¿Qué importancia tuvo Radio Alcores, la emisora de vuestro pueblo, en vuestra iniciación en la técnica de yuxtaponer imágenes y sonidos?
Benito: Yo era técnico de sonido en un programa y justo antes había otro flamenco. Escuchando lo que ponían, preguntaba: ‘¿eso que no tenía guitarra, qué es?’. ‘Son martinetes y tonás’, respondían. Como el disco era propiedad de la emisora, me dejaban cogerlo y luego, en el otro programa, poníamos Autechre, El Club de los Poetas Violentos o Víctor Jara y hacíamos prototipos de mezclas. Nos criamos escuchando samplers de James Brown y Aretha Franklin, así que, ¿por qué no íbamos a hacerlo con La Paquera de Jerez o Antonio Mairena?
¡En el pasado la radio pública pudo ser y fue un espacio de aprendizaje!
Pedro: Y la tele. En El Viso del Alcor había un canal por cable, Canal 12. Hicimos un programa, ‘¡Corten!’, donde emitíamos vídeos y cortometrajes. En los últimos minutos había un apartado, ‘Televisión ácida’, donde hacíamos sesiones con la mezcladora de vídeo. Sería 1999. Por la gente con la que nos hemos movido, siempre hemos tenido acceso a los medios de comunicación locales.
¿En qué momento intuís que un collage trepidante, repetitivo o caótico de imágenes puede ser una herramienta para lanzar discursos políticos?
P: Nos flipó aquella pieza que abría la gira Zoo TV de U2. Es un grupo que no hemos escuchado, pero ahí se mezclaba el discurso de Bush padre en la primera guerra de Irak con el ‘We will rock you’ de Queen. Probablemente lo veríamos en ‘Metrópolis’. Luego llegó internet y la revolución del software libre. Negativland, Emergency Broadcast Network y todos aquellos proyectos de culture jamming nos parecían fascinantes. Queríamos hacer eso. Nunca hemos tirado por el videoarte contemplativo. Nos ha tirado más el apropiacionismo y la remezcla.
B: Hemos crecido educados en el lenguaje audiovisual y sabemos que cambiar el orden de las imágenes te permite decir otras cosas. Nuestro padre era profesor de nuevas tecnologías. Ese es nuestro bagaje y nuestro privilegio.
P: Sabíamos que repitiendo un elemento puedes darle el sentido contrario. Por ejemplo, el pregón de Semana Santa es pura rima y algunos pregoneros tienen mucho flow. Pero en un contexto de Semana Santa súper casposo, coger la frase ‘vamos a muerte con Dios’ y repetirla siete veces permite subvertir el mensaje.
B: Para nosotros, subir al escenario es una oportunidad de decir: esta es nuestra forma de ver el mundo. Y ahora que tenemos la posibilidad de acceder a escenarios con mayor visibilidad, no vamos a recular en nuestra actitud política.
¿Cuál es la mecánica de vuestro oficio? ¿Pensáis asuntos a abordar y buscáis imágenes o guardáis imágenes por si un día os sirven en algún tema?
P: Estamos constantemente conectados a la actualidad informativa desde redes y prensa. Estamos algo infoxicados y si algo destaca, tenemos alimentado el algoritmo para que nos llegue. Y luego, montones de gente nos mandan cosas.
B: Tenemos un grupo de Telegram entre los dos llamado Código Voluble y ahí vamos metiendo cosas. Es un archivo, un contenedor.
P: Y luego vamos generando carpetas. Este fin de semana hemos abierto una nueva que se llama: ‘Gilipollas haciendo cosas con fuegos artificiales’.
¡Por favor! ¡Más títulos de carpetas!
P: ‘Vino’ es una carpeta de gente del flamenco bebiendo. Tenemos una de militares bailando, otra de drones que se estrellan, una llamada ‘Border’ con muchas subcarpetas de imágenes de diferentes fronteras, otra con vídeos de patos...
