El SAG-AFTRA (sindicato de actores) se ha aliado con el WGA (de guionistas) para someter la industria a una parálisis que no podría llegar en un año peor para la meca del cine estadounidense. El contraste de China alojando con todo lujo de medios la premiere de Megalodón es más pronunciado de lo que parece: por mucho que el fenómeno Barbenheimer tenga hoy a las taquillas muy ufanas —y no queden lejos los triunfos de Super Mario Bros. o Avatar: El sentido del agua—, son más bien destellos que matizan una tónica general. La de los blockbusters de Hollywood perdiendo su conexión con el público.
Flash, Indiana Jones y el dial del destino, Transformers: El despertar de las bestias, Fast & Furious X… ninguna de estas películas ha funcionado como los estudios esperaban que funcionaran, en la mayoría de casos por tener presupuestos demasiado abultados como para hallar rentabilidad. Frente a esta ristra de decepciones, curiosamente las últimas entregas de Transformers y Fast & Furious sí han tenido unos buenos números en China. Lo que, unido a que la taquilla del gigante asiático está liderada en su mayor parte por producciones autóctonas, nos lleva a una sencilla conclusión: Hollywood necesita a China, pero no al revés.
En la premiere de Megalodón 2 evidentemente no estaba presente Jason Statham, pero sí lo estaban otros miembros del reparto como Wu Jing y Shuya Sophia Cai. La segunda ya aparecía en la Megalodón inaugural, allá por 2018, siendo su madre en la ficción Li Bingbing. Wu Jing vendría a desempeñar el rol de Bingbing en la secuela: ambos son grandes estrellas de China, que integran el reparto de los Megalodones para satisfacer al público de su país en sintonía a una sofisticada maquinaria publicitaria, que busca el triunfo internacional.
Pero entre las famas de Jing y Bingbing hay una diferencia de calibre, que acaso represente cómo han cambiado las cosas desde el primer Megalodón. Mientras que Bingbing había visto conveniente trabajar en Hollywood antes de Megalodón —en Resident Evil o la citada Transformers— como signo de la relevancia que conservaba EEUU para labrarse una carrera, Jing nunca se ha visto en esa necesidad. De hecho podría ser alguien más famoso que Statham, y más decisivo a la hora de que los estudios hagan sus previsiones de mercado.
Podríamos catalogar a Jin como 'el Tom Cruise chino' si no fuera porque Misión Imposible: Sentencia mortal - Parte 1 ha sido otro de tantos blockbusters de 2023 que no cumplen las expectativas, y en cambio no hay película en la que Jin aparezca que no se sitúe en lo más alto de la taquilla china. Jin ha protagonizado The Wandering Earth y La batalla del lago Changjin, además de sus respectivas secuelas, siendo La batalla del lago Changjin la película china más taquillera de la historia: obtuvo ese triunfo en 2021, que justamente fue gracias a la pandemia el primer año en que las arcas chinas superaban el volumen de las estadounidenses.
Jin también es director. Ha dirigido (y protagonizado) Wolf Warrior y Wolf Warrior 2, siendo este film de acción de 2017 el segundo más taquillero de la historia de su país. Logros intimidantes que empequeñecen la fama de Statham y todo a lo que Warner pueda aspirar a nivel de marca desde Occidente, sobre todo porque además Jin está muy vinculado a CMC Pictures. Esta empresa privada china, antes de Megalodón 2, ha estado detrás de la mencionada The Wandering Earth y de la película local que en lo que llevamos de año mejor rendimiento está teniendo en China: Lost in the Stars, estrenada a finales del pasado junio.
El caso es que Megalodón 2 es una coproducción EEUU / China donde el primer socio está en una posición mucho más vulnerable que hace cinco años. Mientras que desde 2018 la crisis del coronavirus y el exceso de confianza de los estudios en el streaming se han combinado con el aparente agotamiento del público por las franquicias y las consecuencias aún por determinar de la huelga de guionistas y actores, la trayectoria de China ha mantenido un crecimiento estable. Del cual también vendría un afán de control, a la hora de trabajar la identidad de Megalodón, que acusarían plenamente las imágenes de la secuela.
El fenómeno Megalodón parte de unas novelas que Steve Alten empezó a publicar en 1997. Narran los sucesivos enfrentamientos entre los megalodones titulares (una especie gigantesca y prehistórica de tiburón) y un aventurero llamado Jonas Taylor, con el tono verbenero que otros monstruos marinos venían practicando desde una amplia y querida tradición del cine de bajo presupuesto. Una que habría nacido del éxito del Tiburón de Steven Spielberg, y que predisponía los ánimos para que una película titulada Megalodón fuera la fiesta absoluta.
