El protagonista de McEwan, a ratos encantador y a ratos insoportable como todo el mundo, entra en un internado inglés a los 11 años procedente de Libia, país donde estaba destinado su padre militar. En dicha institución conoce a una profesora de piano llamada Miriam Cornell, con quien se inicia en el sexo en una clara relación de abuso que le marca para el resto de su vida y condiciona todas sus experiencias sentimentales posteriores. Su primera mujer, Alissa Eberhardt, le abandona siete meses después de tener a su hijo Lawrence sin más explicaciones que unas breves palabras escritas en un papel que le deja al lado de su almohada. El mensaje es breve pero conciso: os quiero mucho pero me voy y no me busques. La desaparición de su esposa, que se ha marchado para acabar la novela en la que llevaba años trabajando, hace que caiga sobre él el peso de la sospecha de asesinato así como las dificultades de la paternidad en solitario. Y hasta aquí la sinopsis para evitar spoilers.
La narración de su pasado, su presente y el que será su futuro se entreteje con la de la crisis de los misiles de Cuba, la vida en la República Democrática Alemana (RDA), el ascenso al poder de Margaret Thatcher, el accidente de Chernóbil, el Brexit y la pandemia. Así, los miedos y las contradicciones del protagonista son el reflejo de los que imperaron en la sociedad de las diferentes épocas que cubre, un mecanismo que interpela a los lectores que a la fuerza han vivido si no todas, algunas de esas etapas de la historia. McEwan hace también un trasunto de homenaje a la literatura con las constantes referencias a los autores a los que recurre su protagonista –que, entre sus muchas aspiraciones, tiene la de ser escritor– para sobrellevar una existencia que a veces le supera.
Según explica en una rueda de prensa por videoconferencia con medios españoles e hispanoamericanos, este libro podría funcionar a modo de memorias aunque no lo sean de manera estricta. “No he hecho investigación para esta novela, todo estaba ahí como esperándome”, sostiene. No es ningún secreto que algunos de los datos de la vida de Roland coinciden con los suyos, incluido el episodio del hermano dado en adopción y del que no tuvo noticia hasta los 52 años. “La aparición de David en mi vida fue una alegría, pero para mis hermanastros fue un acontecimiento doloroso. Realmente necesitaba una novela para desplegar todo este abanico emocional”, declara. Esta historia de cómo su madre entregó al hijo fruto de una aventura amorosa a una pareja que respondió a un anuncio en el periódico local que decía “se busca familia para un niño de seis meses” en 1946 es para McEwan una historia de la Segunda Guerra Mundial más allá de una vivencia personal.
“Me interesa cómo esos acontecimientos con mayúsculas son capaces de penetrar en nuestras vidas a un nivel más íntimo”, dice. Puede que el acontecimiento histórico más decisivo para su formación como persona y por lo tanto también para el protagonista de Lecciones haya sido la crisis de Suez. Cuando Nasser nacionalizó el canal en 1952, las autoridades de Reino Unido decidieron trasladar a las familias de los militares británicos en el norte de África a una base militar como medida de protección y McEwan terminó en ella junto a su padre, que estaba demasiado ocupado con su trabajo como militar como para estar pendiente de su hijo. Casualmente, su madre se encontraba en Inglaterra cuando estalló el conflicto, así que recuerda que pasó 10 días junto a sus amigos en los que pudieron hacer lo que querían sin supervisión de los adultos. “Allí pasé los momentos más mágicos de mi infancia. Nunca me sentí tan libre y tan feliz en aquella época”, afirma. “Creo que eso conformó mi carácter y esa decisión de no querer nunca un empleo formal. Solo me podía imaginar libre como escritor y sigo teniendo la sensación de que es la vida más libre que podía haber tenido”.
