Y entre su público abundan, también, jóvenes de todas las edades.

Si algo llama poderosamente la atención en sus conciertos es esta extraordinaria conexión con los menores de edad. Su cancionero no interpela solo a adultos y adolescentes; también ha impactado fuerte en la pubertad y la infancia. Morad no hace música infantil, pero atrae a niños y niñas de muy tiernas edades. Solo por eso, el de La Florida ya es un artista sin parangón en la historia reciente. Los adultos no comprenden cómo sus hijos están tan enganchados a él, pero estos días en el Sant Jordi Club había niños y niñas de edades escandalosamente prematuras disfrutando de un concierto para adultos. Como aquella niñita de padres latinoamericanos que se les escapaba corriendo una vez superado el control de entrada porque intuía que el concierto de Morad ya había empezado.

No, Morad aún no había salido a escena. Era uno de sus colegas, Lil Viic, un rapero dominicano del barrio madrileño de San Cristóbal, quien caldeaba el ambiente con canciones como Código postal. Tres chavalas rubitas de unos 12 años se grababan, cegadas de excitación, cegadas por el flash del móvil, cantándola a gritos ante el asombro de la madre de una de ellas. “Os llamo luego, no puedo oír / Tengo que salir / Haciendo chavos para vivir / Hay que resistir / Me dicen: negro, tú eres reptil”. Tal vez la madre estaba descubriendo su condición de licenciadas en drill, afrotrap y demás ritmos contemporáneos. A lo largo de la noche, las tres del flash no solo recitarán de memoria todas las letras de Morad; también, las de todos los invitados de su ídolo de origen marroquí.

La velocidad y eficacia con que han permeado en las nuevas generaciones estas músicas de ritmo y rima, las llamadas músicas urbanas, está fuera de duda. Pero lo de Morad es otro nivel. Sus canciones se han colado en cientos de barrios. Es omnipresente. Es un ratón. Es como el agua. Se escribirán libros sobre él. Biografías sensacionalistas, quizás. Ojalá, análisis sobre su condición de artista-espejo de este país, la España del siglo XXI, donde los hijos de familias migradas y vulnerables buscan su identidad, su lugar y su modo de subsistir.

Durante su meteórica consagración en los barrios de este país y de otros vecinos como Francia y Marruecos, Morad ha salido al escenario rodeado de niños de La Florida. Niños que utilizaba como escudo protector, como amuleto, como decorado que le permitía sentirse seguro y asentado en un espacio de trabajo tan expuesto y lejano a su barrio. Hoy ya se atreve a aparecer solo en la tarima. Aun así, introduce sus actuaciones con un vídeo en el que dos niñas hacen de secretarias en una hipotética oficina de contratación. En el vídeo se proclama a Morad “el número uno de los niños”, un título honorífico que muchos artistas repudiarían porque les haría parecer menos artistas, pero que él abraza con orgullo. Los niños han dejado de ser su amuleto para ser una medalla. Quizás porque él nunca pudo ser un niño. Quizás porque, incluso hoy, su gran deseo sería serlo.

Imposible.

En los últimos cuatro años, Morad ha crecido como pocos veinteañeros. Su corte de pelo, rasurado por los laterales, permite observar las venas hinchadas que recorren sus sienes. Se le ve relajado en el escenario, seguro de su habilidad, pero esas venas bombean sangre y preocupaciones al cerebro desde que abre el concierto con ‘Aguantando’. Bombean versos y recuerdos. “Que yo nunca he salío del gueto / El gueto nunca ha salío de mí”, advierte. “Me he alejado de lo malo / Tengo colegas dando palos”, corean fans de todas las edades. En las primeras filas alguien ondea una cartulina. Parece decorada en clase de plástica o a la salida del cole. Dice: "Gracias x tu música". Hay más en el recinto.

Más incluso en que en el escenario, el espectáculo está en la pista. Un padre lleva a hombros a su hijo con chándal azul para que vea mejor el concierto. Morad se ha percatado y en una pausa entre canciones se dirigirá al niño. Le aconseja que de muchos besos a su padre, que valore el esfuerzo que está haciendo por él esta noche. También le aconsejará que si quiere ser alguien en la vida sea tranquilo y humilde y no se junte con mafiosos. Esto último lo dice porque la siguiente canción habla precisamente de eso. En la grada lateral, un niño de unos ocho años baila encaramado en la baranda que separa a este sector elevado del precipicio bajo el cual está la pista. Si no le sujeta de la mano algún familiar caerá tarde o temprano sobre el público de abajo.

Sobre el escenario, Morad se comporta como un hermano mayor. Detiene dos veces el concierto porque intuye que en las primeras filas hay alguien asfixiado o al borde del desmayo. Las propias canciones incluyen consejos para sobrevivir en los barrios: no seas chivato, no vayas de chulo, sé leal, valora la amistad, respeta a la familia… Desde la mentalidad formada de un adulto, suenan a moralismos inocuos. Para jóvenes que están construyendo su identidad, son material formativo: el tipo de consejos que no aguantas de tus padres, pero sí aceptas de otras personas. De cantantes.

