Entre otros motivos, por los remakes en acción real.

¿Cuál fue el secreto de este Renacimiento? Se atisbaba a la perfección en La sirenita: estudiar la gramática de Broadway y desarrollar espectáculos musicales de rotunda sofisticación, grandes eventos con una animación cada vez más virtuosa. Fue por ello imprescindible recurrir a artistas como Alan Menken y Howard Ashman. Músico y letrista, tras colaborar en La tienda de los horrores, quedaron al cargo de las canciones de La sirenita, repitiendo juntos en las consecutivas La bella y la bestia y Aladdin. El triunfo de estas dos películas fue póstumo para Ashman, sin embargo: murió por complicaciones del SIDA en 1991.

Menken ha vuelto para escribir la música, 34 años después, del remake de La sirenita. Y nunca ha dejado de acordarse de Ashman. “El recuerdo de Howard tiene un efecto muy profundo en mí. Recuerdo el artista que era, la potencia de sus letras, la forma en que expresaba los sentimientos de los personajes”, explica Menken emocionado. “Me ha influido mucho, algo que pasaba cuando estaba vivo y también desde que murió”. La nueva Sirenita cuenta con tres nuevas canciones que han requerido un sucesor para Ashman: Lin-Manuel Miranda.

El creador de Hamilton, y una figura muy querida para Disney en la actualidad. Escribió las canciones de Vaiana y Encanto y protagonizó El regreso de Mary Poppins, que precisamente dirigía quien firma ahora La sirenita, Rob Marshall. El fichaje de Miranda es sintomático, en buena medida, del tipo de decisiones que ha tomado el remake para actualizar el clásico.

A Miranda le había fascinado desde siempre la banda sonora de La sirenita así que no pudo negarse a participar en el remake, sobre todo si este le iba a dar la oportunidad de trabajar con su mentor, Menken. El veterano compositor percibe en Miranda un relevo generacional, en el marco de Broadway y el género, que le hace muy feliz. “Esta generación está encabezada por gente tan talentosa como Lin-Manuel Miranda o Bobby López y a ambos les conozco desde niños”, añade sobre el creador de The Book of Mormon y las canciones de Frozen.

Pero trabajar con Miranda ha supuesto un cambio notable en la música de La sirenita, incorporando —como es habitual en su obra— toques de hip hop y ritmos caribeños. Una de las canciones nuevas encuentra a la gaviota Scuttle y al cangrejo Sebastián –voces originales de Awkwafina y Daveed Diggs, uno de los actores de Hamilton– marcándose un dúo de rap, lo que sin duda sería el retoque más llamativo en cuanto a la música del remake… si no fuera por ciertos cambios en la letra de Pobres almas en desgracia y Bésala.

Los cambios apuntan a aligerar el machismo, en una jugada que por lo demás no ha incomodado a Menken lo más mínimo. “Recuerdo cuando Howard y yo escribimos el tema Si a Arabia tú vas para Aladdin. Fue hace mucho tiempo, cuando nos divertíamos de lo lindo con los estereotipos, pero ahora es posible que la gente no lo encuentre tan divertido. Porque el mundo ha cambiado o, más bien, es el mundo donde siempre hemos vivido: simplemente ahora está más conectado gracias a internet y más gente puede hacer llegar sus opiniones. Solo queremos seguir disfrutando con la música y gustar a la mayor audiencia posible”.

La sensatez de Menken contrasta, sin embargo, con las reacciones que han ido motivando otros aspectos del proyecto en los últimos meses. Los remakes de Disney –o, en puridad, las revisiones que propone en la actualidad a través de sus clásicos y también se extienden a secuelas o spin-offs– acostumbran a retocar elementos que puedan no haber envejecido bien, o apostar por la inclusión de diversidad en el reparto. Este ha sido, en efecto, el punto de mayor fricción, concentrado en el fichaje de Halle Bailey como la Ariel de carne y hueso.

Halle Bailey es negra, y esto ha sido motivo de quejas y acoso en redes sociales. En retrospectiva, Marshall asegura que no quiso hacer ningún statement político al elegirla. “Mi objetivo solo era encontrar a la mejor Ariel. Y es un papel muy exigente, porque obviamente tiene que ser alguien que cante bien a la vez que tenga una cualidad muy específica, como de otro mundo. Ha de tener fuerza y pasión, y también alegría e inocencia. Vimos en Halle, precisamente, una especie de inocencia salvaje. Justo lo que necesitaba la película”.

John DeLuca, pareja profesional y sentimental de Marshall desde hace años, sostiene que nunca hablaron de “raza” durante el proceso. Después, todos se sorprendieron por el odio vertido hacia Bailey. “Entonces reaccionamos como hay que reaccionar: haciendo caso omiso de un asunto tan arcaico, que hay que dejar atrás ya”. Habla ahora Javier Bardem, que interpreta al rey Tritón, padre de Ariel: “Intentamos proteger a Halle, porque era su primera película y sentíamos la responsabilidad de que fuera una buena experiencia para ella. Y lo fue, para ella y para todos. Hizo un trabajo que demuestra por sí solo por qué la eligieron”.

