ¿José ha superado esa fase?
Todos estamos ahí. Esa desorientación o esa incapacidad de entender lo que nos sucede, cuando tenemos más o menos todo en una sociedad próspera, multiplica la culpabilidad y hace que el vacío sea aún mayor, porque no entendemos muy bien cuáles son las causas de la infelicidad o la tristeza. Si existe una causa, uno la comprende y la analiza, pero creo que es común que muchas personas se encuentren abatidas, pese a que tienen más o menos de todo, porque no encuentran una dirección en sus vidas.
¿Las expectativas tienen que ver con estos sentimientos?
De un lado, las expectativas. Y de otro, que hemos experimentado una ruptura con el modo de vida y los comportamientos pasados, más o menos tradicionales hasta fechas recientes. Ya no nos podemos comportar como nuestros padres o nuestros abuelos. No podemos replicar ese modo de vida, porque las pautas de comportamiento ya no son útiles. Hay nuevas pautas que todavía no terminamos de comprender muy bien y eso lleva a esa desorientación que está retratada en la novela.
¿A qué nuevas pautas se refiere?
A instituciones que hasta hace muy poco funcionaban muy bien: el matrimonio, al religión, la hipoteca... Tenían unas reglas propias que, si cumplías, te marcaban un camino: vete a la Universidad, porque conseguirás un empleo mejor que el de tu padre; cásate y será para toda la vida; etc. Antes, la incertidumbre era idéntica, pero la gente seguía unos caminos trazados que conducían a un lugar cierto. Ahora, ¿qué reglas hay que seguir para alcanzar prosperidad laboral? Sinceramente, no las sé. En las parejas, ¿tenemos que tener relaciones poliamorosas? ¿Qué hay que hacer? Esa insatisfacción que aparece en el libro viene dada porque esas pautas no se pueden seguir y las nuevas no se han construido todavía. Estamos en ello: en cómo nos relacionamos entre hombres y mujeres y en otras muchas cosas que aún estamos aprendiendo.
¿Esas instituciones funcionaban bien o era a lo que la gente estaba abocada? ¿No tenemos ahora más libertad que nunca para elegir el modo de relacionarnos y vivir?
Eran instituciones que asfixiaban y generaban unas dosis de infelicidad importantísimas, que no las quisiera para mí, pero si que te daban un camino hecho. Al menos, obtenías cierta ausencia de miedo al futuro. Estaban machacados por el sistema, incluso robados por él, pero no desorientados. Cuando leemos novelas, vemos películas o nos fijamos en la vida de la gente más progresista de aquella época, incluso ellos seguían ese camino: en su entorno privado las relaciones de pareja eran bastante tradicionales, los hijos llegaban a una edad temprana, se compraban una casa... No había diferencias esenciales.
En el libro encontramos a hombres que encajan en alguno de los estereotipos de 'hombre', como Mario, un triunfador en los negocios, o el padre del protagonista, un cabeza de familia trabajadora. Cuando les quitan eso, es cuando se sienten más perdidos.
Esos personajes están viviendo los estertores de ese mundo del que hablaba. Nos causa entre risa y algo parecido a la compasión ver cómo se aferran a ese ocaso de las pautas de comportamiento tradicionales. El narrador es un hombre joven que no puede replicar ese mundo. Ellos nos causan ternura porque sabemos que están fuera del mundo, pero en un lugar seguro.
¿Cree que se tipo de masculinidades se están superando?
Los cambios no son de la noche a la mañana y los últimos coletazos pueden durar muchos años. Son formas de comportamiento que van más allá del último siglo y no van a desaparecer en una generación. Esa es otra de las cosas que pienso y que en el narrador se ve. Por mucho que él tenga una idea de sí mismo o del mundo en el que vive, lleva una mochila de la que hace por desprenderse, pero las cosas no surgen de forma automática. Sería muy arrogante decir que aquello que nosotros intelectualmente pensamos está en nuestros comportamientos. No somos seres capaces de comportarnos plenamente según el ideal que tenemos en la cabeza. Llevamos muchas cosas encima y un buen paso es reconocerlas, verlas, nombrarlas y, en la medida de lo posible, desprendernos de ellas.
Esa mochila también va cargada de privilegios para los hombres.
Por supuesto. Eso es indudable. Imagino que eso en el libro se ve menos, pero tampoco pretendía hacer una tesis sobre la masculinidad ni nada por el estilo. Si lo hubiera pretendido, de inicio habría una visión coral del universo masculino, pero no lo pretendía ni me hubiera gustado. Cuando leo novelas que tratan un tema concreto en las que quieren meter todo aquello que ocurre respecto a ese tema, me aburro bastante. No quiero hacer una tesis, pero si me preguntas: evidentemente, en la mochila hay una parte negativa y luego el privilegio, que es tan evidente que no hace falta nombrarlo.
