“Vi la película”, dice con seguridad al recordar ese momento de ignición creativa. Luego llegó una angustia que desapareció cuando Sara Mesa le dio su beneplácito y cuando empezó a trabajar el guion junto a Laura Ferrero y ambas vieron que todo iba “muy fluido”. El resultado se ha visto en el Festival de Cine de San Sebastián y es una adaptación brillante, que consigue el difícil equilibrio de ser una película eminentemente coixetiana siendo la más depurada de todas sus obras.
Hay un trabajo de bajar a la tierra la prosa de Mesa, de hacer que el espectador, sin perder la ambigüedad del relato, comprenda mejor a Nat. También un juego de tonos que a veces viaja a la comedia, riéndose de esos vecinos pijos. Todo comandado por una Laia Costa que vuelve a demostrar tras Cinco lobitos que es una actriz superlativa. Su trabajo corporal, siendo capaz de expresar todo con cómo se encorva o contrae merece todos los premios.
Para lograr esa humanización del personaje le da un motivo de más peso para refugiarse en ese pueblo. Un motivo que tiene que ver con el estrés que se traspasa por ósmosis a los traductores de conflictos bélicos o refugiados. Eso entronca con algo que está en todo el cine de Coixet, la importancia de la palabra, o como ella puntualiza, “la hipersensibilidad respecto a las palabras”. “A alguien le pueden parecer totalmente banal, pero cuando se hacen preguntas como '¿pero vas a vivir sola?', esas palabras generan miedo, es como cuando alguien te pregunta si has tenido miedo. Qué problema hay en que ella viva sola”, apunta.
Como ocurría en la novela, en la película se habla de todas las violencias que una mujer sufre en el día a día. Desde la más explícita hasta la más sibilina, y para Coixet “la que duele más es la de Joaquín, el hombre mayor que le dice, 'no es contra ti, pero mejor que no nos vean contigo'”. Una situación que la directora deja claro que no es intrínseca de los pueblos. “Esto me ha pasado a mí en una ciudad, me ha pasado literalmente con esas mismas palabras. Me ha pasado y no hace tanto tiempo. Al final, la persona más clara y más honesta con ella es el alemán. Lo que pasa es que al alemán le sale competencia en el dolor, y ahí empieza su humillación y empieza también su deriva”.
De todas esas violencias cree que la más cotidiana es la del personaje de Peter, ese falso aliado con el rostro de Hugo Silva (en uno de sus mejores papeles). “Peter está en todas partes. Te lo puedes encontrar en Mercadona, en la casa, en el cine español y en el cine mundial, te diría yo. Peter es mi pesadilla auténtica".
Un amor también habla de lo poliédrico y hasta contradictorio que puede ser el deseo. “Claramente está hablando de la complejidad del deseo femenino, de que tú puedes follar con un tío que no te ha gustado nada y de repente hay algo en ti de cacao mental. Es un mundo en el que los hombres están confusos y las mujeres también. No es fácil navegar por estas cosas, y lo curioso es que cuando realmente sabes navegar por ellas ya es demasiado tarde”, dice Coixet.
En Un amor el sexo es importante, y en el cine de Coixet siempre lo ha sido. Aquí muestra cómo se dirigen esas escenas y cómo se consigue que sean un elemento narrativo de la historia. La importancia radical de pensar cada plano. “Las escenas de sexo tienen que ser las que están más pensadas en una película. Tú, como director, no puedes lanzar a tus actores a una cama y decir bueno, pues ahora os enrolláis. No, esto no va así. Ahora hay una proliferación de los intimacy coach, y yo les dije que si necesitaban uno pues venía uno, pero pienso que es mi responsabilidad como director hablar claro a mis actores, decirles exactamente lo que vamos a hacer, qué es lo que se va a ver, qué es lo que no se va a ver y también notar si ellos están cómodos con esta conversación adulta o no lo están, o si me están diciendo que sí, pero no”.
También la importancia de que sea una mujer quien mira y quien dirige el sexo. “Yo no tengo male gaze. O quizás en otras cosas sí, pero en el sexo no. Ni en el deseo”. Tampoco en el pasado ni en filmes donde el sexo ya tenía un papel importante en la historia. “Yo creo que si hay una cosa que a mí me ha quedado bien en mis películas son las escenas de sexo, sinceramente. Quizá la película donde había más sexo eran en Mapa de los sonidos de Tokio, y allí creo que no había nada de male gaze”, suelta con la franqueza que le caracteriza.
Repite con Laia Costa, a la que conoció en la Berlinale cuando ella presentó Victoria en 2015. “Estaba claro que tenía algo y me tomé una Coca-Cola con ella. Es que le cuesta tan poco olvidarse de sí misma… El personaje de Nat no tiene nada que ver con ella. Laia en la vida real es lo opuesto. Yo me parezco a Nat. Supongo que he sido Nat en algún momento de mi vida, pero ella no. Ella sería la última persona que se tumbaría por un tipo, ya te lo digo”, dice de la actriz, que construye desde el cuerpo su personaje. “Es que el cuerpo es lo que ella pierde y lo que ella recobra en la película. La cabeza yo no sé cómo la va a tener esta mujer después de que aparezca la palabra fin, pero el cuerpo quiero que lo recobre”. Todo en una escena que supone un cambio arriesgado respecto al libro y otorga un halo de optimismo, pero a Coixet no le importa haber sido infiel al final y lo tiene claro: “Es que si no hay riesgo… para qué la hacemos”.