La última en lograr algo parecido es Un blanco fácil (La syndicaliste), el filme francés dirigido por Jean-Paul Salomé –y basado en un caso real– donde Isabelle Huppert da vida a Maureen Kearney, una sindicalista de la empresa Areva, que recibió un soplo de que el Gobierno estaba negociando con China para vender la tecnología nuclear francesa. Cuando se acercaba a la verdad, fue atacada en su casa. Le hicieron una A en el abdomen y la violaron introduciéndole un cuchillo por el mango en la vagina. El caso no solo no fue un escándalo nacional, sino que dio un giro cuando Kearney pasó de víctima a sospechosa. Fue acusada y condenada por haber hecho todo para llamar la atención. Años después, Areva quedaba desmantelada y Francia vendía la tecnología nuclear a China. Ella tenía razón.

A Maureen Kearney nadie le pidió perdón, pero un libro escrito por Caroline Michel-Aguirre, una periodista de Le Nouvel Observateur (L’Obs), y sobre todo el filme de Huppert han colocado el caso en la opinión pública y han provocado que 54 diputados franceses pidan una investigación parlamentaria para hacer justicia y devolver el honor robado a aquella sindicalista a la que se juzgó por comportarse como una ‘mala víctima’. Por maquillarse. Por haber sido violada anteriormente. “Sí, es algo raro que una película consiga eso, pero creo que fue Clémentine Autain, que le chocó muchísimo la historia y puede que por fin el caso vaya más lejos”, cuenta Huppert, que ha presentado el filme –que llega este viernes a las salas españolas– en el marco de las jornadas de cine francés organizadas por Unifrance en Madrid.

Huppert no tiene miedo en reconocer que no conocía el caso de Kearney, “como la mayoría de la gente”. Una parte de la historia de Francia que los poderes intentaron esconder. “Los espectadores, los periodistas… no lo conocían. Es curioso, es una historia que fue olvidada. Sin embargo había hasta un libro, pero poca gente se acordaba, y lo bueno es que la película ha servido para que el tema vuelva a estar muy presente. Es muy curioso y no tengo explicación para que la gente no la conociera. Es lo que tiene la vida moderna, que una historia empuja a la anterior y la aparta. Lo que es un escándalo un día, al día siguiente es una banalidad, un lugar común”, dice la actriz.

Uno de los elementos que más llamó su atención fue que “después de todo lo que vivió, y de la agresión, llegó la suspicacia, Maureen Kearney vivió una doble condena”. Eso hacía que “el material cinematográfico fuera tan rico y el personaje tan interesante y a la vez tan inquietante, porque nunca se sabe lo que piensa, y eso fue lo que hizo que se sospechara de que no fuera verdad lo que contaba”. Eso sí, Huppert señala que también fue su condición de mujer y su comportamiento lo que hicieron que se la señalara como una “mala víctima”. “Ella es una víctima, porque lo que le ocurre le hace mucho daño, pero por desgracia, y lo vemos demasiado a menudo, a una víctima no se le cree porque se le considera una mala víctima. Por su pasado, por cómo se comporta… Se sospecha de ellas, y ocurre a menudo. Hemos visto muchos casos, y las mujeres hoy en día pasan por esto”.

Una ‘mala víctima’ que hace que este personaje se emparente, de alguna forma, con el que interpretó en Elle, de Paul Verhoeven, algo que comparte Huppert. “Sí, ambas no se presentan como una víctima. En Elle era alguien que quería tomarse la justicia por su mano, pero con la ironía que tiene Paul Verhoeven y era una película muy compleja. Sí que tienen un paralelismo, y también visualmente, con ese carmín de labios, y las dos rubias, con ese cabello… Que en este caso era el color real y el aspecto físico de Maureen, pero vimos rápidamente que había en ella algo muy Hitchcock, con ese moño, ese pelo… Y doce años después sigue igual, con el moño, su maquillaje… Es su marca de fábrica, pero también es una máscara, y eso es muy cinematográfico, porque me permite jugar con los límites de la realidad y la ficción”, añade.

Es la segunda vez que repite con Salomé, con quien se convirtió en una capo de la droga improvisada en Mamá María, y cuando se le menciona ella misma recuerda que trabajó hasta en cuatro ocasiones con Chabrol, algo que siente como la confirmación de que entre ambos se forma “un efecto mutuo de disfrute que crea condiciones muy armoniosas”. Unas condiciones que han ayudado a que esta sea “una buena película”, pero se encarga de dejar claro que no lo es solo por el poder de la historia real que hay detrás. “Eso no es una garantía de una buena película, sino de una buena historia, pero luego hay que crear todo alrededor, y eso no es tan fácil”.

Un blanco fácil muestra cómo el Estado siempre antepone los intereses económicos a los de sus ciudadanos, y algo así ocurre en el cine francés que, como denunció Justine Triet al recoger la Palma de Oro por Anatomía de una caída, ve cómo la defensa de la excepción cultural francesa está en peligro por la entrada de las políticas neoliberales. Huppert, alérgica a meterse en líos y experta en esquivar balones, desvía la pregunta diciendo lo mucho que le apetece ver el filme, pero termina mojándose y diciendo que “hay que ser vigilante”. “En el cine francés tenemos muchos privilegios, pero hay que ser vigilantes, porque tenemos que cuidarlos. Es importante estar pendiente”, dice, y vuelve a añadir las ganas que tiene de ver el filme porque "dicen que es genial". 

Más tranquila se muestra cuando se le recuerda que hace dos años, antes del éxito de As bestas, ella aseguró que le encantaría trabajar con Sorogoyen, algo que vuelve a decir tras el éxito del filme también en Francia. “Es que nunca he trabajado con un director español y me encantaría, hay grandísimos realizadores aquí. Todos nos alegramos muchísimo por el éxito de As bestas, pero ya la anterior que hizo me gustó muchísimo. En Francia tenemos la posibilidad de ver mucho cine, porque no solo tenemos una producción muy fuerte, sino también una exhibición muy fuerte”, dice y de alguna forma contesta, aunque de nuevo sin mojarse, otra vez a la importancia de esa excepción cultural francesa.