Almacenar todo eso debe ser un continuo irritarse y morirse de risa. No ha de ser fácil manejar materiales tan sensibles de una forma adecuada.
P: Supongo que ahí está nuestro punto. Manejamos imágenes dramáticas de inundaciones que ilustran el cambio climático y otras de turistas paseando por Venecia con botas de agua que les prestan los bares. Cuando estamos enfadados podemos ser más violentos, pero intentamos siempre jugar con el humor.
B: Si estamos muy rabioso, nos cagaremos en los muertos del que se lo merece, pero mientras bailaremos. No podemos ser unas pobres personas hundidas. Tenemos que ser libres; cagarnos en lo que no nos gusta sin la mochila cristiana.
P: Preferimos ser como aquella ravera huelgista de Francia.
¿Hay margen de maniobra en directo para ser más rabiosos o divertidos?
P: En proyectos que tienen que ver con la inmigración o el control social, hay más. Si metes imágenes de policía dando golpes, te puedes quedar más segundos mostrando el ojo herido de una mujer. Aun así, intentamos huir de según qué imágenes. Intentamos no sacar niños en contextos de pobreza, tener una mirada feminista y no recurrir a la violencia fácil.
B: Huimos del sensacionalismo igual que huimos del hedonismo.
Vuestra propuesta es audiovisual, aunque os movéis principalmente en el circuito musical. Eso os deja en desventaja, pero, ¿qué alternativas hay?
P: ¿Existe un circuito de programaciones donde interesan las propuestas audiovisuales? Sí. ¿Entramos en ese circuito? No, porque nuestro discurso visual no es limpio y es político. Ese circuito busca algo muy artístico, hedonista y abstracto y ahí molestamos. En ámbito más clásico de la música electrónica tampoco encajamos porque nuestra técnica es intencionadamente sucia y eso no se lleva bien con la venta de cerveza. Nos han dicho: me encanta lo que hacéis, pero no puedo programaros a las tres de la mañana porque sois demasiado políticos. Y en el circuito de salas no se dan las condiciones técnicas: una buena pantalla para que la parte visual tenga la importancia que merece. Conclusión: estamos entrando en el circuito de las artes vivas, tenemos la suerte de haber estado en sitios importantes como Sónar y, poco a poco, entramos en el circuito flamenco que, dentro de lo que cabe, es bastante más abierto que el de la electrónica.
¿El circuito flamenco es más abierto también que el de las artes visuales?
P: Es así. Lo afirmamos abiertamente. Molesta que seamos tan explícitos.
B: En cambio, el otro día estuvimos en la 54 edición del festival de cante jondo de La Puebla de Cazalla, donde nacieron José Menese y Moreno Galván.
P: No nos acepta la ranciedad del flamenco, pero nos está programando gente que sí nos tiene en consideración. Hemos estado a tres bienales de flamenco.
Soléis introducir en vuestros directos algún guiño de actualidad referido a la ciudad donde actuáis. ¿Por qué?
P: Es mostrar tu respeto hacia el sitio donde estás. Sería interesante ver en estos días de tantos festivales, cuántos grupos hacen comentarios sobre los casos de censura que ha habido últimamente. Es evidente que nosotros tocaremos ese tema. Porque forma parte de nuestra responsabilidad...
B: … Y porque también nos han censurado. Nos han parado una actuación.
P: Fue en un festival público, el MaF de Málaga.
B: Nos programaron en el Palacio Episcopal, un museo de arte sacro, y pensamos: quillo, si sabes cómo me pongo, pa qué me invitas. En el espectáculo proyectamos la frase ‘Every god is a criminal’ (Todo dios es un criminal). Al gerente del museo le dio un ataque de empoderamiento, un ataquito de 15M fascista, y dijo que teníamos que cortar. Faltaban 20 minutos y paramos el directo.
