La historia de la obra de Shakespeare, que se basa en una obra del autor griego Plauto, está fabricada para exprimir hasta el tuétano el equívoco y el enredo. Un padre y una madre, Egeón y Emilia, tienen dos gemelos idénticos, ambos llamados Antífolo. Egeón compra a dos esclavos para servir a sus hijos también gemelos y también con el mismo nombre, Dromio. Una tormenta en el mar separa a la familia por la mitad. La madre, uno de los hijos y uno de los criados quedan en Éfeso, ciudad griega. La otra parte acaba viviendo en la ciudad italiana de Siracusa. La acción de la obra se desarrolla en Éfeso, a la que llegan Egeón, su hijo y su sirviente en busca de la otra parte de la familia. A partir de ahí, el enredo no para. Situaciones imposibles en las que nadie está hablando con quien creer hablar se sucederán de principio a fin.
Andrés Lima utiliza todas las herramientas a su alcance para potenciar y sacar lo mejor de sus actores. Ciertos juegos propios del lenguaje de la compañía Yllana, escenas salidas de la pura improvisación o la energía del clown van como un guante a intérpretes como Rulo Pardo, Antonio Pagudo, Fernando Soto o Esteban Garrido. Un elenco muy coral donde destaca, por su juventud —es poco conocido y da una lección de entrega y capacidad—, Avelino Piedad. Es también de alabar que Pepón Nieto, sin ninguna voluntad de protagonismo, se integra como uno más, algo que horizontaliza y dota al montaje de un espíritu colectivo que juega a su favor.
Andrés Lima hace que cada intérprete vaya saltando, interpretando, varios personajes entre los más de 15 de los que consta la obra del inglés. El enredo planteado por la trama se multiplica con el enredo propuesto por el director. Así, Pepón Nieto será Antífolo de Siracusa, pero también será su hermano, Antífolo de Éfeso, y hará de prostituta, de abadesa o de Duque. Y como él, el resto del reparto. Algo que llega a tal paroxismo que en un momento de la obra los intérpretes, que llevan más de una hora cambiando de personajes y de vestuario y saliendo y entrando de escena a toda velocidad, pedirán ayuda a uno de los técnicos del teatro que ante tal follón se aviene a ayudarles. El público lo celebra. Puro juego socarrón y teatral.
La comedia de los errores es, sino la primera obra de Shakespeare, una de las primeras. La datación de las obras del dramaturgo inglés siempre es fruto de controversia. Pero lo importante no es qué puesto ocupa esta comedia, sino que es la obra con la que el autor de Romeo y Julieta se presenta en sociedad. Shakespeare es en esos momentos un provinciano en el gran Londres, un inglés con tan solo 25 años que lleva unos pocos en la compañía The Theater ejerciendo de traspunte, criado del apuntador, y que poco a poco ha comenzado a actuar. La comedia en Inglaterra a finales del siglo XV no está muy desarrollada y sigue bebiendo del teatro medieval, de obras surgidas del imaginario religioso. Tan solo ciertos autores como Christopher Marlowe y John Lyly han comenzado a hacer un teatro escolar basado en adaptaciones de Séneca, Terencio o Plauto.
De ahí surge esta comedia, de la voluntad legítima de Shakespeare por demostrar capacidades, dominio del lenguaje escénico, ritmo, agudeza y capacidad de agradar y entretener a esos teatros semicirculares que poblaban Londres y ejercían la misma función que los corrales de comedias de España. Teatros para más de mil personas entregadas pero, al mismo tiempo, capaces de tumbar una obra incluso antes de que acabase. Para tal fin, Shakespeare se basa en una comedia de Plauto del siglo II a.C., Los gemelos, obra que, por otro lado, también se ha representado en esta edición del festival montada por la compañía extremeña Verbo Producciones.
La versión que ha realizado el autor catalán Albert Boronat no tiene miedo a cortar los grandes parlamentos que van explicando el enredo. Es más, introduce la figura del narrador, no para distanciar en términos brechtianos, sino para poder explicar rápidamente y en lenguaje actual aquello que Shakespeare puso en boca de sus personajes. Lógicamente, el asunto se agiliza aunque pierde cierta riqueza literaria. Además, Boronat, con toda libertad, hace un prefacio a la obra que se convierte en un elogio del error como posibilidad de diversión y cuna de la vida. “No me sean platónicos (…) y confundan el error con la mentira”, dice el texto, “que, si hubiese sido por aquel viejo integrista de Atenas, ninguno de nosotros, ni poetas ni comediantes, podríamos estar aquí hoy; pues afirmaba, el mentecato, que nuestras fábulas y versos se erigen sobre lo falso”, sigue argumentando.
El montaje está integrado en su totalidad por hombres. Así se hacía en la Inglaterra de finales del siglo XVI. Aunque tampoco hay que olvidar que era debido a una prohibición puritana que por ley prohibió a la mujer pisar un escenario hasta 1662 blandiendo las sagradas escrituras y el decoro. Aun así, una de las composiciones más conseguidas del montaje es la mujer de Antífolo de Éfeso y su hermana, interpretadas por Avelino Piedad y Rulo Pardo que hacen un remedo hilarante inspirado en las hermanas de Marge de Los Simpson, Patty y Selma, dos chimeneas cáusticas y malhabladas.
Otro cantar es el recurso que ya casi parece obligatorio en estas comedias actualizadas de luces llamativas y música electrónica. O ciertos chistes actuales que no calan del todo, pero esto último es algo que Lima irá probando con el público y afinando. La obra tiene ya una larga gira contratada distribuida por Pentación. Más difícil será subsanar otros recursos de teatro viejo como la composición de personajes a través de voces histriónicas, de puro falsete cómico. Pero tampoco puede soslayarse que gran parte del público lo agradece.
No es esta obra una gran comedia de Shakespeare; es iniciática, sin el trasfondo social ni el calaje poético de otras como Las alegres comadres de Windsor o El sueño de una noche de verano. Pero el montaje es más que solvente y, por otro lado, consecuencia lógica de este festival que se está especializando en una comedia que enganche a un amplio espectro de público. Además, Lima ha sabido insuflarle una soltura ácrata y libertaria en la que el escenario, y por extensión la vida, se convierte en un espacio libre donde cada uno puede elegir ser lo que quiera: sultán, ramera, monja, verdugo o comerciante turco. Y si no funciona, pues se cambia. Puro travestismo moral que parece tornarse, ante la realidad circundante, en reivindicación política.