Eso es lo que ha hecho el director Guillermo García López, que tras ganar el Goya al Mejor documental con Frágil equilibrio, ha logrado algo que parecía imposible, que la Cañada Real llegue al Festival de Cannes mientras en Madrid siguen sin darles una solución. Lo hace en el cortometraje Aunque es de noche, que ha competido por la Palma de Oro y que ha puesto en el ojo del festival más importante de mundo una situación insostenible. Lo ha hecho, además, sin caer en los principales errores cuando un director se acerca a una situación que, a priori, le es ajena. No hay en él una mirada de ‘turista’, ni de condescendencia. No apuesta por la porno miseria ni por el dramatismo. Una mirada que quiere ser de tú a tú, y que por eso logra que uno dude de si lo que está viendo es un documental o una ficción.

En esa línea es donde se mueve este trabajo que cuenta la historia de amistad entre Toni, un niño gitano de 13 años, y su amigo Nasser, que en pocos días se irá de Madrid. Una historia sencilla, humana, y que utiliza mucho material grabado por los propios chavales en la Cañada Real con un móvil para que el espectador cambie la mirada llena de prejuicios hacia la gente que vive allí. Sus familias, sus miedos, sus problemas… Hubiera sido fácil caer también en la denuncia, en el discurso político, pero aquí se esquiva y se agradece.

García López conoció “la cañada hace bastantes años”, cuando preparaba Frágil Equilibrio. “Desde el primer momento me conmovió un montón este lugar. Un espacio así, tan cerca del centro de la ciudad de Madrid, pero en el que parece que te has ido a otro espacio completamente distinto y a otro tiempo, me conmovió mucho, pero también un poco por la distancia que hay entre las imágenes que había visto de este lugar y lo que yo vi allí. La gente me preguntaba mucho cómo lo viven los niños, cómo se vive desde la infancia. Y entonces empecé a desarrollar allí talleres de cine con niños y con adolescentes. Hacíamos pequeñas películas con el teléfono móvil y estuvimos ahí haciéndolo durante bastante tiempo”, explica. 

Nació entonces una idea de relacionarse con la Cañada Real desde el cine. “Siempre pensé que quería hacer una película y también supe que me iba a llevar mucho tiempo para ir entrando y realmente conociendo un poco a fondo el lugar. Y, sobre todo, sacar una cámara, eso también me llevó tiempo. Con los talleres fui conociendo muchas familias. La película nace un poco de una emoción, de una imagen. Una imagen que es la de un niño que ve cómo su infancia se escapa volando en la noche y él la reclama”.

Una de las cosas que más le sorprendió es que ellos mismos ven la imagen que se proyecta de ellos en los medios, en la televisión. Imágenes que “no se corresponden con la realidad pero que a veces ellos incluso ellos acaban creyéndoselas y hasta representando una forma de ser basada en esas imágenes”. Por ello quiso incluir en su trabajo las imágenes que los propios protagonistas filman con sus móviles y reflexionar sobre “cómo dialogan las imágenes de ellos con las que yo he grabado allí”. Para diferenciarlas tienen dos soportes y dos texturas diferentes.

Decisiones que sabía que no eran solo estéticas, sino también “políticas” y que se iban a proyectar en Cannes a pocas horas de unas elecciones autonómicas y provinciales que no han tenido el problema de la Cañada Real en el centro de los discursos. El director destaca ante este olvido a asociaciones vecinales como Tabadol, “una asociación de mujeres principalmente marroquíes que viven allí, que son muy políticas y han hecho mucho y se movilizan mucho”. “Hacen un grandísimo esfuerzo por estar presentes y van a los sitios. Otra cosa es lo que luego consigan aparecer y ojalá fuera mucho más. Es que esto es un tema que se alarga, que ya lleva tres años, y la situación no ha cambiado, no ha mejorado, aunque ya no esté en los medios de comunicación muy presente. De hecho yo creo que hasta ha empeorado, porque simplemente llevan más tiempo y la verdad es que es bastante terrible”.

Ahora la frontera para la gente de la Cañada y de otros lugares es romper la brecha que les impide ser ellos los que cuentan sus propias historias. “Está claro que allí ahora mismo, por un tema de acceso, no por talento, muchos chavales que podían ser cineastas no pueden serlo. La realidad del día a día no permite que muchas veces puedan acceder a estudios superiores. Entonces, lamentablemente hay un sesgo y los cineastas venimos desde un lugar, algunos mucho más que otros, de privilegio. Simplemente por el hecho de haber tenido estudios, ya eso es un privilegio. Suele pasar que las películas que vemos no están contadas desde el otro. Es una cosa que yo desde el principio me di cuenta y todo el rato es una constante negociación interna con mi otredad, con saber que eres el otro y que no pasa nada. Luego esa distancia se puede acortar mucho, y también depende de cómo trabajes o cómo te relaciones tú y sobre todo, cuánto tiempo y energía inviertas en acercarte. Porque es verdad que en el cine, los modelos de producción no lo permiten. No hay contemplada una partida presupuestaria para un trabajo en un entorno así, que requiere mucho más tiempo”, zanja.

Ahora queda el siguiente paso, que este corso sirva de “buen impulso” para rodar el largometraje en la Cañada Real que lleva años preparando. “Además, en el sector seis, que es el que está un poco más en el epicentro, más abandonado y del que las imágenes que se ofrecen normalmente parecen apocalípticas y distópicas, y tiene parte de cierto, pero quiero retratar a las personas que están ahí, que muchas veces las veo en los medios de forma caricaturizada en los medios, y eso me aterra”.