Sin restar gravedad al asunto, nos escandalizamos por estos gestos de censura bravucona, pero quizá es más relevante que no se os haya abierto la puerta a ese circuito de artes visuales o a espacios más populares. En cualquier fiesta mayor de ciudad o pueblo, especialmente los sensibilizados con la cultura flamenca, vuestro directo dejaría boquiabierto a mucha gente.
P: Esa es la otra censura.
B: Nosotros aún no hemos actuado nunca en nuestro pueblo.
P: Algún concejal de cultura amigo no nos ha programado por autocensura.
B: Sabemos que tocar en esos contextos afables es como comernos las pollitas, pero hemos comprobado que cuando actúas en entornos no especialmente modernos siempre aparecen descarriados que no sabían a lo que iban y nos dicen: ‘No teníamos ni puta idea de lo que hacíais, pero hemos disfrutado’. Es muy probable que quien nos lo diga no tenga contacto con el videoarte, con la crítica política audiovisual ni con la música electrónica, pero aun así, funciona. Y si no le gusta, se va para otro sitio. Comisarios, técnicos de cultura, concejales y programadores de teatros son los que tienen que aportar, ser vanguardia y ofrecer otras cosas a su público. Siempre decimos que el público es completamente impuro: puede consumir sin problema a Rosalía o a Las Víctimas Civiles.
Decís que vuestra labor audiovisual apenas puede verse en YouTube porque los bots detectan infracciones de propiedad intelectual y lo eliminan.
P: Ese sería el tercer tipo de censura. Esta semana nos llegó una notificación por infracción de propiedad intelectual en un videoclip que hemos hecho para Niño de Elche. No podemos subir a Instagram un fragmento del videoclip porque ese contenido es propiedad de Sony (la discográfica del propio cantaor). Escribimos a Instagram aclarando que eramos los coautores del videoclip y respondieron diciendo que Sony había revisado nuestra alegación y el material era suyo. ¡Claro que es de Sony! ¡No lo negamos! Pero la ley de propiedad intelectual tiene límites y la sátira es una excepción. Pero, ¿un bot puede identificar una sátira?
Aquella lucha en favor de la cultura libre no sé si hundió la industria musical o solo aceleró su transformación, pero dejó muchos cadáveres por el camino. Principalmente, de artistas que hoy pelean por arañar unas milésimas de euro a las plataformas por la reproducción de sus contenidos. Por otro lado, el nivel de control es cada vez mayor.
P: Internet ha superado a la televisión en formas de vigilancia y de captura de datos. Y todos y todas hemos entrado en ese juego lamentable de arañar capacidad de atención de la gente, de alimentar el algoritmo sabiendo que si polemizas o pones cosas todos los días, el algoritmo te tratará mejor. Los aprendizajes de las comunidades de software alrededor de la cultura libre sirvieron para sumar al 15M, pero con la llegada de plataformas tipo Spotify, Netflix y HBO todo eso se perdió. La lucha por la cultura libre se agregó en torno a la idea del acceso. Y una vez se logró el acceso, a mucha gente le dieron igual los otros derechos: los de uso, los de acceso a los archivos… Está claro que fue una derrota.
Asuntos más sencillos de resolver y hasta de justicia democrática, como el acceso a los archivos de RTVE u otros medios públicos, siguen encallados.
P: Esa es una metáfora de lo que sucede. Seguimos sin tener acceso a material de una calidad mínima en los archivos fílmicos y audiovisuales españoles. Si quieres usarlos legalmente tienes que pagar mil pavos por minuto. No se permite el uso ciudadano o artístico. Esos programas de refrito con la voz de Santiago Segura suponen un uso lamentable de los archivos. Deberíamos aprender de lugares como Estados Unidos. La televisión pública ya se paga. Una tasa por mantenimiento podría estar bien, pero esos precios desorbitados no tienen sentido.
