Cuando los hermanos italoamericanos Mario y Luigi viajan por accidente desde su Brooklyn natal hasta un mágico mundo repleto de criaturas sorprendentes, ven cómo su valía es puesta a prueba en un enfrentamiento contra el peligroso rey Bowser, que quiere hacerse con el poder de ese universo. En realidad, el punto de partida del filme es bastante similar al de los videojuegos de Nintendo, pues Super Mario Bros: La película mantiene aquellos componentes más notables, solo que se ve obligada a desarrollar una historia propia que haga avanzar la trama sin depender de la proactividad del usuario como motor del progreso.
En este caso, la compañía detrás de Gru, mi villano favorito ha tenido que recurrir a las grandes secuencias de acción para intentar camuflar un relato plano y repleto de tópicos, pero funcional y con cierto encanto pese a su vacuidad. Aunque aquí el espectador no podrá hacer frente de primera mano a los retos que atenazan a los protagonistas, sí experimentará junto a ellos el entusiasmo de crecer gracias a ingerir un champiñón rojo o la angustia de quedarse a mitad de camino en un salto vital. Lo que la audiencia tendrá más complicado será conectar emocionalmente con sus personajes, que se presentan desdibujados, pues todo su carácter se reduce a una actualización del look visto en los videojuegos.
Por mucho que resulte complejo trasladar las particularidades del lenguaje del videojuego a la gran pantalla, adaptaciones recientes como The Last Of Us o —más en la línea familiar de esta propuesta— Sonic, la película y Pokémon: Detective Pikachu han demostrado que encontrar un equilibrio entre diferenciarse del referente original y apelar a sus seguidores es una buena manera de cautivar a los espectadores al ofrecer una experiencia con un sabor reconocible pero novedoso. Sin embargo, a pesar de que Super Mario Bros: La película recoge elementos de anteriores adaptaciones cinematográficas para construir en base al lore —la historia escondida—paralelo a los videojuegos, lo hace sin atreverse a inventar nada demasiado rompedor.
No es casualidad, por tanto, que el guion de Matthew Fogel (El origen de Gru) apueste por el isekai, un subgénero de fantasía que consiste en que un personaje viaja por accidente desde la Tierra hasta un universo desconocido para él. Así, aunque Mario y Luigi en los videojuegos inicialmente pertenecían al Reino Champiñón, la nueva adaptación opta por una premisa similar a la vista en la película de animación japonesa de 1986, la estrambótica serie de 1989 El show de Super Mario Bros. y la denostada propuesta de acción real de 1993.
De hecho, con esta última —conocida como Super Mario Bros. a secas— presenta un puñado de similitudes en cuanto al desarrollo de los acontecimientos, algo curioso si se tiene en cuenta el pésimo recibimiento que el trabajo obtuvo en su momento y cómo ha quedado grabada en el imaginario colectivo como una nefasta adaptación debido a lo rupturista y caótico de su propuesta. Es llamativo también cómo la nueva película, aun siendo la adaptación más fiel hasta la fecha, mantiene elementos establecidos en los filmes anteriores, de alguna manera equiparando este legado cinematográfico al de las consolas.
De ese modo, Peach ya no es una simple princesa a la que rescatar —aunque sí el único personaje femenino con importancia—, pero carece de motivaciones más allá de querer proteger su reino. El achampiñado Toad se convierte en el clásico sidekick graciosete, aunque cuando está a punto de transformarse en un incordio, su papel en la trama se vuelve anecdótico. Lo mismo le ocurre a Luigi, cuya función en los eventos se diluye a medida que avanza el metraje, siendo más un macguffin —elemento narrativo que hace avanzar la trama— que un protagonista con entidad propia. Y Bowser funciona en su desempeño de villano, pero sin llegar nunca a brillar, y eso que Jack Black en la versión original pone todo de su parte para conseguirlo.
Solo el gorila Donkey Kong consigue tener una presencia más firme, hasta tal punto que su relación de rivalidad con Mario es la más creíble de todo el metraje. Este es uno de los grandes problemas de la película que, al margen de su simpleza, no es capaz de implicar al espectador. Las alianzas que surgen resultan insulsas, el amago de romance carece de interés y hasta el vínculo entre los hermanos pierde fuelle con el tiempo, pues sirve más de excusa narrativa que de honesta muestra de afecto. Además, aunque el objetivo de Mario está relacionado con demostrar su valor frente a su familia, esto apenas se muestra en tres líneas de diálogos, lo cual reduce su evolución personal a un par de frases situadas en el momento justo, con la precisión de una inteligencia artificial, y su mismo corazón.
A cambio, Super Mario Bros: La película mide a la perfección los guiños, para que no resulten pesados o frenen el infatigable ritmo de la cinta. La sucesión de easter eggs o referencias directas seguramente hagan las delicias de los fans más nostálgicos de los videojuegos, mientras que para los recién llegados servirán para descubrir los ingredientes mediante divertidas secuencias… que no dejan de ser un gigantesco escaparate, ideal para vender los distintos títulos de la colección a un nuevo público. La presencia de vehículos que remiten a las entregas de Mario Kart o ver a un miedoso Luigi avanzando por un tenebroso escenario con su linterna como en el videojuego Luigi’s Mansion son buena muestra de ello. Por eso, en ocasiones toda la película da la impresión de ser un anuncio alargado, aunque sea uno colorido, cautivador y de sobra entretenido.
La música es otro elemento que ayuda a acrecentar esta sensación impostada, pues los arreglos de Brian Tyler a los temas clásicos compuestos por Koji Kondo se intercalan con reconocibles canciones pop —y hasta con el famoso rap de Donkey Kong 64—, en la línea de lo visto en otros trabajos de Illumination como Mascotas y ¡Canta!, solo que en este caso solo hay tonadas de hace unas décadas. A caballo entre tocar la fibra de quienes han crecido jugando a los videojuegos y la conquista de aquellos padres que reconozcan en el filme temas de su juventud, es evidente que tiene claro cuál es su target. Por eso, tampoco deja de lado a los niños, ya que ante todo esta es una película infantil.
Si bien apela a cierto perfil de adultos, es una obra familiar cuyo sentido del humor amable, y tontorrona inocencia, sintonizan directamente con los más pequeños. Esa es la razón de que las explosiones de color trasladen con encanto las pantallas de los videojuegos a las salas de cine, de una manera que sin duda sabrá captar la atención de los menores gracias también a la robustez que aportan al conjunto los directores Aaron Horvath y Michael Jelenic, que ya trabajaron juntos en la serie Teen Titans Go! Y la verdad es que, en una época de remakes oscuros, la apuesta por un universo esplendoroso supone un alivio.
Entonces, ¿se le puede pedir más a Super Mario Bros: La película? Al fin y al cabo, es entretenimiento puro, sencillo y directo, como ocurre con los videojuegos. La diferencia es que estos sí planteaban retos y novedades para el sector, mientras que aquí no hay ningún tipo de innovación, ni siquiera en sus solventes secuencias de acción. Pero, pese a una narrativa superficial que no sabe, o quiere, alejarse de lo formulaico, no hay duda de que la alianza entre Universal Pictures, Illumination y Nintendo sabrá contentar tanto a los sentimentales amantes del Mario pixelado como a los nuevos espectadores que encuentren en este redondeado fontanero un sustituto menos estridente de los Minions.