Sin embargo, para Matteo Garrone está mucho más cerca del espíritu de Ulises un joven de Dakar que busca en Italia una vida mejor que un señor con una capa y un martillo que se enfrenta al mal. Es más heroico cruzar el Mediterráneo en un barco, que acabar con un malvado de otro planeta. El director de Gomorra ha creado su propia Odisea gracias a la historia del dos primos que viajan por el desierto y por el mar. Su mirada a la inmigración en Yo capitán (ya en salas) se centra en el viaje, no en la llegada ni en las consecuencias, como la gran parte de relatos creados en Occidente sobre la crisis migratoria.
El director italiano capta de forma brillante cada etapa de un viaje físico y mental. Y lo hace logrando lo más difícil, encontrar la distancia justa para hacerlo. Garrone no cae en la porno miseria. No se centra en el dolor ni en el sufrimiento. Su cámara no se jacta de la tragedia. Aprovecha el fuera de campo y rueda cada parte de esta odisea con una fotografía preciosa y una cámara virtuosa. Hasta la muerte se convierte en algo casi onírico para dignificar a todos estos personajes que normalmente son números y que aquí son héroes. Héroes que no dejan a nadie por el camino, como se confirma en ese final emocionante, sobrecogedor, que da nombre a la película en una escena para el recuerdo.
Parte de la verdad que desprende Yo capitán, viene de esos dos protagonistas, Seydou Sarr y Moustapha Fall, a los que Garrone encontró en Dakar y con los que recreó de forma real el viaje, ya que el rodaje siguió cada etapa que viven los migrantes que huyen a Europa. “Moustapha estaba en la escuela, pero su madre y su hermana eran actrices y hacían teatro; y Seydou se olvidó de venir al casting y lo tuvieron que llamar, porque se había ido a jugar al fútbol. No dejé que leyeran el guion y ellos no me hacían preguntas sobre el personaje. No quería influirles. Quería evitar dar mi opinión. Quería su experiencia, aunque ellos nunca se hubieran enfrentado a este viaje sí conocían experiencias de gente cercana”, cuenta Garrone.
Seydou Sarr, que ganó el premio Marcello Mastroianni en el pasado Festival de Venecia, explica con una sonrisa la anécdota del fútbol y la cuenta como si no entendiera dónde estaba lo gracioso. “El casting tenía que empezar a las ocho y mi hermana y yo fuimos a las 12 porque yo tenía fútbol y no lo podía dejar”, dice junto a Moustapha Fall, influencer en redes sociales con más de 125.000 seguidores. Ambos se expresan en wolof, su idioma, y el que se escucha en la película. Ambos lo tienen claro, si se puede, quieren seguir trabajando como intérpretes. Para ellos esta película es algo más que un debut, “es la realidad del desierto de la gente de Senegal”.
A pesar de ser uno de los directores más consolidados del cine europeo, le costó muchos años decidir que iba a rodar esta película. “Era un tema extremadamente serio y dramático y entrar en una cultura que no era la mía. Yo soy un italiano burgués, tenía mil miedos, mil dudas sobre cómo contar a un joven migrante que se enfrenta a un viaje donde la muerte está muy presente. Esperé varios años y me di cuenta de que la única forma de hacer esta película era desde la honestidad y la sinceridad y que debía hacerlo con ellos. Tanto en la fase de escritura, como en rodaje y en montaje, siempre estaban a mi lado y hablaba con ellos continuamente. La única solución es que la película tuviera su propia autenticidad, porque cuando yo desaparezca, la película permanecerá”, explica Garrone, que firma un guion que adapta la historia (y el viaje) real de Mamadou Kouassi.
Siempre tuvo claro que, de su historia, lo que quería era centrarse en “el viaje, que normalmente no tiene forma visual y no estamos acostumbrados a escuchar, la epopeya del viaje”. “Ellos son los herederos de la épica contemporánea y por lo tanto había una fuerza enorme en sus historias. Esto es lo que me inspiró a contar esta historia. Intenté hacerlo manteniéndome cerca de la verdad, de las historias de quienes vivieron eso. Pero al mismo tiempo no quería hacer un reportaje ni un documental, quería que fuera una historia de ficción. Por eso intenté combinar dos formas de lenguaje, como si hubiera intentado hacer una mezcla entre Gomorra y Pinocho. Había veces que había una verdad que me recordaba al estilo casi documental de Gomorra, y otras una dimensión onírica del cuento de hadas de Pinocho”, apunta sobre su acercamiento.
Para Garrone los migrantes son “héroes que no eran conocidos”. “Estamos demasiado acostumbrados a oír hablar de números todos los días y olvidamos que detrás de los números hay personas, hay familias, hay deseos, por lo que la idea también era intentar mostrar que detrás de esos números hay personas que tienen su propia identidad, tienen su propia humanidad, incluso son héroes. Esto es lo que me llevó a hacer esta película y eso, sin duda, supuso un cambio en mí”, añade.
La película, que logró el León de Plata a la Mejor dirección en el Festival de Venecia, ha sido la elegida por Italia para representar al país en los Oscar y está nominada a los Globos de Oro, donde se enfrenta a La sociedad de la nieve. Todo en una Italia donde gobierna la extrema derecha y donde Meloni ha hecho del odio al extranjero una de sus cartas de presentación. Por ello, Garrone califica el trato de Europa a los migrantes como “una injusticia fundamental” y “una violación de los derechos humanos”. Y aquí subraya una diferencia de su película. Sus protagonistas no huyen de una guerra, sino que “aunque viven en una situación de cierta pobreza” simplemente intentan “cumplir su sueño de viajar a Europa porque creen que aquí tendrán más oportunidades”.
“Es un problema serio y complejo y no pretendo dar soluciones, pero sí mostrar cómo el deseo de estos niños proviene de qué significa hacer ese viaje. Y creo que puede ayudar a concienciar a quienes ven la película en este lado del mar, pero también a quienes la verán al otro lado de África, porque creo que incluso en África puede serles de gran ayuda ver cuáles son los peligros a los que se enfrentan. Nunca han visto el viaje”, zanja.