Otra de las ideas sobre las que se basa Lecciones es la importancia del azar en la existencia de las personas. “Creo que es importante reflexionar sobre que si tus padres hubiesen hecho el amor cinco segundos más tarde, tú no existirías. Otro espermatozoide habría llegado a ese óvulo y serías otra persona”, dice. “Tú no escoges a tus padres, ni realmente a sus amigos ni lo que sucede en la sociedad en la que crece. De ahí sale el personaje de Alissa, porque toma una decisión tajante”, asegura. Tiene presente la idea del libre albedrío constantemente porque le apasionan, dice, “los pequeños acontecimientos": "Te empujan en una determinada dirección. Hace dos días, recibí una carta de un antiguo alumno de mi internado, que me contó cómo una discusión con el profesor de biología le hizo abandonar la escuela. Por eso no entró en la universidad y el curso de su vida cambió, como le ocurre a Roland”.
Su último libro es, además de un tejido entre los acontecimientos personales y los históricos, un trabajo sobre los trucos de la memoria para desordenar la cronología de los acontecimientos. Los recuerdos más vívidos pueden responder a algo que ocurrió hace veinte años mientras que los acontecimientos de hace dos días pueden estar desdibujados en la mente. Asimismo, también pasea por la idea de la relatividad de las acciones y los juicios que se pueden emitir acerca de las decisiones o comportamientos de los otros. “Soy escéptico ante quienes quieren limitar la imaginación de los demás”, declara. “En las que podemos considerar sociedades relativamente libres también tenemos coartada en parte nuestra imaginación porque no queremos molestar a los demás. Creo que tendríamos que tener una sociedad libre y abierta en la que poder opinar en contra de un libro pero no limitarlo”.
También considera que para juzgar el pasado con los estándares de hoy, cabe preguntarse qué pensará la sociedad del futuro acerca de cómo las personas se están comportando ahora. “Puede que dentro de 200 años la gente nos mirará asqueada pensando que bebíamos leche de otro adulto, de una vaca. O nos condenarán por tardar en tomarnos en serio el cambio climático”, sostiene. Acerca del revisionismo, señala que hay que tener en cuenta cómo eran las cosas en determinado momento para entender por qué se pudieron dar ciertos comportamientos. “Hay gente recopilando firmas para que se dejen de estudiar libros del filósofo David Hume, porque hizo reflexiones a favor de la esclavitud. Pero quizá tendríamos que recordar que en un momento de hambruna, Shakespeare se quedó con toneladas de grano. Y no por eso vas a dejar de leerlo. Hay genios que pueden decir cosas peculiares, por así decirlo”, afirma.
Esa reflexión le devuelve a Lecciones y a uno de los personajes más problemáticos: Alissa, la madre abandonadora que ni siquiera le abre la puerta a su hijo años después. Después de encontrarse con ella en Berlín y vivir un momento más que agridulce, Roland lee la novela por la que le dejó y se da cuenta de que es una obra maestra. “Él se convierte en uno de sus lectores más convencidos. La vida es compleja, no hay nada que sea blanco o negro”, declara.
Aunque comenta que está escribiendo un nuevo trabajo, a estas alturas de su carrera poco más le queda por demostrar de su talento: hace 25 años que ganó los premios Booker y Shakespeare y tiene el título de Comendador de la Orden del Imperio británico, entre otros muchos galardones. Ya está considerado como uno de los mejores autores anglosajones de su generación (es posible que el paso de los años le convierta en ‘uno de los mejores escritores anglosajones’ sin circunscripción temporal) y ha ganado el suficiente dinero como para retirarse o dedicarse a crear por mera diversión.
McEwan es consciente de que los tiempos literarios han cambiado y que nuevas firmas están sustituyendo a las hasta ahora inamovibles. “Nos estamos desvaneciendo bien porque morimos o porque estamos dejando espacio a otros. Y está bien, yo he tenido mi tiempo, mi voz ha sido escuchada y ahora tenemos que tener otras narrativas, otros contextos y otras voces”. Sin embargo, no tiene demasiada intención de retirarse y, de hecho, aún le queda una labor pendiente: unas memorias verdaderas, si es que eso puede ser posible.