Mientras que su quinto y anterior elepé, Eta edertasunaren lorratzetan biluztu ginen (bIDEhUTS, 2018), se editó solo un día después de anunciar su existencia, esta vez el aviso ha llegado con mayor margen. La razón, que al publicar “con bastantes años de diferencia” los irundarras renuncian a interpretar “cómo va a funcionar el mercado” y “no se plantean muy seriamente” sus estrategias de promoción. En este caso, además del citado homenaje a Laboa, sí tenían claro que el anuncio les facilitaría presentaciones en directo ya que las programaciones, especialmente tras la pandemia, “se cierran con mucha antelación”.

Aunque no lo justifiquen como una posición de ir “a la contra” de lo habitual en el sector, para la crítica musical sí supone una rareza que un grupo conceda entrevistas gustosamente sin fecha definitiva de publicación entre manos, como sucede en este caso. “Hay cosas por las que no pasamos o no estamos dispuestos a pasar”, concede el cantante y guitarrista, a pesar de que le resultaría “imposible escapar limpio de esta sociedad tan vertiginosa” debido a que “todos tenemos nuestras contradicciones”.

El inminente álbum cobra sentido junto al proyecto anterior. Que esta “bilogía” vaya a cerrarse cinco años después responde a que “todo se ralentizó” con la pandemia: en principio, su idea era “sacar la siguiente parte a los ocho o nueve meses”, siendo el título de este segundo un complemento del primero, para “generar una única frase”. No es la única sorpresa: para los conocedores de su trayectoria, quizás lo más llamativo sea que repitan formación, con el sexteto formado por Eneko Aranzasti y Sergio González (baterías), Xabi Zabala y Borja Toval (bajos), y Karlos Osinaga y Jabi Manterola (guitarras y voces).

“Son las circunstancias”, responde a si acaso se les podría entender sin ese proceso constante de cambio. Nunca “han deseado que alguien dejara el grupo”, al considerar a sus miembros “como una familia” donde “jamás ha primado la habilidad técnica frente a la amistad”. Tanto, que Lisabö podría parecer “un grupo con banquillo” en el que miembros como Aida Torres o Iban Zabalegui, que pertenecieron a la formación original, vuelven a veces a arrimar el hombro en una banda “con un funcionamiento un poco monolítico”, que se mueve “despacio pero segura”.

Como ejemplo de funcionamiento poco ortodoxo incluyen a la chelista Maite Arroitajauregi y el letrista Martxel Mariscal como parte oficial del grupo, aunque casi nunca se hayan subido al escenario. En el segundo caso “motivos de salud” lo convierten en “imposible”, pero su presencia es clave. Además de “ideólogo”, los textos del escritor de Hondarribia aportan profundidad e intimidad; emociones que, por el sonido afilado y crudo de la banda, pueden sorprender a oídos ajenos. Para este último disco están “trabajando más estrechamente y vinculando las letras directamente con la música”, en un proceso “muy satisfactorio”.

Lisabö fueron bautizados como alumnos aventajados de pioneros del hardcore y el slowcore como Fugazi, a quienes pudieron telonear en 1999, Slint, Rodan o los Shellac del reconocido productor Steve Albini. Tras una prometedora maqueta autoeditada en 1999, su primer disco fue publicado por Esan Ozenki, hogar de bandas como Negu Gorriak o Dut. Tras el epé Egun bat nonahi (Acuarela, 2002), Izkiriaturik aurkitu ditudan gurak, una “Pil-Pil Session” donde colaboraron artistas como los franceses Experience o el malagueño Carlos Desastre (713avo Amor), lo hizo en Metak, continuación natural del proyecto de Fermín Muguruza.

Tras esta “escuela de aprendizaje” en sellos clave de Euskal Herria, su tercer esfuerzo llegaría dos años más tarde, en 2007. Ezlekuak supuso la primera referencia de su casa desde entonces, bIDEhUTS. Hablamos de una asociación de proyectos estilísticamente diferentes, de Joseba Irazoki a Audience y de Mursego a Nire, que fundaron con artistas amigos como Anari e Inoren Ero Ni. Tras años de trabajo colectivizado donde “no todo ha resultado fácil, porque no hay nadie a sueldo”, Manterola asegura que les sigue uniendo su “amor y devoción a la música”. 

“Como en todo organismo, en algún momento aparecen inquietudes” a las que dar “respuesta entre todos”. Esta puesta en común, que continúa siendo necesidad para sucesivas generaciones, además de opción política clave en estilos contrapuestos, les ha permitido seguir lanzando álbumes tan admirados como Animalia Lotsatuen Putzua (2011). En su imaginario, “realidades como las de Dischord, Constellation, K o Touch and Go”, sellos conocidos por la autogestión y los cuidados, les han convertido en “lo que son ahora”, además de convencerles para perseguir “un mundo más justo”.

Ese compromiso de Lisabö provoca que solo se les encuentre online en Bandcamp, que “da la posibilidad de ofrecer la descarga gratis”. No así en Spotify, cuestionada por cómo gestiona sus royalties y qué prioriza en cuestiones de diseño; tampoco en opciones hi-fi mejor valoradas por los músicos, como TIDAL o Qobuz. Aparte de definirse como “muy herederos de lo analógico” y de no querer, en su opinión, “fomentar la miseria tal y como hacen este tipo de plataformas”, reconocen la necesidad de “analizar más como grupo la distribución digital”.

No se puede tomar esta actitud, sin embargo, como una visión negativa sobre las nuevas realidades de artistas jóvenes. Manterola se muestra “completamente de acuerdo” en que la música hecha con guitarras goza de buena salud, como demuestran los norteamericanos 100 Gecs, los ingleses Black Midi y Black Country, New Road, los franceses Slift o los también vascos Vulk. De hecho, podría “estar todo el día citando música nueva”, por ejemplo la de locales como EZEZEZ, Harat, Rüdiger o Verde Prato, “que acaba de sacar el segundo disco”.

Su longeva carrera convierte en necesario hacer “algo de preparación antes de volver a los directos”. Al margen de la sorna, estos encuentros entre banda y público son descritos por sus audiencias como monumentales descargas de ruido, una actitud sobre las tablas que “no entienden de otra manera”. Dicen que estas experiencias físicas y sensoriales transforman su música en “algo tan incontrolable y por ello tan bonito”, y de momento solo quieren anticipar “una fiesta bIDEhUTS en junio”, de la que aportan poco detalle.

El título de su debut, Ezarian, se podría traducir como ‘poco a poco’ o ‘sin darse cuenta’, definiciones perfectas para una carrera que durante este 2023 alcanzará los 25 años de actividad, todo un cuarto de siglo “poniéndose horizontes y tratando de atraparlos”. Al mirar hacia atrás, “además de la natural nostalgia”, sienten “una profunda alegría por mantener la misma ilusión que antes”. Una ilusión, como “la de hacer un disco de Lisabö con sesenta años”, que compensa “la falta de más tiempo o una energía como la de los inicios”.