En la novela, el protagonista se reencuentra con el barrio, una vida que para él ya no existe. ¿Hay una generación de hijos de obreros que, gracias al esfuerzo de sus padres, ha accedido a una posición mejor y se han desconectado de ese mundo y esas redes, volviéndose más individualistas?
El individualismo es un rasgo evidente de nuestra sociedad a diferencia de la de nuestros padres. Tenemos otras redes de apoyo que no son expresamente las vecinales o familiares. Hacer apología de las redes de apoyo vecinales más primitivas no me parece del todo acertado. Esa gente echaba mano del vecino porque el sistema público estaba todavía dando sus primeros pasos. Todo ese romanticismo que puede haber en la novela está bien para una novela o para los retratos de una época, pero las redes de apoyo deben ser mucho más sofisticadas. El progreso tiene que ser otra cosa. Por ejemplo, las plataformas antidesahucios surgieron porque el Estado no estaba dando soluciones al problema de la vivienda. Es bonito de ver, es emocionante, es romántico, pero es también el síntoma de que el Estado no está llegando donde tenía que llegar. Tiene que haber estructuras avanzadas, no vecinales.
Esas redes se han visto durante la pandemia.
Sí, ahí se ha visto. Es una situación excepcional, en otros casos quizá sea más evidente. Lo escribo en esta novela y también en la anterior. Esas redes son bonitas pero me gusta decir que a veces la idealización o un retrato excesivamente romántico del pasado puede cubrir cierto conservadurismo. Hay que tener cuidado con eso. Los vecinos se comportaban así porque el sistema estaba poco desarrollado. Si ahora los vecinos tienen que echar un cable es porque algo no está funcionando. En la novela anterior hablaba de las chicas de la limpieza, que era un retrato de una época muy concreta. Ahora están muy vigentes las kellys. No nos quedemos en el pasado, miremos a los problemas actuales y a cómo el sistema público tiene sus defectos.
Otra cosa que la pandemia ha puesto de manifiesto es la escasa atención a la salud mental. ¿Es algo sobre lo que ha reflexionado durante estos meses?
Desconozco la respuesta de los servicios públicos al tema de la salud mental. Supongo que al ser una enfermedad más silente, queda más al margen de otras necesidades de las personas. Parece que es algo que tenemos que solucionar de forma privada. "Si estás triste, ponte contento, escucha música, haz aromaterapia y sal con los amigos a tomar una cerveza porque la vida es maravillosa". Es una forma de decir "es un problema privado, soluciónalo tú", cuando es un problema colectivo.
Eso también impide que se supere ese silencio alrededor de la depresión
Es un sistema bastante perverso, porque con ese mismo argumento puedes solucionar cualquier problema. El criterio de que el sujeto tiene en sus manos la capacidad de superar cualquier problema es muy peligroso. Todo parte de cierta noción de verdad: si te rompes una pierna en tus manos está también moverte y ejercitar los músculos. Sobre esa pequeña parte de verdad se puede construir la idea de una enfermedad y una respuesta pública peligrosísima a esa enfermedad.
La novela nos lleva también a Tinder, ¿estamos cultivando más nuestra identidad digital que nuestras relaciones personales?
En la pandemia, ¿qué decirte? –risas–. No tenemos identidad personal, la digital es prácticamente la única. Cuando vemos a alguien casi no sabemos ni cómo comportarnos porque hemos perdido el sentido de quiénes somos y qué es lo que tenemos que hacer. Si te refieres en general a antes de la pandemia, las relaciones sociales y el medio que utilizamos para conocernos y relacionarnos han cambiado mucho. La identidad digital está adquiriendo una importancia absoluta, incluso con una doble, triple o cuádruple personalidad. La gente es distinta en Linkedin, o en Tinder, o en Twitter. Es una especie de deconstrucción de la personalidad, como si fuéramos personajes o heterónimos de Pessoa. Tenemos múltiples personalidades, dependiendo de la red social. Eso nos consume una cantidad de tiempo y conocemos a una cantidad de personas que es para pensar: ¿quién soy yo?
La periodista francesa Judith Duportail publicó un ensayo –Tinder es el demonio: sexo, capitalismo y patriarcado– en el que decía que las apps para ligar son el último gran triunfo del capitalismo. ¿Coincide con esa afirmación?
Es la prueba más evidente de esa idea de que el capitalismo llega a cualquier rincón y es capaz de convertir en producto al Che Guevara, pero también nuestra intimidad. Es capaz de hacer dinero de un rincón que hasta ahora no había penetrado el capitalismo o era difícil que lo hiciera. Es una prueba evidente de la fuerza del capitalismo. Es un sistema que se cuela y es capaz de convertirlo todo en producto.