Los escritores Antonio Aparicio y Pablo de la Fuente, los artistas Edmundo Barbero y Santiago Ontañón, el periodista Antonio de Lezama, el abogado Aurelio Romeo del Valle y los estudiantes José Campos y Julio Romeo del Valle escribieron durante 30 semanas sus experiencias y pensamientos en estado de reclusión, tecleadas a máquina y acompañadas de ilustraciones a color y en tinta negra.
“Luna es una revista, una bitácora de vida del encierro, una resistencia de ficción, pero también es una forma clandestina, un refugio y la carga del dolor”, explica a eDiario.es Soledad García, una de las curadoras de la exposición Luna, refugio de nocturnidad forzada, que hasta el mes de enero exhibe el Centro Cultural de España de Santiago con motivo de su trigésimo aniversario y de los 50 años del golpe de Estado de Augusto Pinochet en el país sudamericano.
García, junto con Ana Corbalán y Fernanda Aránguiz, las otras dos creadoras de la muestra, se adentraron en los originales de la revista que preserva la Universidad de Chile y, con la colaboración de artistas de distintas disciplinas, interpretaron y recrearon “el tiempo, los ánimos y los sueños” narrados por los españoles antifascistas en sus textos y dibujos: “Fue un proceso creativo para tomar lo que leímos en los textos originales y emularlo y recrearlo en una exposición artística, colectiva, multidisciplinar e inmersiva”, dice Corbalán.
Es en plena noche cuando los asilados españoles se dedican en cuerpo y alma a la escritura creativa. Redactaban desde las 12 hasta altas horas de la madrugada, por eso se autodenominaron “noctámbulos” y bautizaron a su espacio de trabajo como Noctambulandia. “La revista se convirtió en un refugio para sobrevivir al interior de la Embajada”, dice García.
“Noctambulandia es lo mejor de nosotros mismos, lo que se salvó del naufragio y fuimos recogiendo a lo largo de los interminables días de refugio”, escribieron en el número 30, el último que elaboraron. “El día era nuestro enemigo. Era bajo la luz del sol cuando se reunían los tribunales para condenar implacables y vengativos, era al apuntar el día cuando las sentencias se ejecutaban, y bajo este anuncio del día no podíamos sentirnos liberados de todo el peso que nos oprimía. Solo cuando llegaba la noche (...) comenzaba nuestra vida”, continúa el relato.
Noctambulandia se recrea en la exposición a través de una gran mesa de madera, con ocho sillas distintas que representan la identidad de los ocho republicanos, una máquina de escribir encima de ella –que también se escucha de fondo–, y una luz tenue que recrea “el lugar, el ambiente de la noche y el modo en que trabajaban”, comenta García. La muestra también recoge la esencia de distintos fragmentos de la revista: desde las portadas plasmadas en varias obras textiles, hasta la escenografía de una trinchera o una adaptación en un teatro en miniatura de una obra que Ontañón escribió para ser interpretada en el frente.
Los ocho autores, que permanecieron en la embajada junto a otros nueve republicanos, escribieron cientos de textos de todos los géneros literarios: desde cuentos, poemas, fragmentos de obras teatrales y novelas hasta ensayos, reseñas o artículos de opinión críticos con el nuevo régimen dictatorial.
A menudo con el estruendo de los disparos de fondo y el recuerdo vivo de su paso por el frente como soldados o voluntarios, reflejaron la tristeza, angustia, soledad y el miedo del encierro. “No existe artículo que no refleje algún recuerdo. Se aprecia la nostalgia de un pasado como fuente de inspiración”, apunta la periodista Ana González Neira en una investigación sobre la revista.
La académica destaca “tres dimensiones diferentes” de la “memoria” de este grupo: artículos basados en la Guerra Civil y los levantamientos republicanos, que se encuentran sobre todo en los primeros números; recuerdos de la infancia y juventud, en números posteriores, y finalmente, recuerdos de su propia vida en la Embajada.
El proyecto culmina con la salida de los asilados de la Embajada chilena, en junio de 1940, hacia el exilio en Chile y México. “Nuestro propósito era terminar la publicación cuando supiésemos próxima la fecha de salida de la Embajada (...) Nos vamos ya a América. Allí nos esperan otros trabajos”, redactaron los autores en su última publicación.
Sin embargo, antes de partir, entregaron sus trabajos al encargado de negocios chileno de la época, Germán Vergara Donoso, quien los resguardó, los trasladó a Santiago y donó al archivo de la Universidad de Chile, donde permanecen hasta hoy los números originales. En 1990 el español Jesucristo Riquelme, primer director del Centro Cultural de España en Santiago y conocedor de la existencia de Luna, se topó por casualidad con los 30 ejemplares empastados en tres tomos y decidió recuperarlos a través de la edición de un libro que los reproduce por completo y que publicó en el año 2000 la editorial EDAF.
Más de dos décadas después, el Centro Cultural de España en Santiago “recuperó y visibilizó” la memoria de Luna, dice a elDiario.es Paula Palicio, directora del Centro Cultural, que también ha coproducido una audioserie sobre la revista, hoy en proceso de digitalización. “Es una historia de supervivencia asombrosa –resume– y, al final, refleja el espejo que a veces existe entre la historia de España y la de Chile”.