Y “siempre como línea argumental”, por supuesto, “el flamenco, que era lo que estaba estudiando y me tenía enamorada”. Aunque ese proyecto fin de carrera fuera en sus inicios “bastante parecido a cómo suena el disco ahora”, varios hechos lo relegaron a un obligado segundo plano. El primero, acompañar como corista a una compañera de estudios, Rosalía, en una primera gira mundial. “Ese tour para mí fue una experiencia única”, desvela, ya que le permitió presenciar “cómo se trabaja la música así, en la industria mainstream”.
“Nunca había cantado para tanta gente, ni había visto cómo le llega ese repertorio a un público tan entregado, es muy emocionante”. Vivir El mal querer desde lo alto del escenario fue un proceso “del que se aprende mucho”, pero que se fue transformando en una experiencia “cada vez más intensa”, hasta el punto de que “no daba tiempo ni de deshacer las maletas en casa”. El segundo hecho significativo para el desarrollo de su idea musical fue que “al poco de terminar la gira empezó la pandemia”.
Colom quiso aprovechar el encierro forzoso para dar rienda suelta a su creatividad. “Compramos online lo necesario para grabar, aunque los inicios del proceso fueron un poco torpes y lentos porque siempre habíamos grabado en estudio, nada en casa a nivel profesional al margen de alguna maqueta muy simple”. El tercer hito que marca un antes y un después guarda relación con su uso del plural: “Al cabo de un mes de pandemia nos enteramos de que estábamos embarazados y que íbamos a tener un bebé”.
En ese momento, ella y su pareja, el guitarrista bonaerense Exequiel Coria, se dieron cuenta de que necesitaban acelerar. “Casi a punto de tener a Bruno fuimos a Sevilla para mezclar, editar y masterizar” unas sesiones de las que volvieron con “seis o siete temas”. Entre la obligación de “seguir trabajando para ganar dinero” y la obviedad de que resulte “muy difícil” hacer música mientras ambos cuidaban de un bebé, decidieron retrasar la publicación. “Ahora sí nos convence y estamos superorgullosos de cómo ha quedado, aunque haya tardado valió la pena”.
Una de las razones de esta satisfacción es cómo define el proceso de creación: “Sencillez y proximidad”. A esto sin duda ha contribuido que Coria, “formado en guitarra clásica, folclore argentino y también flamenco”, se encontrara “en una misma búsqueda musical, a pesar de haber vivido vidas superdiferentes. Este proyecto lo empecé sola, pero él ha ido tejiendo con su guitarra las canciones hasta que han terminado sonando preciosas”. Un acompañamiento mutuo que le provoca sentimientos de “alegría y bendición”.
A Coria le sale natural “toda esa parte folclórica argentina: las guajiras, la samba o la chacarera”, pero fue el flamenco lo que les unió, ya que se conocieron estudiándolo en la Fundación Cristina Heeren, escuela donde se formaron María José Pérez y Rocío Márquez, ambas reconocidas con la prestigiosa Lámpara Minera. Esa época en Sevilla, donde tuvo “la suerte de aprender con Julián Estrada, José de la Tomasa, Rosy Navarro ‘La Divi’ o Manuel Romero”, le permitió también “recibir mucha información acerca de la tradición y del repertorio clásico, un punto clave dentro de mi aprendizaje”.
En su debut hay palos como fandangos, soleás, tientos o unas bulerías de Cádiz dedicadas a Mariana Cornejo, pero no duda Colom en mirar a otros cantes de aquí, como los de trilla, y especialmente al otro lado del charco. De esa voluntaria falta de límites da buena cuenta el título: “En Chile o Perú una ‘callana’ es un recipiente para tostar grano y en otras partes de Latinoamérica también lo usan para referirse al utensilio con el que se recogen los metales fundidos de un crisol”. Las metáforas son evidentes: “Esos metales, que además es cómo se habla de la voz en el flamenco, son las diferentes voces del pueblo”.
Todas aparecen en Cayana, cambiada ligeramente de grafía, “fundidas en el disco". "La base es el flamenco porque es mi motor”, dice, pero no puede olvidar que en Barcelona vivió de adolescente “una fuerte ola de mestizaje. Fue un momento muy bonito donde en las calles encontrabas a músicos juntándose y tocando, gentes de culturas diferentes pero sobre todo de Latinoamérica”. En su imaginario quedaron grabados grupos de esa época como Manu Chao, Radio Tarifa, Ojos de Brujo o Mártires del Compás, que no dudaban en fusionar a su antojo las músicas de raíces.
“Tenía claro que no iba a hacer un disco tradicional” y que en el proyecto se colarían “todas las influencias y lenguajes que he ido aprendiendo y escuchando en mi búsqueda de raíces y orígenes”. Asume que su Cayana probablemente no seducirá al sector más ortodoxo de crítica y público, pero lo hace "desde la absoluta sinceridad" y no se mete "en ningún sitio que no sienta propio". "No soy de familia flamenca ni he nacido en Andalucía, pero me enamoré y lo he estudiado un montón de años. Supongo que tengo acento, como en los idiomas, pero eso no tiene por qué ser algo malo”.
No duda en añadir más ingredientes a su mezcla: Mayra Andrade, Cesária Évora, Omara Portuondo, Compay Segundo, Pepe Marchena, Rafael Romero ‘El Gallina’, Simón Díaz, Atahualpa Yupanqui, Coetus o Adoniran Barbosa. En su ‘callana’ funde a Cabo Verde con Cuba, Venezuela y Argentina, a Barcelona con Sevilla y Cádiz. Y en su haber, una versatilidad nada habitual: “Lo primero que aprendí de flamenco fue en la guitarra, que estudié en Granada. La siento como algo muy natural en mí. Una suerte porque me ayuda a pensar como músico, a componer, arreglar y vestir las melodías de diferentes colores”.
A pesar de que se utilice a veces el peyorativo calificativo de ‘cante de atrás’, Colom disfruta cantando para el baile, especialmente “improvisando en los tablaos: cuando cantas algo que se te ocurre y conectas con el bailaor es magia pura”. Y no duda en devolver lo que le ha dado la formación, “que te hace ampliar límites y abrir horizontes”, como profesora en el Taller de Músics. “El flamenco es un lenguaje y, como los idiomas, puedes tener uno materno y luego aprender otros. Creo que con las músicas pasa lo mismo: hay muchas formas de aprender, pero que una de ellas sea en una escuela es una maravilla, un regalo de la vida”.