O de Chema García Ibarra, que demostró con Espíritu sagrado que el thriller con toques de humor negro y ciencia ficción podía ocurrir en los barrios de Elche. O El agua, con una mirada poética y fantasmagórica a las leyendas de Orihuela.

Ahora le toca el turno al fantástico con acento de Granada. Ocurre en Secaderos, la sorprendente ópera prima de Rocío Mesa que consigue su peculiar versión de Donde viven los monstruos. Secaderos es una película que mira al campo desde un género que no suele hacer estos abordamientos. Al paisaje desolado de los secaderos de la zona que conoció en su infancia le añade una criatura cubierta de hojas que parece que solo ven los niños. Hay en la película una mirada enfrentada al pueblo. La de la niña que solo va en verano y lo ve como una aventura; y la de las mujeres aplastadas por una rutina que ahoga sus sueños. Consigue alejarse así de lo idealizado y de la nostalgia, pero también de la demonización en la que muchas veces cae la ficción.

La propia directora es de la zona de la Vega en Granada, un lugar donde se practicó el monocultivo del tabaco, “que era una cultura y una idiosincrasia local”, dice. Un cultivo que empieza a desaparecer a finales del siglo XX y “deja como rastro en el paisaje estos secaderos de tabaco”. “Cuando yo era pequeña, los secaderos de tabaco se me antojaban como guaridas de monstruos, de esos espíritus de la naturaleza gigantes que vivían en esas casas. Después, de adulta, he retornado a mi tierra y he mirado esos secaderos ya en desuso, fagocitados por esa expansión inmobiliaria de la que también hablamos en la película, y lo he entendido desde otro punto de vista socioeconómico y político. Son el fantasma arquitectónico de una crisis económica, de un cambio de paradigma y de una herida local”, cuenta Rocío Mesa del germen de Secaderos.

La combinación de aquella fantasía infantil y la realidad que descubrió de adulta fueron la mezcla perfecta para este filme con el que también quería “hablar de la dualidad que tenemos a la hora de enfrentarnos a los lugares rurales, que pueden ser paraísos, pero también pueden ser lugares que te atrapan”. Una fábula política, porque “la fantasía y la magia no están reñidas con lo político”. Una obra que quiere acercarse a su tierra “desde una mirada ecológica, desde una mirada de los cuidados, a nuestro paisaje y desde una mirada feminista”.

Una visión que se nota en su acercamiento al fantástico, un género normalmente dirigido por hombres, “donde las criaturas están muy masculinizadas, donde los temas siempre navegan hacia el terror”. “Como la película tiene un guiño fantástico, he visitado festivales de género y me encuentro que soy la única mujer directora, o de las únicas. Yo quería introducir en el fantástico esta mirada más sociopolítica o femenina. Ahora las mujeres también estamos atreviéndonos a hacer género. Secaderos no es necesariamente una película de género, pero tiene un toque de realismo mágico y fantástico”.

Tuvieron claro que esa criatura, a la que bautizaron como Nico, de Nicotina al estar formada por hojas secas de tabaco, no podía estar masculinizada. Que no tuviera género o que “navegara hacia lo femenino, que era lo que no se había visto en lo fantástico”. Algo parecido a “un espíritu de la madre naturaleza”. “La palabra clave con la que trabajábamos era la ternura. Queríamos que fuese una criatura que implicase misterio, pero un misterio tierno, que no te diese miedo, que no fuera hacia el horror, sino más bien hacia lo ilusorio”, analiza.

Su monstruo del tabaco tuvo unos ‘ejecutores’ de excepción, los maestros de DDT, Montse Ribé y David Martí, que en su currículum tienen el Oscar al Mejor maquillaje por El laberinto del fauno y que fueron los responsables de dar forma a la criatura fantástica del filme de Guillermo del Toro. Mesa recuerda que le parecía imposible que ellos quisieran trabajar en esta película. Profesionales que “vienen de trabajar en superproducciones”. Les visitó, les contó la propuesta y “se enamoraron de la historia, del guion y de esta criatura”. Decidieron entrar en ella como productores asociados y se involucraron hasta el punto de que dentro del monstruo se encuentra el propio David Martí. Una criatura que apuesta por la artesanía y que está formada por 1.219 hojas para cubrir el cuerpo y otras “muchísimas hojas pequeñitas” para la cara.

Secaderos es un cine que quiere “salir de lo normativo”, y eso se nota en los acentos que se escuchan, en las realidades que se muestra. “Queremos que haya un dibujo diverso de lo que es nuestra tierra. Poner el foco en historias que han sido invisibilizadas y en personajes que se salen de lo neutro y de lo estándar. Para mí ha sido un privilegio y un honor poder llevar el acento de la Vega de Granada a la gran pantalla y estar en un festival como San Sebastián y y ver una película donde la gente 'cecea' y que no sean personajes que están en una clave cómica o ridiculizado, sino que son poderosos, que son inspiradores, que son el centro de la mirada. A mí eso me parece superempoderante”.

A Rocío Mesa nunca le preocupó que su mirada pudiera ser nostálgica. “No tengo una mirada ni romantizada ni nostálgica de lo rural, precisamente porque he crecido en ese entorno. Creo que quizás esa mirada más nostálgica o romántica venga de los urbanitas que no han vivido en el campo y tienen esa idea más idealizada, pero yo he estado allí y tengo una idea muy terrenal, muy realista de lo que es, tanto para bien como para mal. De toda la belleza que encierra y de todos los peligros, de todos los misterios que también contiene”. Una mezcla de emociones que se desprenden en Secaderos, un debut prometedor y diferente que trasciende el viaje iniciático de sus protagonistas gracias a su apuesta por el fantástico y el realismo mágico.