Hay en España 5.002 pueblos con menos de 1000 habitantes. Puebla de la Reina tiene hoy 724, 17 menos que en el penúltimo padrón. Quedan lejos los sesenta, cuando superaba con holgura los 2000 vecinos. Ainhoa Rodríguez aterrizó en este lugar de la extremeña Tierra de Barros con la idea de convertirlo en su particular Cinecittà. Pasó un año haciéndose con el lugar y sus gentes. "Era importante vivir allí y formar parte de la comunidad", comentaba al presentar su obra.
Lo primero que hizo fue crear un taller de cine centrado en la representación normativa de la mujer. "Encontré una familia. Nos hicimos amigas", señala la directora. "Es un pueblo pequeño en el que nunca pasa nada extraordinario, y nos puso a todas patas arriba. Somos amas de casa normales y corrientes de un pueblo pequeñito. Y ella es una gran directora que nos ha hecho actrices", explicaba este domingo Carmen Valverde, una de las actrices no profesionales de Destello bravío. Es la presidenta de la asociación de mujeres de Puebla de la Reina: en la película y en la realidad.
La película refleja "la historia de un pueblo suspendido en el tiempo, en descomposición, que sueña con su infancia perdida, y de mujeres que aguantan el peso de tradiciones heredadas pero que poseen una fuerza física, soñadora y sexual que va a mover montañas", resume la directora.
Destello bravío deslumbra por la radicalidad de su propuesta: en medio de ninguna parte pasan cosas, muchas veces extrañas e inexplicables. Rodríguez huye del canon simpático del rural español que fijó Amanece que no es poco, y encuentra el tono en lo místico y lo misterioso, más cercano a Twin Peaks que a ningún sitio.
Bajo el misterio de lo concreto subyacen las incógnitas esenciales, que solo se pueden responder con las leyendas, la fábula y la religión. "La fabulación es esencial en cualquier sociedad para encontrar un sentido a la existencia. En una tierra de campo, encinas y sol extremo hay que fabular para volar lejos". Por eso, de entre las casas de Puebla de la Reina destaca siempre la Iglesia y cuando no se sabe qué hacer se reza un Ave María.
De este ambiente de hule, vajilla duralex y cristos de cabecera emerge una sensualidad carnal, sintetizada en uno de los momentos cumbre, un baile rodado en slow motion. "Estéticamente puede ser una escena buñueliana o felliniana, pero es el polo opuesto porque es una oda al placer femenino. Las mujeres tenemos sexualidad más allá de los treinta, y si el audiovisual no lo recoge se invisibiliza", apunta la directora. "Soy una mujer que siento lo que tengo que sentir, pero esto en el pueblo no se puede decir porque te toman como la fresca", lamentaba Isabel María Mendoza, otra de las protagonistas. Siempre quiso ser artista, pero su madre la advirtió: "Hija, eso no, que no está bien visto".
La película de Rodríguez acaba resultando una reivindicación de la mujer rural y de su libertad. "Hacer cine es una cuestión política. Es hacer cine local, con acento extremeño para marcar la idiosincrasia, con mujeres reales, seres humanos y cuerpos reales alejados de lo normativo". Destello bravío es, en palabras de su directora, el relato de una trágica amenaza: "La desaparición del tipo de vida tradicional y la llegada del mundo globalizado".
Destello bravío no está sola en su reivindicación de la vida rural. En una escena de la comedia Con quién viajas, la protagonista comprueba que la estación de servicio en mitad de ninguna parte no está abierta. "¡Puta España vaciada!", se queja. Años después de La España vacía, se ha impuesto la evolución del término para significar que los procesos demográficos no son neutrales. Tras un año en el que muchos quisieron huir del virus poniendo tierra de por medio con la ciudad, la identificación de lo rural como espacio místico, de descubrimiento y de redención, es, de momento, una de las notas dominantes de la segunda edición post-pandémica del Festival de Málaga.
Un ejemplo: el retorno al pueblo (retratado gráficamente en el atasco para salir de la ciudad) es el trasfondo de Live is life (Daniel de la Torre). La aldea gallega y su espectacular paisaje, reflejado a golpe de dron, son un elemento central de la historia de sus protagonistas, cinco chavales de ciudad que se reencuentran cada verano. Si en Cuenta conmigo buscaban a un muerto, aquí es una planta. Hay referencias indisimuladas a Los Goonies, hogueras de San Juan, bicicletas y bollycaos, así que el resultado es una gozosa reivindicación del pueblo como patrimonio sentimental de toda una generación, los hijos del éxodo rural español, a los que en el pueblo se ve como endomingados incapaces de mancharse el pantalón.
También La casa del caracol (Macarena Astorga) plantea el encaje del forastero, en este caso un escritor que busca inspiración en un (inventado) pueblo de la serranía malagueña. "Ustedes, los de la ciudad, se creen invencibles, pero luego son los primeros en caer", le espetan al protagonista.
Por su parte, el protagonista de La ciudad de las fieras (Henry Rincón) huye al campo a la fuerza. La cinta retrata la dureza de la vida en las calles de una ciudad colombiana, que podría ser muchas urbes latinoamericanas. Para evitar la muerte, Tato cambia los reñideros de gallos y rimas por el trabajo duro entre el barro. Pero el retorno al campo exige también un aprendizaje, porque en la ciudad hay quien, como Tato, ha olvidado que para meterse en el fango hay que calzarse las botas.
Para las siguientes jornadas aguardan, fuera de la sección oficial, Bosco (Alicia Cano), Sedimentos (Adrián Silvestre) o Samichay (Mauricio Franco). La primera es la historia de un bosque, la segunda registra el viaje de seis mujeres transexuales a un pequeño pueblo leonés y Samichay hace el camino inverso: desde lo más agreste de la cordillera andina, Celestino y su vaca emprenden un viaje sanador a la ciudad.
En esta ola campestre, el festival ha entregado también el premio Málaga Talent a Oliver Laxe. El director, que se fue a vivir a la aldea en la que rodó O que arde, es quizá el antecedente más inmediato y sólido de la tendencia que ahora se vislumbra en Málaga: un retorno a lo rural, semillero inagotable de emociones, colores, sensualidad e historias. Tantas como pueblos hay.