De todo ello habla Close —que ha llegado este fin de semana a los cines—, el demoledor filme de Lukas Dhont, que con solo dos películas se ha convertido en uno de los directores más interesantes del panorama del cine de autor actual. Con ambas películas ha hablado de la identidad. En la primera, Girl, de la identidad de una joven trans que sufría la presión del cuerpo al querer ser bailarina. Lo hacía colocando el foco donde normalmente no se hace. Su protagonista tenía el apoyo de sus padres, estaba en plena transición, y sin embargo seguía teniendo mil problemas. En Close habla de machismo, pero lo hace centrándose en la amistad de dos niños de 13 años. Una amistad hermosa, entrañable y conmovedora. Dos niños que se besan y abrazan, pero que cuando llegan al instituto son señalados como gays. Uno cambiará su actitud hacia el otro provocando una reacción en cadena.
Dhont conmueve hasta lo más profundo, y la muestra de que Close funciona es su segundo premio en el pasado Festival de Cannes, donde muchos daban por hecho que ganaría una Palma de Oro que acabó yendo a Ruben Ostlund por Triangle of Sadness. Han pasado cuatro años entre una obra y otra. Ambas muestran una madurez impropia para alguien tan joven, pero Dhont confiesa que el proceso entre una película y otra no fue fácil. Mostrar su ópera prima “fue una experiencia increíblemente abrumadora, un viaje que duró un año y medio”. Al volver a casa se encontraba con la temida página en blanco.
Su juventud queda patente cuando cuenta cómo se enfrentó a ella. “Busqué en Google, ‘Cómo hicieron su segunda película directores en YouTube’. Ese era mi estado de ánimo. Así era cómo me sentía. La primera película es parte de tu vida, una parte muy importante de tu vida. Dejarla ir fue no fue fácil. Luego comencé a escribir cosas. Empecé a buscar formas de continuar y ser fiel a lo que quiero ser como cineasta. Al principio tenía muchas ideas diferentes, y de repente volví al pueblo donde nací y sentí que quería reconectarme con el niño y el adolescente que fui para encontrar las cosas de las que deseo hablar”, contaba Dhont desde Cannes horas antes de saber el palmarés y con una sensación de “alivio” tras mostrar su segunda obra al público.
Close no pone etiquetas a la relación entre ambos niños. No se menciona su sexualidad ni si les gustan los chicos, las chicas, ninguno o ambos. Ellos no etiquetan lo que sienten, ni todavía tienen esas inquietudes, algo que Dhont siempre tuvo claro. “Para mí, uno de los grandes temas de la película es la masculinidad, y creo que cuando se trata de una amistad entre hombres o entre jóvenes es raro que veamos una fisicalidad o una intimidad sin que el mundo intente inmediatamente ponerla una etiqueta de que es algo más que eso. Tenía este deseo de mostrar una historia de amor en el sentido más amplio de las palabras en un momento entre la niñez y la adolescencia y donde la noción de sexualidad está empezando a entrar en sus vidas, pero no está del todo presente. Cuando busqué otros ejemplos, descubrí que era difícil encontrar historias sobre esta intimidad entre niños y hombres. Y creo que es algo realmente importante de lo que hay que hablar”.
La relación entre ambos niños se irá resquebrajando cuando en el colegio entren en juego conceptos como el qué dirán y lo que se supone que debe hacer un chico. Ejemplos de “una sociedad construida sobre conceptos de cómo deben comportarse ciertas personas”. “Se nos suele mostrar a los niños practicando deportes y no a niños haciendo cualquier otra cosa que no sea eso. Leí una investigación de una psicóloga estadounidense que entrevistó a cien niños y les hizo las mismas preguntas a los 13, 15 y 18, años. A los 13 años, estos chicos hablaban de sus amistades y de sus mundos internos, y lo hacían con mucho amor y una increíble dosis de intimidad. Pero de repente, a los 15, 17 y 18 años, vio que estos mismos niños usaban un lenguaje diferente y no estaban tan abiertos para hablar sobre su conexión con los demás. Vio que existía esta performance de masculinidad cada vez más y más presente en la forma que tenían de comunicarse. Creo que se trata de lo que estamos acostumbrados, y se trata de lo que nos dicen que es normal”, añade el director.
En un momento de la película, uno de los chavales protagonistas dice una frase que desarma: “Puedo llorar cuando estoy enfadado, pero no puedo llorar porque estoy triste”; una sentencia que resume bien el corazón del filme. “Estamos acostumbrados a ver imágenes de hombres peleándose o estando enfadados y no a verles llorando o expresando sus emociones. Por eso quería mostrarlo en mi película, para cambiar el imaginario existente y para que, con suerte, esas imágenes se multipliquen a partir de ahora. Hablamos con muchos muchachos durante la película y veíamos que eso estaba todavía muy presente en sus vidas”.
Esa masculinidad la muestra en la violencia de un deporte como el hockey, donde los niños sufren golpes y contusiones como parte del juego. Le interesaba lo físico de esta práctica, pero también el traje que se usan que parece una jaula que les atrapa en un filme con el que buscaba encontrar un “equilibrio entre la fragilidad y la brutalidad”. “La fragilidad fue algo que encontré en esos campos de flores donde trabaja la familia del protagonista, y creo que la brutalidad es algo que encontré en el escenario del deporte, del hockey sobre hielo, que puede ser un entorno increíblemente brutal y violento”.
Lukas Dhont no tiene claro si las masculinidades están cambiando, pero tiene claro que la meta es “mostrar esas diferentes masculinidades y otras opciones, porque solo así se harán visibles”. “Tenemos demasiadas imágenes de lo contrario, de políticos gritando, de hombres violando mujeres, iniciando guerras, se trata de ofrecer el máximo contrapeso a todo eso, y no es una tarea fácil”.