Bailey es, en efecto, el gran acierto de La sirenita. La actriz, que en breve reaparecerá en el musical de El color púrpura, no solo impacta por su fuerza vocal, sino por el contagioso entusiasmo con el que afronta cada minuto de metraje. Incluso cuando por necesidades del argumento ha de permanecer muda, pero en esto también se beneficia de la mejor adición de Miranda y Ashman: Por vez primera, nueva canción que, a modo de monólogo interno, expresa los sentimientos de Ariel según pisa tierra.

Este número demuestra, en otro orden de cosas, que Marshall sigue siendo ese coreógrafo experimentado que debutó en el cine con un clásico moderno como es Chicago, y su preocupación formal distingue a La sirenita del agreste grueso de remakes de Disney. La cuestión es si esto basta para darle credibilidad a este tipo de producciones.

“Lo más difícil fue hallar el cómo. El porqué estaba claro: adoramos esta obra y creemos que conectará con la audiencia actual”, explica Marshall. El director le quita pues importancia a un interrogante que, sin embargo, sobrevuela todas las deprimentes películas de esta hornada: de las nuevas versiones de El libro de la selva a La bella y la bestia pasando por Aladdin y la que es ahora mismo una de las películas animadas más taquilleras de la historia, aunque en principio no se vendiera como una película animada: El rey león de Jon Favreau.

La estrategia fundamental a seguir con estos remakes, más allá de cambios cosméticos con la trama o a los intérpretes, pasa por recrear las imágenes del clásico animado utilizando intérpretes reales –exceptuando El rey león– y un ampuloso dispositivo CGI –siendo El rey león el gran abanderado de esto– que intente igualar la expresividad de las criaturas originales. Este es el gran problema, pues es una contradicción en sí misma: el hiperrealismo adquirido es enemigo de la animación y conduce a extremos grotescos como los objetos parlantes de La bella y la bestia o, sin ir más lejos, los animales que acompañan a Ariel.

Flounder, Scuttle y Sebastián son criaturas digitales, pero criaturas cuyo diseño se esfuerza por remitir a referentes de la vida real –un pez, una gaviota y un cangrejo– y hiere de muerte cualquier pretensión de igualar la vivacidad del trazo 2D. Estas limitaciones autoimpuestas explotan en la recreación del número de Bajo el mar, que además remite a una dificultad extra en la ejecución de La sirenita: la proliferación de escenas acuáticas. “Es lo más desafiante que he hecho nunca”, admite Marshall.

“Por eso el ‘cómo’ era lo más delicado: teníamos que hacer un musical submarino y eso es imposible. Por suerte tuvimos a todos estos intérpretes tan valientes, moviéndose con cables durante buena parte de la película y dándolo todo físicamente”. Parte de este esfuerzo obedecía, claro, a la necesidad de retomar el look del film original hasta donde fuera posible, aunque Marshall defiende que las similitudes son más escuetas de lo acostumbrado. Ni siquiera considera que La sirenita sea un remake: prefiere llamarlo “reimaginación”.

“En efecto recreamos algunos momentos icónicos de la película; por ejemplo, cuando Ariel sale del agua para respirar por primera vez. Eso es icónico y había que repetirlo, pero podría contar con los dedos de la mano las escenas donde ocurre esto”. Se da el caso de que La sirenita, con 135 minutos, supera en casi una hora la duración de la película de 1989: algo posibilitado por las nuevas canciones y la mayor profundización en personajes como la villana Úrsula (Melissa McCarthy), que aquí resulta ser la hermana de Tritón.

Aun así la duda persiste: ¿cuál puede ser el valor de una película así, finalmente tan parecida a la original y con tantos problemas en su ejecución? Puede que Bardem tenga la respuesta y debamos valorar la importancia de que una actriz del perfil de Bailey encabece una producción con tantas probabilidades de arrasar. “Es bueno que Disney, con tanto poder para llegar al público, enseñe la importancia de la inclusión. Más que nada porque es el mundo en el que vivimos todos, aunque los más viejos sigan casados con ideas retrógradas”.

“Y sé, por las reacciones del público, que es muy emotivo para hombres y mujeres de mi edad, papás y mamás, volver a la historia de Tritón y Ariel”, añade Bardem. “En cuanto a las nuevas generaciones, posiblemente habrán visto la versión de dibujos animados porque es un clásico, pero van a conectar mucho mejor con esta. Porque verán un lugar donde hay más diversidad, más acentos, más color”. Habrá que quedarse con esta defensa del color, aunque gracias a la saturación digital no sea algo que abunde precisamente en La sirenita.