El amor mueve el mundo y el despecho lo remueve. Y no es ni la primera vez que Shakira le canta a ese dolor en el pecho ni que nosotras la seguimos a coro, aunque nos llevemos por delante esa sororidad que tan bien suena y que, reconozcámoslo, tanto cuesta poner en marcha a veces. Pareciera que 'ser' feminista implica actuar siempre sin tacha y no dejar espacio para las contradicciones y las salidas de tono, ni siquiera en los momentos más dolorosos de nuestra existencia.
¿No se nutren constantemente la literatura, la música o el cine del dolor y la venganza de quien las crea? Los despechos, los desengaños o las fantasías turbias existen en nuestras mentes y en nuestros cuerpos y ni la literatura ni la música ni el cine serían honestos si la voz con la que creamos los evitara para solo producir contenidos perfectos moralmente hablando.
Por poner unos ejemplos, la premio Princesa de Asturias de las Letras Anne Carson, la poeta Sharon Olds o la escritora Rachel Cusk contaron en diferentes libros el desmoronamiento de sus relaciones de pareja, la aparición de otras personas, el desconcierto de la sustitución o el tremendo dolor de la pérdida. Solo que, claro, sus divorcios no fueron mediáticos ni sus libros tuvieron más de 40 millones de reproducciones en apenas unas horas.
En el caso de la escritora catalana Esmeralda Berbel, la pareja de la que se separó hace tiempo sí era pública. Ella relató en ‘Irse’ esa separación y lo hizo sin mencionar por su nombre a esa persona y también sin pedir permiso porque, como ella mismo contó en alguna entrevista, esa historia era suya, le pertenecía. Son ejemplos de interpelaciones directas, pero también de cómo un libro o una canción pueden servir de exorcismo personal y, después, de himno colectivo con el que afrontar algunas de las experiencias más frecuentes y también más desgarradoras de la vida, en las que no siempre conseguimos actuar con calma y grandes valores.
El despecho evoluciona y en esta letra Shakira ni llora ni suplica. No está aquí “queriéndote/ ahogándome entre fotos y cuadernos, entre fotos y cuadernos/entre cosas y recuerdos/que no puedo comprender”, como allá por 1995. Está, simplemente, dolida, enfadada, harta. Y lo dice sin metáforas ni cautelas, lo dice sin el filtro de lo que está bien o ‘es’ feminista (¿acaso todo lo que hacemos todas lo es?). “Ojalá yo tuviera un público de millones de personas para poder gritar algo así”, me dice una amiga, aún despechada, cuando le mando el enlace a la canción. Shakira no es la despechada doliente ni pasiva, no ejerce el despecho zen que tan fácil es de predicar, especialmente sin conocer las circunstancias personales de quien lo vive.
Si hay un estereotipo de ‘la ex’, es el que muestra a las ‘dejadas’ como mujeres perversas, aprovechadas y algo locas. Y aquí Shakira sí se apropia absolutamente de ese arquetipo para reivindicar que una con su dolor hace lo que puede y lo que quiere, también escribir y cantar canciones y ganar dinero con ello. “Las mujeres no lloran, las mujeres facturan”, canta. Más allá de sus problemas con Hacienda –que, reconozcámoslo, le quitan algo de épica a esta frase- , podríamos decir que ya era hora de reivindicar que las mujeres también podemos querer ganar dinero o pedir lo que es nuestro sin que eso nos convierta en pérfidas aprovechadas de la situación.
“Yo solo hago música, perdón que te sal-pique”, sigue. Porque escribiendo canciones como esta y cantándolas es como Shakira se ha convertido en una estrella del pop internacional, ¿debería reprimirse ahora?, ¿cuando estaba triste y quería que sus novios volvieran sí nos parecía bien que expusiera su intimidad y que hiciera dinero? Y sobre todo, ¿no podemos ser malas e imperfectas un ratito?