Giménez, quien había sido pionero en un tipo de cómic de vocación más autoral, con obras como Hom (1975), se sumergía en la recuperación de la memoria histórica, de un modo tan prematuro que fue incomprendido por los editores del momento. “Yo he sido pionero en muchas cosas: en luchar por los derechos de autor, y conseguirlos, en escoger yo mis temas y hacerme mis propios guiones sin aceptar las imposiciones comerciales de los editores, en trabajar en mis historietas sobre mi propia biografía y en contar cómo fue y cómo se vivía en la posguerra en España. Todo esto no fue fácil”, afirma Giménez, en declaraciones a elDiario.es. Después de un par de historietas, Giménez se encuentra con la negativa a seguir publicándolas por parte de los editores, de modo que presenta algunas opciones, como las primeras historias de otra de sus series cumbre, Barrio, o las piezas satíricas y críticas que publicará en El Papus y que, después, se denominarán España una, grande y libre, en ocasiones con guiones de Ivà. Paracuellos no tiene más remedio que cruzar los Pirineos para seguir su andadura: la revista francesa Fluide Glacial acoge la serie y le da el espacio que Giménez necesita para seguir desarrollando sus historias.

El autor madrileño apenas tenía referentes ni un plan pautado, como explica: “Cuando empecé a escribir y dibujar estas historias no tenía seguridad de cuántas iba a poder realizar, ni siquiera de si me las publicarían. Y solo tenía dos páginas para hacerlo. Por eso empecé por contar lo que a mí más me interesaba contar: la violencia, el hambre, la sed, la religión…”. El resultado fueron un puñado de páginas durísimas, que mostraban un entorno casi carcelario en el que unos niños, casi todos hijos de represaliados y perdedores de la Guerra Civil, eran sometidos a una disciplina castrense y a todo tipo de privaciones y castigos.

Esos relatos iniciales vieron la luz en España en sendos álbumes, publicados en 1977 y 1982. La serie parecía quedar entonces cerrada, pero, con el tiempo, Carlos Giménez ha vuelto a ella en diferentes libros, hasta reunir un total de nueve entregas, que reflejan un mundo más amplio. “En la medida en que estas historias fueron aceptadas por los editores, ya pude, con más papel, desarrollarlas, ampliar los temas y matizar más las relaciones de estos niños entre ellos, con sus cuidadoras, con sus familias… —explica el dibujante— Estas historias posteriores pueden parecer menos duras que las primeras, pero es que yo no he tratado de contar solo historias duras, he tratado de contar la historia de estos ‘hogares’ y de cómo vivían estos niños, tal y como era”.

Esa vocación documental ha seguido presente hasta la última entrega de Paracuellos, un libro titulado Un ‘hogar’ no es una casa, publicado por la editorial que ha confiado en Giménez en los años más recientes de su carrera, Reservoir Books. Este cómic, con sabor a despedida y recapitulación, repasa algunos de los momentos más conocidos de la serie y plantea una vida tras el internamiento para todos esos niños que salían al mundo real para encontrarse con otro tipo de dificultades. El conjunto de la obra es definido por el propio autor, en el prólogo de este noveno tomo, como “una especie de novela dibujada”, a la que pone fin consciente de su edad y “con una cierta pena, como el que se despide de un compañero con el que ha vivido una buena parte de su vida”.

Paracuellos se ha convertido en una de las obras más leídas y estudiadas del cómic español, un referente absoluto para varias generaciones de dibujantes, y uno de los primeros tebeos que exploró el terreno de la no ficción con un enfoque dramático. Y una pieza clave de la recuperación de la memoria histórica. Giménez reflexiona sobre ello: “Recuerdo que un amigo me dijo un día que la memoria histórica la había inventado yo, solo que yo no sabía que se llamaba así, porque todavía no se había acuñado el término. Es posible que así fuera, pero de todas formas lo que yo hice el primero se habría hecho de todas maneras, aunque yo no lo hubiera hecho. Estaba en el devenir de las cosas”.

Puede que así fuera, pero Carlos Giménez tuvo el gran mérito de llevar su testimonio y el de varios compañeros de aquellos Hogares al gran público, y hacerlo en forma de cómic, un medio, hasta entonces, muy denostado. Cuestionado acerca del valor que puede tener su obra en el contexto actual, Giménez no espera demasiado: “Yo trato de contar lo que sé, opinar sobre lo que veo y decir lo que pienso y creo. Cuento mis historias para el que las quiere leer y no puedo hacer que toda la gente las lea. Y menos los lectores de cómics que, mayoritariamente, son aficionados a los superhéroes y al manga. Cada uno es libre de elegir sus lecturas y de tener sus opiniones”. En un presente caracterizado por el auge de la extrema derecha, el revisionismo histórico sin complejos y el blanqueamiento de la dictadura franquista, preguntamos a Carlos Giménez qué puede decírsele a alguien joven que no viviera aquella época. Su respuesta es tan lúcida como su obra. “Yo, que lo he conocido, sé que el fascismo es mala cosa, y que mucha gente de la que ahora parece que simpatiza con él lo pasaría muy mal si viviera en una dictadura”. Y nada mejor que releer Paracuellos para tomar conciencia de ello.