Lo primero que hace es una radiografía de quien tiene enfrente. “N-B-O…, ¿qué pone en tu camiseta, Nabokov?”, dice y suelta la primera de muchas carcajadas. Su memoria no siempre funciona a la perfección, y sus respuestas son ágiles y cortas, como sus versos. Cuando se le pregunta de dónde saca la energía dice con ironía que será “del yogur, o del chocolate”, y suelta otra de sus risas cavernosas. El documental que le dedica María Arillaga y que tiene el nombre de la poeta es una delicada carta de amor a su obra. Un abecedario de palabras en donde vemos a Ida Vitale dialogar con la naturaleza, pasear, observar su querido mar.
Arillaga la describe como “una joven de 99 años”, pero Vitale, que no tiene ningún filtro dice que ese término no le gusta. Eso de joven nada. “No, no me considero joven y prefiero dejar el tema de la edad”, dice quien en noviembre cumplirá 100. Durante la conversación sigue observando todo lo que pasa a su alrededor, y hasta se dirige a una joven para decirle que le encantan sus pantalones.
No le costó decir que sí a salir en un documental que huye de las fórmulas trilladas del biopic, de la hagiografía al uso y que se convierte en una extensión de la obra de Ida Vitale. “No me costó decir que sí, más bien que creo que salgo tarde en una película. Lo único que no puedo cambiar las caras, yo recortaría la película y dará la posibilidad de cambiar las caras, eso puede ser una posibilidad para el futuro”, dice y confiesa, al lado de la directora, que durante el pase de gala de la película en el Festival de Málaga no miró a la pantalla. “Yo traté de no verla ayer, no miré”.
El cine es uno de los recuerdos que tiene de una infancia marcada por un exilio de más de 40 años por la dictadura uruguaya. Pasó por México, por EEUU y ahora ha vuelto a su Montevideo. Aunque no recuerda muchas cosas, otras siguen frescas, como los dos cines a donde iba. “Cuando era joven había dos cines, y yo estaba en edad de saltarme el liceo para irme al cine. Había dos cerca de mi casa y dos sesiones, matinée y vermut. Mi abuela me decía, ¿no se te cansan los ojos? Empezaban a las 14:00 de la tarde y hasta las 20:00 de la noche. Seis horas y generalmente empezaban con un noticiario. Eran los años de la guerra, así que los noticiarios no eran lo que más le pudiera gustar a un chico”.
Ella “lo veía todo”, y desde pronto tuvo “preferencias sobre actores y actrices”. Cuando se le pregunta por cuáles dice que ya se le han olvidado, pero sí que ese era el mundo que le absorbía. “A los nombres de los directores no llegaba. El cine era una cosa complementaria de la vida, sobre todo teniéndolo tan cerca. Me divertía mucho eso. El teatro era una cosa más de adultos. Ver teatro para niños me aburría y al teatro para adultos no me llevaban, así que lo que me quedaba era el cine”, añade.
Para Ida Vitale es la palabra lo único que puede ordenar el caos del mundo. Las únicas reglas que realmente funcionan son las ortográficas, y quizás por ello considera que el cine está un paso por encima de la literatura. Lo dice delante de la directora y volviendo a tirar de ironía. “En el cine justamente la palabra es lo que menos cuenta. En el cine son las imágenes las que se suceden, y la palabra puede ser suplida. Delante suyo (y señala a la directora) no puedo decir que la palabra es más importante que la imagen… Igual que delante de un pintor tampoco debería decir. Solo hay una cosa que es más importante que la palabra, y es la música. Eso sí, la buena música”.
Dice que siempre quedan “cosas por escribir”, pero niega que la novela que tanto tiempo lleva avanzando esté cerca de terminar. María Arillaga le dice que quedan unas pocas páginas, pero Ida Vitale se niega a confirmarlo, “no, no, no, no tanto como que la tenga ya para terminar”. Una obra que no será poesía, y en la que se embarcará en la novela, un género que le gusta mucho como lectora. “La novela me gusta mucho como material de lectura, más que la poesía… salvo unas cuantas cosas que son mis favoritas en la poesía. Pero en general la poesía la tomo con desconfianza. En cambio, la novela la tomo con confianza, aunque después no la deje. Me gusta la posibilidad que te da la novela. En cambio, la poesía te obliga a constreñirte, como la vida”, zanja.
Otro de los recuerdos que se mantienen vivos en su memoria es el de su tía, la que se llamaba igual que ella y por la que le pusieron ese nombre. “Uno no sabe hasta qué punto las cosas de la infancia pesan inconscientemente. Pero mi abuela hablaba mucho, mucho, de una tía que murió joven. Ella tuvo 14 hijos y mayoritariamente eran varones. Pero hubo tres o cuatro mujeres. Y había esa tía que todos los hermanos adoraban y por eso yo me llamo Ida, y ella era botánica. Mi abuela tenía muy presente a esa tía que parece que decía buenísima”, dice sobre su interés por la naturaleza, a la que mira con esos ojos que contagian su energía y su forma de ver la vida.