Eso es lo que ocurre en Empieza el baile, una road movie que es imposible que no conquiste al espectador, y así lo confirmó su premio del público en el pasado Festival de Málaga. La película de Marina Seresesky cuenta la historia de una pareja de bailarines de tango que se encuentran 40 años después en Argentina. Él se fue a España y formó una familia. Ella se quedó en Argentina. Tienen mucho que echarse en cara, y a priori no se soportan, pero su reencuentro, junto a un amigo común, es el punto de comienzo para un viaje por una Argentina que normalmente no se muestra en las películas. Hoteles de carretera y tugurios para dar rienda suelta a la labia y los dardos que Grandinetti y Morán se lanzan constantemente. De la risa al llanto en un gesto, en una frase.

La propia Seresesky reconoce que dirigir a Grandinetti y Morán (a los que suma a Jorge Marrale) es “muy fácil”. “Había que cagarla mucho para, teniendo a estos tres actores, hacerlo mal. Es que me pasaba que estaba como espectadora en primera fila y les miraba y pensaba, ¿cómo lo están haciendo? Era una maravilla. Sé que esto se dice siempre en las películas, pero fue un lujo. No me puedo imaginar a nadie haciendo estos personajes que no fueran ellos. No sé qué pensará luego la gente, pero para mí esa mezcla de comedia, drama, la complicidad que tienen ellos, ver su entrega… y encima hemos viajado, lo hemos pasado bien, hemos tomado vinos juntos, ¿dónde tengo que firmar para repetir?”, se pregunta la directora.

Dos personajes que tuvieron su momento de gloria y que siguen viviendo de aquel recuerdo. La influencia que no esconde para la directora es Ginger y Fred, de Federico Fellini: “Son dos personajes que me fascinan por muchas cosas. Primero, porque los interpretaron Mastroianni y Giulietta Masina, que no puede ser más precioso lo que hacen, y luego porque hay algo en ese ‘fueron y ya no son’ que transita desde la ternura, que me parece un lugar muy poco transitado, porque la ternura está como denostada a veces. La ternura de unos personajes que se enfrentan al espejo que supone verse en el otro, y cómo lo trata Fellini me parece magistral. Me gusta muchísimo esa película”.

En tiempos de cinismo Empieza el baile apuesta por esa ternura y por un cine que parece de otro tiempo. Una película que no responde a ningún algoritmo y a ninguna moda, pero sí a una máxima, hacer el cine que a su directora le gustaría ver en una pantalla. “Yo veo de todo, y también veo las películas de Marvel, pero a mí me gusta ver estas películas con personajes que se cuentan cosas, que les pasan cosas y que no solo se comunican a través del silencio, sino que se comunican desde donde pueden. Y en este caso, como son argentinos, la palabra es muy florida”, añade de su película más personal y con la que ella ha hecho el mismo viaje de su protagonista, ya que regresa a Argentina tras muchos años en España.

Para Grandinetti este rodaje ha sido como un reencuentro real, ya que todos los actores se conocían desde hace años e incluso habían trabajado mucho juntos. “Había una complicidad real que podíamos trasladar. Había una trabajo ya hecho y todo esto nos recordaba a experiencias personales, algunas compartidas, especialmente entre Jorge y yo, que vivimos mucho tiempo juntos de gira. Muchos años juntándonos los viernes en un aeropuerto y volviendo los lunes a Buenos Aires, recorriendo el país, compartiendo hoteles… Nos resonaba fácilmente lo que estábamos contando”, dice Grandinetti de su personaje.

En Empieza el baile hay otra de las características del cine argentino, y es que la historia del país siempre se acaba permeando. Aquí el regreso 40 años después supone una vuelta a un país que entre medias ha pasado una dictadura, y esas heridas acaban saliendo por algún sitio. Para Grandinetti es normal y tiene que ver con que “ha habido muchos cambios” y porque “existe una necesidad de dar testimonio de lo que está pasando y de lo que ha pasado”. Seresesky añade que es algo típico argentino, y es que en un taxi puedes hablar de cualquier cosa, y ahí lanza una metáfora con el tango, “que es tan pasional y que trata de volver a tocar y a hablar de cosas esenciales”.

Tres protagonistas que también se alejan del papel principal juvenil que imponen las plataformas, aunque Grandinetti niega que sea una película sobre la vejez, sino “sobre el paso del tiempo, que no tiene que estar relacionado con la vejez” y añade que él se siente “joven y con energía" para subirse "a una furgoneta, hacer mil kilómetros y rodar una película”. “Es verdad que hay una mayoría del cine que está hecho con y para los jóvenes, pero yo sigo haciendo papeles más jóvenes que yo”, reflexiona. Para él, Empieza el baile habla del momento en el que te das cuenta de que ya no te va tan bien, “y eso le ocurre también a jóvenes de 30 o gente de 40”. “No es un problema de la edad, sino de la falta de oportunidades, de la falta de trabajo. Pero ya para eso deberíamos hacer una película con otro tinte social y y hablar de otras cosas. Aquí hacemos un viaje al pasado en el que fueron felices, que va más allá del momento actual de ellos”, zanja.

Ese pasado feliz tiene un punto nostálgico, y él no lo niega. “Yo no tengo problema con la nostalgia. Y no la asocio con la tristeza. No me produce tristeza o dolor sobre el pasado ni pienso que todo tiempo pasado fue mejor, creo que no es incompatible y me parece que esta película tiene ese logro, creo que es su gran acierto”.