En contextos subversivos se reivindica la fiesta como acto político, pero no hay político ni poder económico que no quiera adueñarse de ella. Los festivales son la apropiación más salvaje de la fiesta, de la muchedumbre y del jaleo, por parte del poder económico.
B: Nosotros entendemos la fiesta desde esa perspectiva idílica de la zona temporalmente autónoma.
P: Por eso usamos las imágenes, porque necesitamos ser muy explícitos para no caer en lo evasivo. La fiesta es un espacio que hay que pelear.
B: Y, sobre todo, no caer en la comercialización de la fiesta.
P: Usamos mucho la imagen de la rave porque a la rave no llegas comprando una entrada con acceso a aparcamiento. El origen de las free parties es otro. En cierto modo, en el flamenco aún se da. Ese seguir la fiesta, ese malarrecogío…
B: Malarrecogío es un término de nuestro pueblo.
P: Esa persona que se recoge tarde, que no sabe cuándo volver a casa. Las fiestas de verdiales nos flipan porque son pequeños grupos de gente que tocan y cantan hasta que aguanten.
Vuestros directos generan una energía muy palpable entre el público, pero, ¿dónde va esa energía? La vuestra, y la de tantos otros artistas que trabajan con voluntad transformadora. ¿No sentís que se difumina demasiado rápido ante la presión del día a día, frente a los otros discursos contrarios y más dominantes y poderosos? Como si todo quedase en un dulce espejismo.
B: Hay que crear humanos con conciencias críticas. Es lo único a lo que podemos aspirar nosotros. No se trata tanto de educar, porque yo intento educar a mis hijos y no me sale, sino de dar al espectador esas otras opciones.
P: Aunque estemos en cámaras de eco, en ese pequeño círculo donde nuestras ideas rebotan pero no acaban de traspasar, a veces esas cámaras se rompen. No siempre llegas al mismo tipo de gente cuando escribes o haces música. Por un lado, no hay que pensar que estamos en un mundo idílico rodeados de nuestros colegas, sino intentar llegar a esos otros sitios. Y, por otro, has de sentirte satisfecho porque lo que haces puede ayudar a que algunas personas, aunque sean pocas, se planteen hacer las cosas de otra manera. Esperamos influenciar a otras personas igual que otras personas nos influenciaron a nosotros. Y por supuesto, nunca desde el arte por el arte. Construir en colectivo es un poco difícil en este momento. Pero esto es una responsabilidad de todos.
Se usa mucho el humor para cargar contra políticos de derechas. Vosotros mismos lo usáis, aunque cargando no sólo contra la derecha y la ultraderecha, pero a la vista está que la realidad política no ha variado demasiado. Si acaso, ha variado en dirección contraria. ¿El humor tiene verdadera capacidad transformadora o solo sirve para aliviarnos puntualmente?
P: No hay una respuesta clara a eso y es una crítica que se nos puede hacer. El humor, como la música y las artes escénicas, es algo que también nos han robado. El mejor ejemplo es el carnaval: una fiesta que nace con una perspectiva pagana y anticlerical, pero que en ciertos lugares está tan pautada que acaba siendo todo lo contrario. Nuestra intención es apelar a cierto grado de transformación social y, obviamente, eso no se genera en un solo bolo. Se trata de generar espacios en los que seguir hablando desde la risa. Si antes de nuestra actuación alguien pensaba abstenerse y finalmente decide votar, algo habremos transformado. Pero ni siquiera votar es lo único que hacer. Si podemos servir de algo, y ahí es donde siempre hemos hecho nuestro activismo, es para juntar gente en torno a unas ideas y yendo siempre donde nos llamen: casas okupas, proyectos pequeños… Humor y poesía son herramientas cargadas de potencia para unir. Hay una tendencia constante a la individualización y reír en común es algo que hay que hacer más. Eso sí puede ser transformador. Aunque lo que veamos alrededor sea puro caer en el pesimismo. No creo que el pesimismo ayude en nada.