Cuenta su nieta Elena Furiase en el prólogo del libro que cuando eran pequeñas ella y su prima Alba Flores la llamaban 'Oleole', “porque siempre que Oleole nos veía se ponía a jalearnos moviendo las manos y dando palmas al compás de un 'ole, ole'. Así que este apodo se lo ganó ella solita, a pulso”. También escribe que los domingos en la casa de Lola Flores se comía cocido madrileño y añade: “Tiene gracia, ella de Jerez y él de Barcelona, pero sí, nos daban cocido. Cuando llegábamos por la mañana, yo subía corriendo a su habitación y allí estaba ella, como una reina salomónica, sentada en la cama y rodeada de ropa, zapatos y complementos”.
Como ya hizo en Camarón. La leyenda del tiempo (Lunwerg, 2020) Sete González ha plasmado en sus ilustraciones la vida de la bailaora. 'Lola Flores. El arte de vivir' nació a partir del éxito del anterior libro, en el que Lolita firmaba el prólogo donde contaba la estrecha relación entre su madre y Camarón. Sete González nos explica que fue en la presentación del libro de Camarón cuando se le ocurrió hacer la bio ilustrada de Lola. “Para documentarme hablé con Lolita. Ella me facilitó un ejemplar tachado, escrito y manoseado de 'Lola en carne viva' (Temas de Hoy, 1990), la biografía que escribió Tico Medina. Por la letra diría que eran anotaciones y subrayados de la propia Lola”. El ilustrador también afirma que la docuserie de Antena 3 'El Coraje de vivir' (1994), en la que la artista narra su propia carrera también ha sido crucial para trazar el recorrido de su historia.
La vida de Lola Flores tiene mucha literatura: María Dolores Flores Ruiz nace en el mítico barrio flamenco de San Miguel, en el municipio de Jerez de la Frontera, el 21 de enero de 1923. “Su madre era nieta de un gitano. Lola, muy a su pesar, solo tenía un cuarto de sangre gitana. Es decir, era lo que en calé se suele llamar cuarentona”, afirma Sete González, que asegura que se crio entre gitanos al ritmo de palmas y bulerías, y montada en las mesas del tabanco que regentaba su padre. Lola Flores fue consciente siempre de los prejuicios racistas, y en sus palabras: “A los gitanos se les acusaba de todo y en aquella época, si había un crimen, les acusaban los primeros y para poder subsistir acabaron haciendo canastos en los ríos. Algunos tienen un sexto sentido, si hubiesen tenido la misma oportunidad que los payos, hubiesen llegado muy lejos”.
El debut como cantaora y bailaora fue recién acabada la Guerra Civil en el Teatro Villamarta de Jerez en el que rezaba el cartel: “Lolita, imperio de Jerez: joven canzonetista y bailarina”. El espectáculo era Luces de España, del que también formaba parte Manolo Caracol, que allí quedó prendado de ella. En 1940 Lola viajó con su madre a Madrid para grabar la primera película, Martingala, y ya se quedó en la capital para recibir clases en la academia del maestro Quiroga. Los comienzos no fueron fáciles, y hasta la propia Concha Piquer le cerró la puerta en las narices cuando la joven Lola intentó saludarla en sus camerinos.
Pero, según Sete González, en 1943 ya se comía los escenarios: “Lola lanzó el espectáculo 'Zambra' junto a Manolo Caracol, que entonces ya era un cantaor reconocido y su pareja. Ella presumía de ser quien había contratado al divo, y no al revés”. Es por eso que en los carteles del show el nombre de la mujer va el primero. Los números más importante de 'Zambra' fueron las canciones compuestas por Quintero, León y Quiroga: 'La niña de fuego' y 'La Zarzamora', que tantas alegrías y proyección les dio.
“Cuando venía gente del extranjero a visitar España, Franco llamaba a Lola para que actuara. Franco quería mostrar buen espectáculo flamenco siempre”, afirma el ilustrador, que en el libro cuenta cómo ante las cámaras del NO-DO Lola Flores firmó un contrato multimillonario con la productora española Suevia Films para actuar por América y grabar películas. En 1952, ella cruza el charco rumbo México y allí graba ¡Ay pena, penita, pena!, película y canción que la catapultó a la fama y al estrellato mundial. Su estancia en América fue determinante para la artista, de hecho, uno de sus más reconocidos apodos, 'La Faraona' , viene del título de una película que protagonizó en México en 1956.
Cuenta el autor que cuando regresó de América fue recibida con honores y como una estrella internacional: “En los años cincuenta se consolidó el mito de Lola Flores en la sociedad española y en el extranjero. La artista llevó una actividad frenética, hizo numerosos viajes por América y tuvo una intensa vida amorosa”. Hasta que apareció El Pescaílla, el gitano del barrio de Gràcia de Barcelona, y según cuenta Sete González: “Una noche se puso muy serio y le dijo: - Lola, tú no te vas a reír de mí, como has hecho con todos. Te doy veinte días de plazo. O te casas conmigo o esto se acabó”. Se casaron en secreto, a las 6 de la mañana, en el Real Monasterio de El Escorial un nevado 27 de octubre de 1957.
Una de las escenas que más gracia y más se recuerda es cuando en 'Esta noche fiesta' de TVE la Lola rumbera perdió un pendiente, y mientras la guitarra y las palmas seguían sonando, ella se puso a buscar por el escenario: “Perdón, pero se me ha caído un pendiente enorme. No sé, pero no se puede perder. Bueno, ustedes me lo vais a devolver porque mi trabajito me costó”. Y siguió bailando con la fuerza y furia tan característicos del “torbellino de colores llamado Lola Fores”.
Sete González concluye: “Ella era el arte, el arte que anda por la vida libre y desprejuiciado. Lola vivió como ella quiso: con arte, sin guiones, sin barreras e improvisando todo, pero sabiendo saborear las mieles del éxito con los pies en la tierra. Lola es puro sentimiento, pura expresión corporal, es el baile sin prejuicios y la canción de un país, una hechicera cautivadora que llegó a lo más hondo del público. Alguien de otro planeta, como ella solía decir”.