Lo que tienen todas en común es que son extremadamente francesas. Si alguien pusiera un fotograma de cualquier película suya cualquiera podría adivinarlo sin miedo a perder. Es un cine que bebe de Rohmer y de la Nouvelle Vague, pero quitándole gravedad. La timidez de Mia Hansen-Love hace que siempre parezca querer estar en un segundo plano. Mientras que los directores masculinos anuncian a los cuatro vientos cuando hacen una película inspirada en su vida, ella oculta todos los vínculos autobiográficos que tienen sus películas.

No muchos se enteraron que la mujer a la que daba vida Isabelle Huppert en El porvenir estaba basada en su propia madre; y sí fue más comentado que la pareja de escritores de La isla de Bergman parecía inspirada en ella y su ex, el director Olivier Assayas, que también ha exorcizado sus rupturas en la serie Irma Vep. Vuelve a pasar lo mismo con su última película, Una bonita mañana, un delicado filme que ya se puede ver en salas y donde navega entre la historia romántica y el drama sobre la muerte con fluidez y mucha delicadeza. 

La historia de una joven que comienza a ilusionarse con un nuevo amor en el mismo momento en el que su padre empieza a despedirse de la vida está inspirada en la historia de su propio padre, muerto en una residencia. Por eso define su cine como “catártico”, pero se niega a decir que ese es el propósito de su cine. “Sí que existe esa dimensión a la hora de escribir una película, pero no todas son sobre el dolor. Mi madre vive, goza de buena salud y le va muy bien, por eso El porvenir no hablaba del duelo, sino de capturar un momento concreto. Podríamos decir que mis películas son cartas de amor, sí. Intentan capturar algunas presencias que son importantes para mí y que deseo atrapar. Me encanta esa idea del cine como una herramienta maravillosa para pintar de alguna manera, pero además usando el tiempo, el movimiento. El cine es una forma de capturar la presencia de las personas y, para mí, contar historias va de eso, tiene que ver con ese deseo de captura la interioridad de una persona, su luz interior”, cuenta la directora.

Este díptico sobre sus padres pasó de la luz del retrato de su madre a un filme que nace de la tristeza. “Lo que me entristeció cuando escribí esa película es que el padre que representé es un padre enfermo, está perdiendo la cabeza, sus capacidades... y me entristeció pensar que estaba dando esta imagen de mi propio padre, porque en realidad había sido un hombre brillante, un intelectual. Creo que he escrito la película con la esperanza de que, a través de la enfermedad, realmente sintiéramos también a la persona que fue antes”.

A pesar de hablar de su padre, nunca sintió la “obligación de honrar su memoria”, pero sí de que esta película sirviera para “guardar algunos recuerdos que no quería que desaparecieran, para salvarlos, defenderlos de la destrucción del tiempo”. “Por otro lado, quiero que mis películas estén mirando hacia el futuro. Así que diría que en mi cine siempre hay una tensión entre estas dos cosas. Por un lado, el deseo de captar la presencia de alguien, en este caso de alguien que ya no está, y, por otro lado, transformar eso en algo que me relacione con el momento. Pero nunca como una obligación moral”.

Aunque Mia Hansen-Love nunca quiere que califiquen sus películas como “políticas”, es consciente de que todas tienen ese componente, y en esta ella tenía muy clara “esa dimensión”. “He pasado mucho tiempo en estos hogares de ancianos, así que sé cuáles son los problemas y a veces me he sentido muy enfadada por la situación en la que se encuentran, por la falta de atención que se da a estas personas y por las dificultades que tienen que atravesar las familias para encontrar un lugar adecuado. Creo que es un gran problema en nuestra sociedad moderna. Así que era consciente de ello y no quería esconderme de ello. Quiero decir, quería mirar estas cosas, y creo que ahí están en la película, aunque quizás no estén en primer plano”, dice de su guion. 

La muerte de su padre fue antes de la llegada de la COVID, y el guion se escribió también antes, pero lo que ocurrió con las residencias hizo que cogiera más fuerza su historia. “He visto la falta de dignidad… he visto al Gobierno de Francia entrar en pánico y olvidarse de los fundamentos básicos de la humanidad… quitaron la posibilidad de visitar a las personas que se estaban muriendo, de poder hacerles un entierro digno. Todo esto me enojó mucho más cuando ya había escrito la película, cuando vi cómo el Gobierno manejó la situación. Tanto que me pregunté si debería influir en mi película, pero la verdad es que no quería que se convirtiera en una más sobre la COVID. Yo la hice pensando en las personas que amaba, pensando en mi padre, y quería que eso fuera primero, el recuerdo de mi padre y su presencia. No quería que la situación política secuestrara eso”, zanja.

También nace de su experiencia esa mezcla “de sentimientos opuestos”. Al mismo tiempo que su padre moría, su vida se movía en el otro sentido, hacia una nueva relación sentimental. No ve que sea algo raro, y cree que ha sido el cine quien ha dicho a la gente que en la vida “solo pasa una cosa o la contraria”. “Disfruto mucho cuando tengo la sensación de que el cine muestra cosas que nacen de nuestra experiencia real en la vida, porque no suele hacerlo”, opina, y cree que de alguna forma la película también aborda “la crueldad de la vida” al colocar dos experiencias tan importantes y antagónicas en el mismo punto. 

“Hay algo doloroso cuando aceptas que entre tu padre, que está enfermo, y tú, hay una distancia que va creciendo, porque tú querrías estar ahí todo el tiempo y ayudar, y es terrible tener que dejarlo así. Sientes que lo abandonas. Creo que es un sentimiento de culpa que mucha gente tiene cuando sus padres están enfermos, y puede que haya algo egoísta en ello, pero creo que tienes que aceptarlo, y vivir, abrazar la posibilidad de ser feliz. Hay una tensión entre el cuidado, el tiempo, el amor que quieres dar a alguien, y el deseo egoísta de preservar tu propia vida, tu propia posibilidad de ser feliz. Es un tensión universal. Yo tuve esa sensación cuando pasó en mi propia vida, pero me di cuenta de que mucha gente había sentido lo mismo”, asegura.

A pesar de ser una de las películas francesas con mejores críticas del año, el filme de Mia Hansen-Love no logró ninguna nominación a los premios Cesar (los Goya franceses). La directora sabe que recibir un premio es importante de cara a la repercusión de la película y su éxito en taquilla, pero no es algo a lo que dé mucha importancia: “Cuando recibí un premio en la Berlinale me felicitó más gente que cuando tuve a mis hijos. Ahí me di cuenta de lo que realmente importan los premios para las personas. Pero, en realidad, yo no recibo muchos premios, especialmente en Francia, donde mis películas nunca han estado nominadas al Cesar, por ejemplo. Estoy muy acostumbrada a no recibir premios y no me importa, de hecho, creo que me siento más fuerte por no tener que depender de esos premios. Además, la mayoría de las veces no estoy de acuerdo con ellos, mis películas favoritas no suelen estar entre las premiadas”.

Lo que también tiene claro es que algo pasa para que las mujeres sigan sin estar presentes en premios como los Cesar o los Oscar, cuando no paran de ganar en festivales internacionales. Valora lo que considera “un gran progreso”, pero sabe que “es un largo camino, al que no hemos llegado al final del todo, queda mucho más por construir”. Un camino en el que también ha notado mucha “hipocresía”: “No paran de decir que les gustan mucho las películas dirigidas por mujeres, pero al final cuando llegan los premios no se los dan a las mujeres”.