Xiang y Lucía son las protagonistas de Chinas, la nueva película de Arantxa Echevarría, que con su debut Carmen y Lola (2018) se alzó con el Goya a Mejor dirección novel. En su ópera prima apostó por adentrarse en la comunidad gitana para relatar la historia del primer amor entre dos adolescentes que no era aceptado por sus familias. Ahora ha optado por acercarse a otra comunidad, la china, tomando como base una experiencia personal que vivió hace años.
En el filme lo ha personificado a través del personaje que encarna Carolina Yuste, una mujer que acude con regularidad al bazar de los padres de Lucía. Una noche, intenta convencer a la madre de que le compre algún regalo a la pequeña para que se lo traigan los Reyes Magos. Le explica que es una tradición española y que, si Lucía no recibe la muñeca que ha pedido en su carta, se pondrá triste. Buscando evitar la posible decepción de la niña, decide comprarla ella y dejársela a escondidas. Pero pronto entiende que no está haciendo bien.
"Me di cuenta de que era una buenista y que me creía que iba de enrollada. Y en realidad: ¿Qué hacía yo metiéndome en una comunidad y en la educación de una madre? ¿Quién era yo para imponer mi criterio como occidental guay? Me asusté un montón cuando me di cuenta de esto". La vergüenza que sintió le llevó a no volver a entrar en el comercio, arrepentida de la "actitud de superioridad" con la que había juzgado la otra cultura, en vez de aceptar la diferencia. "Me hizo replantearme cómo miramos los occidentales a los migrantes", reconoce la cineasta a este periódico.
Ahora bien, lanzarse a hacer una película como Chinas corría el peligro de caer en este mismo paternalismo, mirada con superioridad e incluso racismo. ¿Cómo evitarlo? "Sin posicionarme. Limitándome a mostrar lo bueno y lo malo que tiene la comunidad china, sin interferir", responde la directora, que se apoyó en el tono semidocumental que caracteriza su cine, que cultiva en el rodaje evitando que el elenco sepa cuándo graban las cámaras: "Creían que eran ensayos".
Su otra herramienta clave para evitar caer en prejuicios y estereotipos fue asesorarse a través de una asociación a la que pertenecen las dos figuras que le han acompañado desde la revisión del guion al propio rodaje; una asistente social y psicóloga y una artista de origen chino. "Fui muerta de miedo a la primera reunión", revela. El resultado fue positivo. Solo le hicieron un par de correcciones. Lo que más le sorprendió fue el testimonio de una de ellas, que reveló que estaba contando la historia de su vida, ya que ella también había llegado a España con once años. "Me explicó que en su momento no hablaba español, que sus padres le parecían unos desconocidos y que odiaba que le llamaran 'china'. Cada vez que lo hacían, quería partirles la cara", afirma.
Esta es también la historia de Xinyl Ye, la actriz que encarna a Claudia, la hermana mayor de Lucía, que vive su propio conflicto con su identidad y decide rebelarse contra sus padres para que no limiten su vida a sacar buenas notas y trabajar en el bazar. La discusión es una de las escenas más potentes de la cinta. "A mí me pasó lo mismo con mis padres. Yo tuve las mismas peleas con ellos en la edad del pavo. Me decían: 'No quieras hacer lo mismo que los españoles'. Y yo quería saber por qué, si estaba en España recibiendo la educación española. Y lo mismo con salir con españoles, porque decían que era peligroso", comparte con este medio.
Leonor Watling, que encarna a la madre adoptiva de Xiang, apunta a elDiario.es que dentro de la convivencia entre culturas que se dan en el país, la comunidad china carga con una mochila de rechazo muy concreta. "Yo soy medio inglesa y te das cuenta de tu prejuicio de mierda cuando dices: 'Pobre niña, dale su regalo de Reyes'. Mientras que a mis amigas suecas nadie les dice: 'Pobres niñas que no tienen Reyes'. Y ellas tampoco los tienen. A mis amigas americanas nadie les dice por qué celebras Janucá y no Navidad. Esto es algo que viene de nuestra escala de valores, que pensamos que lo anglosajón es lo guay. Y todos compramos duendes, velas y ponemos árboles como si fuéramos escandinavos. E igual que hemos adoptado Halloween como si fuera lo más, ¿por qué no hemos hecho lo mismo con el Año Nuevo Chino?".
La intérprete espera que el filme sirva para "que la comunidad china se sienta representada e invitada, a hablar, a hacer más ruido y a ocupar más espacio. Parece que hay esta sensación de que no quieren molestar. Ojalá sientan que tienen más derecho y que si les dices que quieres sushi respondan: 'Pues te vas a un japonés'".
La película de Echevarría habla en esencia sobre la identidad y los conflictos que esta genera, seas del país o región que seas. Y cómo al crecer e ir madurando, la convivencia con ella va cambiando. Para la directora era importante contarlo desde un punto luminoso, que ha impregnado el metraje de ternura, frescura y espontaneidad.
"He jugado mucho al humor porque no suele usarse en las películas sociales. Estoy harta de que el cine de autor sean unos dramas que te lleven a perpetuar el concepto de que este tipo de cine tiene que ser muy denso y duro. Quería intentar hacer cierta parte de comedia para que cuando te dé el golpe, puedas sonreír a los cinco minutos porque pase algo que tenga incluso que ver con el racismo, pero te haga reír", expone. Confirmó su apuesta en la sala de montaje, cuando vio que gracias al trabajo de sus dos actrices niñas, Shiman Yang, Ella Qiu, "funcionaba".
Más allá de la cuestión racial, Chinas ahonda en la sexualidad y cómo el deseo marca la adolescencia. Y lo hace a través del personaje de Claudia, que vive sus primeras experiencias con los compañeros del colegio, sale de botellón y ha de enfrentarse a que sus amigos quieran 'jugar al muelle'. Una práctica que consiste en que los chicos se sitúan en un círculo sin ropa interior y, mientras mantienen la erección, las chicas se van sentando sobre ellos alternativamente cada 30 segundos forzando una penetración. El primero que eyacula, pierde.
"Quería hablar de la adolescente que quiere ser parte de una manada, que es absurda. Los adolescentes de ahora tienen una educación no sexual brutal porque están educándose por pantallas con el móvil. A la sexualidad se le ha quitado la importancia que tenía en mi época, que era castrante y era una mierda; pero ahora es como 'no sexualidad'", lamenta. Cuando la cineasta se enteró de la existencia del 'juego del muelle' pensó que era algo que ocurría "en los márgenes". Pero no: "Me asustó que pareciera lo más normal del mundo entre jóvenes".
Leonor Watling valora como "aterradora" la existencia de este supuesto juego. "Estamos dejando que los adolescentes crean que el porno es educación sexual. Es como si quisiéramos hablar de convivencia y, para ello, viéramos películas de zombis o de Tarantino", advierte sumando como peligro el océano de información descontrolada que ofrece internet.
"Teniendo la Biblioteca de Alejandría en el ordenador, la realidad es que el algoritmo no tiene control, supervisión, ni ética. No sabe si quien teclea tiene cinco años o es un adulto. Lo primero que un niño de cinco va a poner es culo porque es la palabra que más gracia le hace y lo primero que le va a enseñar el algoritmo es una cosa muy heavy de sexo anal. El problema no son las redes sociales, es el acceso sin control a internet y un motor de algoritmos totalmente pervertido".