“El narrador de la novela se encuentra en un impasse vital y en un periodo del año en el que todo el mundo tiende a reunirse y volver a casa, él decide ir en sentido contrario al resto, aprovechar para replantearse muchísimas cosas y además escribir una novela pendiente, siempre postergada. Ese es su principal objetivo en esos días de encierro. Pero al final se va topando con amigos que lo llaman o aparecen por Madrid en ese momento y no se pone a escribirla. Ese es un tema muy presente en toda la novela: qué hacemos, vivir o escribir. Y entre la escritura y la vida, el protagonista opta por la vida”, explica Llamas desde sus navidades familiares en Jerez.
El autor confirma que el libro es autoficción: “Sí, el narrador es un sosias, un trasunto mío. A los escritores no profesionales como yo, nos coge más a mano nuestra propia vida y la vida de la gente que tenemos cerca. Pero más allá de eso, a mí como lector me gusta mucho la autoficción, desde siempre, incluso los diarios y todo este tipo de escritura del yo”. Y reivindica el potencial colectivo de la autoficción, siguiendo la consigna feminista. “Lo personal es político. Creo que un autor que coge su vida y la expone, ayuda mucho a entender nuestro mundo y nuestras inquietudes más personales. Y en ello siempre habrá rasgos de ficción, lo hay hasta en un diario íntimo”, cuenta el escritor.
Los amigos que van apareciendo en la novela tienen un perfil parecido: en torno a los cuarenta, sin hijos, parecen tener miedo a la madurez. Todos desprenden cierta nostalgia por los años ligeros y despreocupados de la juventud, cuando parecía que la vida iba a mantener siempre una estela fulgurante. “El protagonista está en un momento de la vida en el que echas la vista atrás, te acuerdas de tu juventud y también de las oportunidades perdidas, y ves que la mitad del camino está hecho, que hay cosas que ya no vas a poder conseguir o que son más difíciles. Y claro, hay un tono melancólico en todo el libro, y cierta sensación de orfandad. Los protagonistas son gente que, por diversas razones, no han tenido hijos y, aunque parezca paradójico, se sienten de alguna manera huérfanos, por no haber generado esta cosa de la herencia y de criar a hijos que yo creo que es una manera de sentirse en sintonía con la vida. Y, por otra parte,se sienten también huérfanos de cierto cambio cultural que se ha efectuado: son hijos de finales del siglo XX que están tratando de adaptarse a este mundo en continuo cambio y con continuas sorpresas, al siglo XXI con todas las crisis económicas que hemos tenido, crisis culturales, de valores, la aparición de las redes sociales. Quienes fuimos jóvenes a finales del siglo XX, hemos vivido otro mundo muy distinto a este”, reflexiona Álvaro Llamas.
El protagonista va andando por la calle con los auriculares puestos, “viendo como si no le vieran, como si fuera en coche”. Siente que la música que lleva incrustada dicta la pauta de la realidad y le predispone a tener un vínculo determinado con el mundo. “El libro habla de cómo nos hemos ido aislando, individualizando, y de esa sensación de aislamiento que tenemos gracias a los pequeños dispositivos de los que nos ayudamos para vivir día a día. Creo que es muy fácil sentirse aislado, la pandemia lo ha puesto muy claro, y eso que este libro se empezó a escribir antes de la pandemia. Vivimos casi más en el mundo virtual que en el mundo real. Todos estos cambios que parecen minúsculos o que muchas veces hemos integrado de una manera muy natural, en el fondo han hecho que cambien mucho las relaciones entre nosotros”, explica el autor, que cuenta cómo la precariedad laboral, las deudas y el funambulismo para mantener la propia vida, recorre y sombrea toda la novela. “No quería hablar sobre la precariedad laboral en sí, de manera evidente, quería hablar más sobre sus efectos en todos los personajes. Ese es el mundo en el que nos ha tocado vivir, a mí también”, añade.
Explica Llamas que esa precariedad que él también sufre ha estado presente en la creación de la novela: ha tenido que hacer equilibrios para restar horas a su trabajo “alimenticio” como traductor, y poder escribir. El esfuerzo fue tanto que quería dejar constancia de él en el libro de alguna manera, y se le ocurrió incluir una especie de interludio en mitad de la novela, en el que recoge citas y extractos de libros que ha leído durante el proceso creativo. “Siendo yo traductor, dedicándome a otras cosas que no son la escritura propiamente dicha, siempre le tenía que robar tiempo a la vida para ponerme a escribir. Decidí que tenía que escribir algo en medio que fuera una especie de memoria laboral del esfuerzo que me ha costado escribir el libro, y he vertido ahí todas las notas de libros que había leído en paralelo a escribirla, casi todos libros filosóficos, quería que quedase huella de ellos”, asegura el escritor.
Las navidades van transcurriendo, y en el libro de Álvaro Llamas se van sucediendo encuentros y conversaciones entre el protagonista y sus amistades que van conformando una especie de coro, de suma de voces que son una y son muchas a la vez, gentes que se van pasando la palabra unos a otros. “Yo llevo escribiendo desde hace más de 20 años, y al final casi todos los manuscritos que empezaba los acababa tirando a la papelera porque no estaba contento con lo que estaba haciendo, o se me había ido la historia, pero sobre todo era por la voz. Creo que es muy importante porque cuando encuentras a la voz de la novela es como si encontrases el tono. Y lo que tenía claro desde un principio, aunque fuese autoficción, es que quería dar protagonismo a otra mucha gente. Aunque fuese yo el que contase la historia, no quería estar hablando todo el rato de mí, eso lo encontraba muy tedioso. Quería prestar mi palabra, que es la que al final está escrita, pasarles el testigo a otros, aunque la voz de los otros se confundiese un poco con la mía”, señala el autor.
Llamas utiliza en su novela las ideas de horizontalidad y verticalidad para explicar cómo se organiza la vida en las sociedades contemporáneas. “Por horizontal entiendo el mundo en un sentido físico horizontal, es decir, el mundo en el que no tenemos responsabilidades, en el que podemos tumbarnos, descansar, aburrirnos, incluso. Y también están todas las relaciones que son horizontales como las de amistad, que no tienen la verticalidad de la familia, donde hay toda una serie de órdenes estamentales desde el principio, o las relaciones laborales, que son también muy verticales. Podríamos decir que el mundo de la horizontalidad es el mundo del ocio, del gozo, de la falta de responsabilidades, hedonista. Y el mundo de la verticalidad es ese mundo adulto o que nos han hecho creer que es el mundo adulto, que es el mundo de las responsabilidades, del trabajo, de la familia y todas esas obligaciones, que son las que hacen que sintamos que estamos madurando en la vida”, reflexiona Llamas.