Cuenta que a Wilder “le preocupaba muchísimo la desigualdad, a juzgar por otras películas como Irma la Dulce o El apartamento”. Pero en Con faldas y a lo loco se ocupó de la desigualdad de género “como una forma de miseria humana”. Lo que a Elisenda Julibert le parece más elocuente de esta película es la última escena. Tan célebre. “Es interesante porque muestra hasta qué punto ya no hay escapatoria para Jerry [Jack Lemmon] convertido en Daphne, una vez que se ha convertido en mujer”, explica. Por mucho que intenta convencer al enamorado de que no le es posible acostarse con él, el millonario insiste.
“Primero le perdona por no poder tener hijos. Y, finalmente, cuando ella le confiesa que no es quien finge ser, el enamorado simplemente le responde la frase famosísima: “Nadie es perfecto”. No es solo un signo de la tolerancia de este personaje. Lo que indica más bien es que diga lo que diga Daphne, el personaje del millonario no está dispuesto a renunciar a acostarse con Jerry-Daphne. Y a ella ni siquiera le queda aducir el argumento fundamental, que es simplemente que no lo desea, puesto que por ser mujer le está prohibido herir los sentimientos del enamorado, que es el auténtico protagonista”, señala la filósofa. Jerry se ha convertido en toda una mujer y como tal está atrapada y atrapado en el deseo de su pretendiente, igual que la Daphne mítica. No es extraño que Daphne no tenga voz, no se espera que hable y si habla, no se le escucha.
Para Julibert, Wilder invita al espectador a imaginar una nueva escena idílica, lo que ya no vemos, lo que queda fuera de cámara, porque si la Daphne de la película no puede convertirse en árbol sólo le queda tragar con el deseo masculino. “A mí eso me parece un comentario muy mordaz sobre los finales felices de Hollywood. Por no hablar de los finales felices en un mundo donde los hombres se piensan a sí mismos como hambrientos minotauros o insaciables minotauros. Porque claro, en ese mundo no son posibles relaciones entre personas, sino tan solo son manifestaciones unilaterales de poder o de fuerza bruta. Y al caso Weinstein me remito”, zanja.
Así que llegamos a la conclusión que no todos están dispuestos a asumir todavía, que la historia de la cultura es un reflejo del privilegio masculino. De ahí que este ensayo arranque con un extraordinario análisis de la primera versión que Artemisia Gentileschi (1593-1653) pintó de Susana y los viejos, en 1610. A Julibert le llama la atención por qué ha permanecido esa perspectiva eminentemente masculina del deseo. Cree que los medios audiovisuales, como el cine, la televisión o la publicidad, son “muy eficaces para difundir masivamente representaciones cuyo consumo es inmediato y poco reflexivo”. El cine no solo indica qué desear, sino cómo desearlos. “Y, claro, el objeto irrenunciable de deseo señalado por la tradición es la mujer. La industria de Hollywood se ha encargado de producir una cantidad ingente de imágenes que representan exclusivamente la mirada masculina o el sesgo masculino”, dice. Recomienda ver el documental de 2022, titulada Brainwashed: Sex-Camera-Power, de Nina Menke.
Julibert se apoya en la idea de Roland Barthes sobre el mito, cuando dice que otorga a la intención humana un fundamento natural. Y así lo convierte en algo inevitable. De esta manera el impulso incontenible que apremia a poseer queda naturalizado. Es lo propio, es lo histórico. Así se justifica desde las artes un abuso inveterado como la violación. El mito es un eufemismo, que trata de representar de un modo más amable, una realidad desagradable. Como El rapto de las sabinas. “Siete novias para siete hermanos es la adaptación de la historia del Rapto de las sabinas. Son formas de idealizar o de romantizar estas prácticas”, añade. Es una de las consecuencias de haber tenido a las mujeres confinadas en el hogar y apartadas de la creación y las artes. “Apenas disponemos de perspectivas femeninas sobre el deseo”, cuenta.
Ya nos aproximamos a la solución de la cuestión. Tanto hombres como mujeres hemos asumido esa perspectiva tan sesgada, la perspectiva masculina: “Por eso es complicadísimo sustraerse de ella, porque se trata de hacer el esfuerzo de mirar la propia mirada. Tomarse la molestia de hacerlo. Usando la metáfora del mito de Edipo, tendríamos que sacarnos los ojos para poder ver. Supone acabar con el marco de comprensión del mundo en el que vivimos. La sociedad no solo educa para proporcionar herramientas intelectuales. También lo hace para domesticar”, sostiene Elisenda Julibert, que se ha 'arrancado los ojos' en Hombres fatales.
Esa es la cuestión, la vida en sociedad tiene un precio: podemos quedar cautivos de los mitos, de las ideas recibidas o de esas representaciones establecidas. “Y la voluntad de esos mitos es, precisamente, asegurar que nada cambie, o sea, perpetuar un orden establecido en un determinado momento histórico. Pero en la medida en que la realidad cambia, inevitablemente esos mitos se convierten en lastres. Ahora bien, como forman parte de nuestra comprensión del mundo, nos cuesta muchísimo identificarlos y renunciar a ellos. Porque, como decía, es casi como tenerse que arrancar los ojos para ver”, y se despide.