Picasso no asistió a la inauguración, alegando que ya había visto todas las pinturas y que no quería desviar el foco de Gilot. “A lo largo de los años, aunque sigo usando la interacción tonal para establecer planos en el espacio, he dedicado cada vez más el color a la expresión del tono y el sentimiento”, escribió la artista sobre su relación con el color. Parte de su trabajo puede verse en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), en el Metropolitan, en el Pompidou de París.

“Es bueno exagerar, ir más allá, perseguir el límite extremo de lo que sugiere la imaginación pictórica. Cuando el rojo invade todo el espacio disponible, deja de ser un color para crear un clima emocional o incluso para convertirse en el significado mismo de la pieza”, explicaba sobre su teoría cromática la artista. “El color está ahí para acelerar el ritmo cardíaco, provocar una lágrima, hacer rechinar los dientes y seducir. Es el resultado de una sensación condensada, por tanto intuitiva y apasionada”, añadía. Para Françoise Gilot el color era un conocimiento innato que podía refinarse con los años de práctica, pero que no se podía enseñar ni aprender. Porque reconocía en los colores la expresión directa de la “afinidad sensorial” que uno tiene con la vida. Y apuntaba un símil muy claro: “El color es como los fuegos artificiales que estallan en una noche de verano, golpeando al espectador en el plexo”.

Estaba convencida de que el pintor daba pistas y el espectador construía una imagen a partir del rompecabezas que tenía ante sus ojos. “Al igual que la naturaleza misma, el pintor es evasivo y el espectador emprende una búsqueda, ansioso por descifrar el enigma, quizás ansioso por una lógica más racional de la que el artista nunca pretende”, apuntó sobre la complicada relación entre espectador y creador.

En los inicios de su pintura se centró en los retratos de sus amigos y familiares. Los prefería a los modelos profesionales de las academias. Estaba convencida de que tenía un don para caracterizar a los seres humanos por los que se preocupaba. El apego que sentía por sus familiares y amigos íntimos le permitía seleccionar entre sus distintos rasgos físicos, los que mejor reflejaban su carácter. En 1954 este ciclo de retratos familiares acabó con su separación de Pablo Picasso. Habían pasado una década juntos y, como ella misma decía, fue una relación apasionada pero difícil. Necesitaba encontrar recursos propios, un universo particular, “y no dentro de los confines del mundo compartido con Picasso”.

“Conocía la obra y pensamiento de Picasso con más exactitud que nadie”. Lo dijo el crítico literario Carlton Lake, después de escribir una biografía de Picasso para el Atlantic Monthly, en 1956. Fue entonces cuando habló con Gilot por primera vez. La artista francesa ya no convivía con el malagueño. Hacía tres años que lo había abandonado y se llevó a sus hijos Claude y Paloma. Una década después, en 1964, publicó un libro de memorias acerca de su vida con el pintor. “Françoise tiene grabado en su mente todo cuanto dijo, todo cuanto también dijo Picasso y cada hora de los diez años y pico que pasaron juntos”, añadió Lake sobre la biografía que ayudó a escribir a Gilot, en un tono reposado y templado.

El periodista insiste en el prólogo en la verdad de los testimonios de Gilot, consciente de la oleada de cancelación y señalamiento que recibiría la expareja de Picasso una vez se publicara el libro. Por eso recuerda que las cartas personales entre ambos están ahí, además de “muchos otros documentos pertinentes, tres grandes cajones repletos de ellos, que a causa de hallarse guardados en un desván escaparon milagrosamente al destino de otros efectos personales de Françoise almacenados en su casa del sur de Francia, en el año 1955”.

En España las memorias tardaron 30 años en traducirse. La nueva versión es de la editorial Elba y en ese recorrido queda claro que a Picasso no le importaba si Françoise era feliz o desgraciada, solo si proporcionaba felicidad al resto de la familia. A finales de los años cuarenta, la mujer perfecta para Picasso seguía siendo la que se entregaba a las necesidades del pintor y a las de sus hijos.

Así que cuando el artista se enteró de que Gilot había decidido marcharse de su lado, el pintor enloqueció. Le dijo que ella era un producto suyo, que no iría a ninguna parte sin él. Que la gente solo se acercaría a ella para conocer a la persona cuya vida había formado parte del genial Picasso. “Para ti la realidad ha terminado ya”, cuenta Gilot que le dijo el artista. La artista francesa soportó la sombra del autor del Guernica el resto de su vida, recordada como “la única mujer que sobrevivió a Picasso”.