El lienzo ya ha sido enviado por la institución valenciana a Madrid y será restaurado en los próximos días por los especialistas del Prado. La intención de la pinacoteca nacional es presentarlo en mayo, dentro de la exposición temporal Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910), la cita más importante de la próxima temporada en el Museo del Prado y comisariada por Javier Barón. Una vez terminada la muestra, en septiembre, el museo pasará a exhibir El sátiro en sala permanente, donde también puede verse desde 2022 La bestia humana (1897), del mismo autor.
La compra de este cuadro no es baladí. En 1906, cuando el pintor valenciano presentó El sátiro a la Exposición Nacional, fue declarado “pintor inmoral” por el jurado, que retiró el cuadro de la vista pública. La sentencia de los académicos contra la pintura resulta llamativa: “Ofende la decencia y el decoro”. El artista se había atrevido a llevar a la pintura las noticias que encontraba leyendo periódicos. En la escena presentó a un abuelo que arropa a su nieta, de unos diez años, en una rueda de reconocimiento, en los calabozos de las Torres de los Serranos, en Valencia. La niña, que debía señalar al violador de entre los cuatro sospechosos, hace el gesto de cubrirse la cara con las manos. Parece atemorizada al encontrare de nuevo con su agresor y es el abuelo el que indica. Los académicos del arte lo censuraron y rechazaron.
Años después, el propio pintor escribió en su descargo que la obra no era inmoral, que se limitó a pintar “una de esas brutalidades que de tiempo en tiempo realiza la bestia que el hombre lleva dentro, para excretarla”. El cuadro desapareció de la exposición y quedó en manos del pintor, que lo enrolló y lo dejó olvidado en alguna dependencia de la casa familiar de Castellón, durante más de un siglo.
El que fuera uno de los pintores más progresistas del siglo XIX ha arrastrado el estigma hasta el siglo XXI. En 2022 el Prado cambió su parecer respecto a otro de los cuadros de Fillol, La bestia humana. Llevaba enterrado en los almacenes 125 años. “La pintura deja de ser un campo de representación neutral para convertirse en manos de Fillol en un arma de beligerancia y denuncia de la hipocresía social”, puede leerse en la web del Museo del Prado. Esta pintura política y social, que no salió ganando con la desaparición del Casón del Buen Retiro como centro de exposiciones, poco a poco recupera presencia. El Prado rectifica una línea editorial que había mantenido al margen de las salas del siglo XIX estos cuadros desarrollados intensamente en el cambio de siglo.
Como El sátiro unos años después, este cuadro recibió en 1897 el reproche del jurado de la Exposición Nacional. Fillol no había cumplido los 30 años y se encerró dos años a pintarlo. En sus propias palabras, lo hizo “con más afán que nunca”. “Rodeado de lienzos y libros, me pasé una larguísima temporada sin que nada ni nadie distrajera mi atención... Y convencido de que el arte no debe ser un simple juego de nuestras facultades representativas, sino la expresión de la vida, me lancé al palenque en la exposición de 1897 con La bestia humana que fue recibida en los primeros momentos poco menos que a pedradas”, escribió Fillol en sus memorias, en 1913. Ese mismo año Joaquín Sorolla disparó una de sus últimas balas sociales y presentó el mismo tema que Fillol, con Trata de blancas. Mucho más taimado que La bestia de Fillol.
El jurado de la Exposición Nacional concedió a Fillol una preciada segunda medalla, pero le retiraron el premio en metálico del galardón. Reconocían que era un cuadro extraordinario de un pintor técnicamente insuperable, pero atendía un tema que debía ser cancelado. Mostraba la explotación sexual de las mujeres prostituidas. Fillol había retratado su sociedad y el búnker ideológico que lo censuró amplió el retrato que el artista había realizado. “¡Pobre venganza de los altos contra un modesto pintor de las tristezas sociales!”, escribió el artista sobre la sanción.
En pleno estallido naturalista, Antonio Fillol se desmarcó de la tradición valenciana de los paisajes, de las playas y de las estampas bucólicas de las pequeñas rutinas burguesas. Con La bestia humana, primero, y El sátiro, después, hizo de la pintura una gran pancarta que rompió con el silencio que alimentaba un sistema que denigraba y violaba a las mujeres.
La familia de Fillol interrumpió ese silencio, cómplice con las violaciones y la prostitución, el día que depositaron El sátiro en el Museo de Bellas Artes de Valencia, en 2015. La institución se hizo cargo del estado de conservación y lo recuperó, después de permanecer en un rollo durante más de un siglo. Pero el centro tampoco exponía de manera regular, hasta que en 2020 el lienzo formó parte de la exposición de Invitadas.
David Gimilio, conservador del Museo de Bellas Artes de Valencia, ha explicado que en la pintura de Fillol no hay señas costumbristas y empatiza con la población actual y sus problemas. Sin embargo, está pendiente una investigación en profundidad de la obra y vida del artista. De hecho, la familia mantiene en su poder una gran parte de los trabajos y bocetos y, como indican, ha recibido ofertas por El sátiro. Ninguna de ellas del Museo de Bellas Artes de Valencia, que de esta manera se ve en la obligación de desprenderse de un cuadro muy importante.
La dirección del Museo del Prado apuesta por un pintor con un legado molesto, que hasta hoy tenía un futuro incierto. Fillol no encontró en sus coetáneos ninguna referencia a los casos más sangrantes que denigraron la sociedad de finales del siglo XIX. Fue una rara avis entre los pintores de la cotidianidad, que no renunció nunca a lo más impopular, la verdad.
“La crudeza y la radicalidad de algunos de sus temas establecen un vivo contraste con el naturalismo edulcorado y sentimental que prácticamente desarrollaron la mayoría de los artistas españoles de su tiempo. En este sentido, creemos que si en pintura puede hablarse con propiedad de un radicalismo naturalista más o menos afín o equivalente al que se desarrolla en el terreno literario, pocos pintores podrían asumirlo mejor que Fillol. Aunque estamos en otro tiempo y otro contexto, hemos de señalar que Fillol, por la crudeza provocativa de una parte de sus obras, podría considerarse como el Courbet valenciano de fin de siglo”, escribieron Francisco Javier Pérez Rojas y José Luis Alcaide en el catálogo de la exposición dedicada al pintor en 2015, en una sala del Ayuntamiento de Valencia.