Picasso. Sin título estará abierta hasta enero y abre medio centenar de pinturas del último Picasso a la interpretación de 50 artistas actuales. Es un interesante intento de reflexionar sobre las líneas escritas que condicionan la mirada, sobre todo a partir de las obras de un artista que fue más descriptivo que poético en sus títulos. El resultado es una cartela alternativa, con título y texto tan personal de los convocados que es más un retrato de ellos que de Picasso.
La comisaría es Eva Franch i Gilabert, que ha asegurado ante los medios que “la suerte ha producido un proyecto de nueva lectura de Picasso”. El proceso de selección de obra era por sorteo y, como explicaba a elDiario.es Esther Ferrer (San Sebastián, 1937), le tocó una pintura que no le sugería nada. Hace años Ferrer pronunció una conferencia en París sobre Picasso y la mujer, es decir, “sobre la misoginia de Picasso”, como apunta la propia artista. En este caso no ha podido hablar de este aspecto esencial para entender el tema preferido de Picasso.
El texto está limitado por la imagen. La obra en cuestión lleva por título original Cabeza de hombre con sombrero y ella la ha rebautizado como Pareja de bailarines en forma de cabeza danzante (o viceversa). Esther Ferrer acompaña su reelaboración con una larga disertación que concluye así: “Naturalmente, usted puede decir que, efectivamente, es una interpretación aberrante, pero como dijo el poeta: 'En este mundo traidor (¿del arte?) nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira'”.
Estos 50 textos proponen un juego inocuo, que ni incomoda ni cuestiona ni reinterpreta el trabajo y la historia de Picasso, pero que se convierten en testimonios y reflejo de cómo miramos. Algunos de estos artistas usan la retórica artística que los críticos emplean para calificar sus trabajos. La mayoría se disfraza con sesudos discursos que, más que acercarnos a la obra de Picasso, desvelan el motivo de la incomunicación entre el público y el arte contemporáneo. Se multiplican las disertaciones dulzarronas, como esa que asegura que “el párpado es el velo que permite reposo a toda vida cansada”, firmada por el Niño de Elche.
Otras intervenciones son inexplicables, como la de la pintora Tyra Tingleff (Noruega, 1984), que escribe un poema en el que se refiere al sexo femenino de la retratada de la siguiente manera: “El cielo es agua que lanza su rostro / y nosotros abajo, vemos el arco de un ángel”. Lo más preocupante es que no haya visto que ese “arco de un ángel” esté encharcado en sangre y no haga referencia a lo que Picasso ha hecho: un aborto de una de sus amantes para emular el Origen del mundo, de Courbet. Las hay que superan a la parquedad del propio Picasso, con descripciones pueriles como la estadounidense Christine Sun Kim: “En este plato se ve un pájaro de muchas plumas que sostiene con orgullo en su pico un objeto con muchas plumas”.
Hay artistas que aprovechan para hablar de su obra, de sus tíos y de sus abuelas. Antoni Muntadas (Barcelona, 1942) prefiere divagar sobre las incorrectas traducciones de los títulos… Emilie Baltz llega a preguntarse sobre la cruda conversión del amor en violencia y maltrato en la vida de Picasso y sus parejas: “¿Cómo alimentamos un amor que se transforma con el tiempo?”. Johanna Hedva ha preferido la ira para expresar lo siguiente: “Qué pesadez, que un hombre blanco dibuje con abandono primitivo y se le considere un genio por ello”, escribe la artista, que se rebela con vehemencia contra Picasso. “¿Cómo es posible que en 2023 me pidan que comente una obra de Picasso? A ver, no digo que en algún momento no tuviera importancia para algunos. Lo que digo es que para nosotros quizá no la tenga, que ya quizá no”, concluye. En esta exposición tampoco hay rastro de la supuesta cancelación que amenaza la trayectoria de Picasso.
También encontramos artistas que se alejan de todo esto y elaboran unas interpretaciones personales de la estética del padre del cubismo algo más maduradas. Es el caso de Albert Serra (Banyoles, 1975). Habla de la carne en Picasso como “último refugio de la vejez, como un escatimo frente a la muerte, como recordatorio de la juventud del pintor físico, violento y violador de toda forma humana con aspiraciones espirituales”. No es un violador de mujeres, sino de formas humanas. Y lo concluye con su particular mirada: “Nuestro pintor de la guerra y el cuerpo”. La pareja de artistas Cabello/Carceller reflexiona sobre los procesos de apropiación de Picasso y asegura que “se conversa poco con quien se siente traicionado”.
La propuesta de La Casa Encendida aspiraba a un desgarro que no ha encontrado reflejo en los textos de los artistas contemporáneos, más acostumbrados a provocar con las imágenes que hacerlo con las palabras. La tónica de estas cartelas alternativas, incluso con los aullidos, es a contar lo de siempre. Explicaba su directora, Lucía Casani, que el propósito era tratar de acercar la obra de Picasso a la actualidad con una exposición para leer, sin abandonar la línea feminista que configura la programación de la institución que cumple 20 años en Madrid y 15 millones de visitantes, como ha apuntado la directora general de la Fundación Montemadrid, Amaya de Miguel. En una cartela cabe un museo, pero también una sociedad. Picasso. Sin título revela un inquietante e interesante retrato de la mirada de la sociedad que observa al creador de Las señoritas de Avignon 50 años después de su muerte.