El nuevo ministro, sin experiencia en el sector pero sobresaliente negociador, asume una cartera desvencijada tras un año y medio de descrédito. Iceta tendrá que recuperar la confianza de la industria culturales, que nunca reconocieron a Uribes como representante comprometido, y resolver el Estatuto del Artista. Pedro Sánchez repite perfil y prefiere un hombre de confianza en un Consejo de Ministros dividido a un experto en el asunto. Las habilidades políticas de Iceta pueden suponer un motivo de esperanza en el sector cultural para resolver, sobre todo, con la ministra de Hacienda. Esperan un ministro eficaz y ejecutivo, con menos retórica y más soluciones.
Nadie esperaba que Pedro Sánchez llamara a José Guirao, camino de Moncloa, para darle el ''besos y ciao''. José Manuel Rodríguez Uribes llegó hace un año y medio al Ministerio de Cultura y no ha pasado un día sin que el sector no haya echado de menos al sustituido. Sobre las razones del nombramiento cada cual explica su propia versión, pero nadie puede explicárselo. Uribes era un extraterrestre aterrizado en la cultura, que carecía de los mínimos conocimientos y cuyo perfil tampoco era el de gestor. Antes de ocupar brevemente la Delegación del Gobierno en Madrid, había sido director del Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas y su cargo más duradero fue la Dirección General de Apoyo a las Víctimas de Terrorismo. Estaba habituado a representar, a inaugurar, a hablar sobre los valores humanos, pero no tanto a gestionar.
En el Ministerio de Cultura tuvo el firme convencimiento de prolongar su agitada agenda diplomática como se pudo ver antes de que el coronavirus acabara con todos los planes. En los inicios de su mandato se reconoció y definió en público como el primer ministro en acudir a los Premios Feroz de cine. Y lo repitió porque necesitaba que las industrias culturales creyeran en sus capacidades para defender sus intereses en el Consejo de Ministros. El sector sospechaba del nuevo equipo porque el ministro no se hizo acompañar por personas que suplieran sus carencias en estos terrenos. Ni la directora del gabinete, Mónika Serrano, ni la subsecretaria, Andrea Gavela, tenían el más mínimo conocimiento de las necesidades de la cultura. Los presagios empeoraron con el rescate de Javier García Fernández, al que José Guirao le obligó a jubilarse cuando cumplió los 70 años. El Ministerio de Cultura ha logrado mantenerse en contacto con sus representados gracias a las directoras generales que atendían a las industrias, con Adriana Moscoso, Beatriz Navas, María José Gálvez, Lola Jiménez y Amaya de Miguel.
Guirao se ofreció a explicarle las reivindicaciones y los asuntos en marcha el día del traspaso de carteras, pero Uribes no atendió el favor. La primera consecuencia de la crisis del Ministerio no tardó en llegar. Carmen Cervera aprovechó el cambio para romper el acuerdo que había cerrado con Guirao y se llevó Mata Mua, de Gauguin. Con el permiso de García Fernández, Cervera logró convertir el cuadro en un rehén para cerrar una negociación de alquiler de 20 años a cambio de 120 millones de euros, cuya firma se retrasa más de lo que esperaba la dueña de los cuadros.
Pero si por algo será recordado José Manuel Rodríguez Uribes al frente del Ministerio de Cultura será por la rueda de prensa en la que empleó una arriesgada cita de Orson Welles: ''Primero va la vida y luego, el cine, pero la vida, sin cine y sin cultura, tiene poco sentido y es poco humana''. La pandemia atravesaba por su momento más crudo y Uribes recordó que la prioridad no era la cultura. De hecho, las primeras medidas decretadas por el Gobierno para ayudar a los españoles dejaban al margen a los trabajadores de la cultura, que invitaron a un apagón en redes contra su gestión. Alguno lo calificó de ''rabieta'', pero lo cierto es que logró que el sector fuera atendido en su primera reivindicación: que la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, se uniera a la reunión en la que expondrían las peticiones de urgencia. Pasaban los meses, faltaban las medidas y los columnistas de periódicos se preguntaban qué fue del ministro de Cultura, mientras él se centraba, paradójicamente, en eventos e inauguraciones para que el sector lo viera.
No se recuerda hasta esta legislatura una proposición no de ley aprobado casi por unanimidad para reclamar a un ministro que trabajara y resolviera el Estatuto del Artista. Cuando el PNV reclamó en el Congreso que dejara de dilatar la solución el ministro tenía los días contados.