A partir de ahí, la periodista pasó unos años difíciles. Empezó a quitarse años, a disimular su edad. Pero ese descubrimiento, que no había querido ver en ese mismo espejo en los años anteriores, le llevó a un periodo de introspección que le hizo bien. Pensó sobre lo que había vivido en los últimos años. En su hija, que en el proceso se había convertido en una adulta. En las amigas con las que había vivido y compartido, en los mensajes que había recibido, conscientes o no. Y de lo individual pasó a lo colectivo, y comenzó a ver que lo que le había pasado a ella –esa asincronía entre la edad que tenía y lo que ella consideraba que representaba esa edad– le estaba pasando también a otras. Y que esa historia no estaba contada.
En 2023 Cubells ha cumplido 57. Su generación, la de las mujeres nacidas en la segunda mitad de los años 60, las que se hicieron adultas a la vez que renacía la democracia en España, es la primera generación en muchas cosas. Por ejemplo, es la primera generación que se compra la ropa en la misma tienda que sus hijas. No es una tontería, es un hecho curioso que se acompaña de estos otros argumentos comparativos entre madres e hijas: es la primera generación que puede hablar de cualquier cosa con sus hijas, de igual a igual; es la primera en decidir con plenitud que no quería ser como sus madres; la primera que decide si quiere o no una carrera universitaria; la primera que decide si quiere o no tener hijos; la primera que decide si quiere casarse, no casarse o divorciarse.
Lo que ha hecho esta experta analista en contenidos audiovisuales es llevar la reflexión que encendió la señora del espejo del ascensor a las conversaciones con las amigas, e incorporarlas al libro. Por ello, aunque sea un ensayo personal, tiene mucho de colectivo pues trae esas otras miradas al libro, que a veces entran como comillas y otras mutan en forma de películas y series para ver, canciones para escuchar y libros para leer. La introspección queda trenzada, así, con la cultura, que no es otra cosa que una gran conversación global, y con la amistad, que si es generosa es un intercambio de verdades.
“Poco bien hemos salido”, dice después de desguazar la letra de una canción de Sabina. Y lo mismo que te cuenta cuánto ha ayudado el reflejo en Las chicas de oro o Sexo en Nueva York, también te habla de la publicidad donde la regla era líquido azul sobre una compresa y el vello de las piernas ya había sido depilado antes de pasar la cuchilla.
Cubells hinca el diente con valentía a temas incómodos. La soledad es uno de ellos, por eso la llama “bendita/maldita”. Puede ser ambas cosas. Le envía un wasap a Rosa María Calaf (75 años) preguntándole dónde está y esta le manda una foto en el desierto: está explorando Arabia Saudita. “Ahora nos angustia la soledad del anciano”, escribe, pero piensa que en el futuro la manejaremos de otra manera, que será aceptable y lógica, cuando sea deseada. Y, en ese caso, puede ser maravillosa. “La soledad es política, la soledad es cara”, cita la autora a Fay Bound Alberti (Una biografía de la soledad).
Alguien a quien Cubells admira, la que fuera ministra Carmen Alborch (fallecida en 2018) escribió: “La vida interior va ganando importancia a medida que maduramos”. De eso va también la revelación de este libro. Alborch –”luminosa y profunda”, la definió Maruja Torres– es un gran referente para la autora, no solo por lo que dijo e hizo sino porque si se quería poner unos pendientes despampanantes, el pelo rojizo, zapatos de plataforma y un vestido llamativo en el Consejo de Ministros, lo hacía. Un día, Cubells se descubrió a sí misma cortándose un poco con el look, por el qué dirán. Temía lo que pensaran de ella por mediación de cómo se vestía, maquillaba o peinaba. Pensar bien sobre eso, acordarse de Alborch, rebelarse contra ese pensamiento, le ha ayudado a dar varios pasos atrás y coger del armario lo que le hiciera sentir mejor.
La maternidad es otro de los temas sobre los que escribe con arrojo. La de Cubells es una generación que decide tener hijos o no tenerlos pero, si los tiene, puede plantear que no serán las madres abnegadas que renuncian a su carrera profesional por los cuidados, como fueron, en general, sus propias madres. Periodismo y maternidad no casan bien. Pero eso es porque hay una idea canónica de lo que significa maternidad: ocuparse todas las noches del baño, la cena y el cuento, saberse los percentiles, ir a todas las reuniones de la guardería, del colegio, del instituto, de la AMPA. Hacer un cierre diario en un periódico no es muy compatible con cumplir con esas otras obligaciones, eso lo sabe la autora. Pero es posible una maternidad otra, sin culpa. O al menos no demasiada. Cubells cita aquí a Élisabeth Badinter quien, en su libro La mujer y la madre, recalca que el arquetipo de la madre perfecta, de la buena madre, deslegitima otras maternidades, como las no biológicas, las de las mujeres trabajadoras, las de las lesbianas, “las de las que quieren seguir saliendo a bailar”.
El extenso conocimiento del audiovisual que ha atesorado Cubells le permite tener personajes para casi todo. Ejemplos buenos y ejemplos malos. Bueno como Jane (Gillian Anderson), la madre de Otis en Sex Education. Malos como Violet (Meryl Streep) en Agosto. Buenos como Miriam en La maravillosa Señora Maisel (Rachel Brosnahan). Malos como Evelyn (Kathy Bates) en Tomates verdes fritos.
“La edad es una actitud”, dice Mariola Cubells en uno de los capítulos. Como la de Carmen Alborch, como la de Madonna, como la de Andie MacDowell, de quien toma una cita que dice: “Quiero ser vieja. Estoy cansada de tratar de ser joven”. Lo importante, siguiendo esta actitud, es “que te importe un bledo”, también lo dice Cubells. Aplicar el presentismo, vivir sin miedo. Ser feliz, en definitiva. E imbatible.