Son cosas de las que uno se entera leyendo el último libro de Andrea Camilleri publicado en castellano por Salamandra. Se titula “La criatura del deseo” y nos cuenta una de las historias de amor más intensas que se dieron entre dos artistas. Por un lado estaba el genio encendido de Oskar Kokoschka y, por otro, la divinidad inspiradora de Alma Mahler; una mujer que refinaba el ruido y lo convertía en música.
La primera vez que se vieron fue en casa de Carl Moll, destacado pintor vienés y padrastro de Alma Mahler. Por entonces, Alma estrenaba viudez y, como mujer enamoradiza que era, no pudo sucumbir a la mirada algo estrábica de aquel pintor con querencia a los manicomios. Sin pensarlo mucho, Alma invitó a Oskar a un gabinete aparte, una estancia presidida por un piano de cola. La luminosidad de aquel encuentro puso al pintor al borde de la ceguera, desatando un turbulento romance donde los chasquidos de saliva sonaban tanto como los gritos de amor. Camilleri cuenta cómo Oskar Kokoschka salió maltrecho de aquella relación; cómo quedó tan molido emocionalmente que mandó confeccionar una muñeca forrada de guata en sus partes más íntimas. Por si fuera poco, para poner una pizca más de locura al momento, Oskar Kokoschka se acostaba con la muñeca y con la criada, y así estuvo durante un tiempo hasta que, un buen día, o una buena noche, el pintor dio una fiesta de champán y desenfreno.
Pero mejor no seguir contando, no seguir desvelando el nudo final y el consiguiente desenlace de esta historia basada en hechos reales y escrita por el bueno de Camilleri, el escritor que con su Montalbano consiguió crear un género en sí mismo picado por la sal del mediterráneo. Porque, aunque la historia que nos cuenta Camilleri se desarrolle en centroeuropa o más arriba, la herencia cultural de la que hace gala nos lleva hasta un mar antiguo que salpica todo lo escrito por él.
Sin duda, Camilleri es un modelo literario inimitable que debe mucho a Vázquez Montalbán y a Simenon, pero también a Moravia, a Dante, a Virgilio, y por qué no, a Umberto Eco. Contar historias como las que contaba Camilleri, y contarlas a su forma, resulta tarea difícil, tanto como querer fabricar una muñeca que se parezca a la mujer de la que uno sigue enamorado aunque ya no te corresponda. Pero claro, bien mirado, gracias a este fracaso existen los amores eternos. En fin.