No lo fue. Más allá del acierto de fichar a Statham como Taylor, la adaptación nunca era tan gamberra ni tenía el espíritu desacomplejado que los lectores de Alten —o los simpatizantes de cosas como Sharknado— desearían. Fue fácil atribuir culpas: por un lado la calificación PG-13 poco podía hacer para exhibir gore submarino, y por otro el que un director como Eli Roth (Hostel) abandonara previamente la producción por diferencias creativas se usó para culpar de la sosería del conjunto a quien al final se había hecho cargo, Jon Turteltaub.
Pero el motivo central trascendía estas cuestiones, en tanto al carácter de Megalodón como Frankenstein corporativo y geopolítico. Un andamiaje encorsetado de acuerdos internacionales, previsiones de taquilla y gestos diplomáticos donde el placer de ver a un monstruo comiéndose a alguien es la última de las prioridades. También en Megalodón 2.
Era previsible que ocurriera. Que la necesidad de contentar a China fuera aún más inmovilista en un momento donde EEUU a duras penas le disputa el liderazgo de la taquilla mundial, y Megalodón 2 se conformara con ser una prolongación mecánica de los postulados del primer filme. Aunque funcionara bien en la taquilla global, Megalodón gustó tan poco a público y crítica como para que Warner, de cara a la secuela, dictaminara en España el embargo de críticas hasta el mismo día del estreno, queriendo controlar una conversación que no se prevé muy laudatoria.
Megalodón 2 es una ficción raquítica y penosa en un grado similar al de la primera Megalodón. Cualquiera podría pensar que, tras ver los límites autoimpuestos del filme de Turteltaub, no habría margen para volverse a decepcionar con la secuela, pero Warner y CMC se aseguraron de que fuera posible cuando contrataron a Ben Wheatley en 2020. Wheatley es un director inglés muy querido por los aficionados del cine fantástico gracias a Kill List o High Rise, la adaptación de J.G. Ballard que protagonizó Tom Hiddleston.
Wheatley suele tener un mundo propio, una puesta en escena contundente y unas inquietudes entre surrealistas y festivas que bien podrían servir a una película de tiburones gigantes. No obstante —y al poco de que High Rise le situara en primera línea—, el currículum de Wheatley empezó a pegar bandazos, dirigiendo para Netflix una adaptación de Rebeca muy menor y pareciendo deseoso de repente de encabezar algún blockbuster. El que fuera. Antes de Megalodón 2 había sido vinculado a una secuela de Tomb Raider con Alicia Vikander.
Tomb Raider 2 no salió adelante de forma que Megalodón 2 es la primera superproducción de Wheatley y sucede aquel pequeño filme de terror, In the Earth, que rodó en pandemia. Wheatley ha pasado por tanto a engrosar ese grupo de cineastas independientes que son absorbidos por las grandes compañías a través de sagas pantagruélicas, donde la autoría solo cotiza a la hora de presumir de firma y seducir a la cinefilia. Poco ha podido hacer el director de Free Fire dentro del monumental embolado de Megalodón 2, que no logra rendir ni como película familiar de aventuras ni mucho menos como filme de terror.
Aún así la mano de Wheatley se nota ligeramente en una composición de planos más cuidada que la de Turteltaub, así como en un uso sugerente de los colores cuando toca descender a profundidades abisales. Megalodón 2 lleva al personaje de Statham (y a su hija adoptiva tras la primera parte, interpretada por Cai) a una fosa donde el número de megalodones ha aumentado en sintonía a otras criaturas como pulpos gigantes o reptiles peligrosos. La trama, sin embargo, pronto revela poseer exactamente el mismo esqueleto que el primer Megalodón, incluyendo un tercer acto vagamente bufo en las aguas de playas chinas hiperpobladas.
El humor intenta ser más chillón a base de aumentar la estupidez de los personajes que acompañan a Statham (tan aburrido en este papel como para perder buena parte de su acostumbrado carisma), mientras la fauna incrementada busca darle variedad a las escenas de acción. Nada cuaja porque todo suena a ya visto o, peor, a algo conscientemente contenido: es una película ahogada por todas las cuentas que tiene que ajustar, tan coyuntural y esforzadamente olvidable, que acapara para sí toda la pena que hoy día pueda llegar a inspirarnos Hollywood. Esa meca del cine popular que ahora parece conformarse con pagar facturas, sin disimular su ansiedad por que todo pueda ir a peor de un momento a otro.