Lo interesante es que estos consejos no brotan de un tipo endiosado que viene a repartir lecciones, sino de alguien que sabe que a determinadas edades es imprescindible algún tipo de orientación. Y lo sabe porque tal vez él no la encontró cuando más la necesitaba. “¿Dónde estabas entonces cuando tanto te necesité?”, pudo haber cantado cantar este chaval cuando era adolescente. “Si lloré ante tu puerta, de nada sirvió”, pudo seguir. Morad ha sido durante buena parte de su vida el último de la última de las filas.

Cuatro niñas de ocho años recitan desde el fondo de la sala todos sus estribillos. Tienen el aliciente extra de saber que una de sus madres está inmortalizando la escena con el móvil. Cuando se cansen de cantar, la madre las fotografiará posando con la bandera de Marruecos que han traído de casa. Unos metros atrás, cuatro preadolescentes en edad nerviosa andan ya arreándose empujones y codazos. El bloque de flamenquito romántico ya les aburre. Necesitan acción. Pronto sonará Seya, la canción que Morad grabó con el rapero parisino de origen congoleño GIMS. Los chavales se pondrán las pilas inmediatamente. A botar y cantar. ¡En francés! “Oh Seya, j'te ressens sur l'bout des doigts / Si j'dis oui à tout-va, ça va nous faire mal”. Cuando Morad cante sus versos (“Quiero estar contigo donde sea / En las malas y también, las feas / Yo no sé por qué me peleas”) todo cuadrará. Los chavales botarán, cantarán y volver a pelear en broma.

Curtido en decenas de videoclips, Morad aprovecha cada vez que la pantalla del fondo del escenario proyecta un primer plano suyo para mejorar como actor de cine mudo. El cámara lo enfoca y él ofrece expresiones que refuerzan el mensaje de la canción en curso: ten mente fría, no te busques líos, respeta a tus padres, no te dejes pisar por la policía, no falles a tus amigos… Sin mediar palabra. Con gesto serio y algo triste. Su mirada tiene algo de Chaplin. Cuando su amigo 3dnan abandone el escenario agradeciendo que le haya dejado cantar un par de temas ante un público tan numeroso, aprovechará para celebrar que Morad esté triunfando en su ciudad, pero, sobre todo, que esté sonriendo.

El granadino Dellafuente y su hermano Beny Jr serán otros invitados sorpresa en la segunda de las tres noches de Morad en el Sant Jordi Club. Pero el más controvertido de todos será Killian Mbappé. No aparece en carne y hueso, pero proyectar los goles del futbolista francés más deseado por el Real Madrid en la pantalla mientras él interpreta Cómo están? pudiera agrietar la devoción del público barcelonés por Morad. No sucede, por supuesto. El vínculo que ha construido el cantante de La Florida con sus seguidores es demasiado sólido.

El cancionero de Morad se presenta como un manual de supervivencia para niños y adolescentes que aún no han entrado en la vida adulta, pero pronto lo harán. Quizás de forma precipitada y sin red de seguridad. Y ahí los asideros son escasos. La religión es uno para Morad. Una niña de unos 11 años avanza dos pasos para dejar atrás a su madre, a su hermana menor y cantar sin que la vean. Con la mente perdida, se sumerge en los versos de Soledad. “Y me encuentro solo / Nadie me acompaña / Miro para el cielo / Dios nunca me engaña”.

Rabia y melancolía son las energías que mueven su carrera. La primera no ha desaparecido de su repertorio, pero por lo menos este fin de semana, la segunda le ha comido terreno. Su nuevo disco se titula Reinsertado, aunque en absoluto se presenta como una rendición, sino como un victorioso desplante. Un 'vencieron, pero gané' en toda regla. (Así se titula la autobiografía del cantante anarquista de punk El Noi del Sucre). Entre las nuevas canciones de Morad, algunas mantienen su oficio como cronista de los bajos fondos. Es el rol del rapero. Es el rol del rumbero. “Rutas que son por Europa / Coche cargao de farlopa / Radio de fondo: Estopa / Es que el dinero se agota”, relata en una titulada Estopa. Precisamente Estopa cantaban aquello de: “Salimos de la cárcel / Metemos la primera / En el loro Deep Purple / Chirrían las cuatro ruedas”.

Son casi las once y algunos menores bostezan sin parar. La madre de una de ellas, con hijab, le propone volver a casa. La niña se niega. Contra lo que pudieran suponer quienes ven a Morad como un peligro social, esta noche no se han reunido en el Sant Jordi Club miles de personas con ganas de liarla, sino de ser respetadas y de encontrar su lugar en este país. De eso va, principalmente, su música. Y, por lo que el propio Morad ha conseguido, se diría que es posible. "El que la sigue la consigue", afirma en otra de sus canciones. Obviamente, las cosas no siempre funcionan así. Y no siempre surte efecto alimentar falsas expectativas, pero a ciertas edades es imprescindible que alguien te anime a perseverar. Que alguien te invite a pensar que no estás condenado de por vida.

Llega la traca final con Pelele, su canción más conocida y gracias a la cual más personas han descubierto su repertorio de dicción inconfundible. Una de las últimas frases que lanzará Morad antes de despedirse ahondará en el tema central de esta noche: “Cuidad de vuestros padres y de vuestras madres”. No está pensando en el público más adulto, no está pensando en la crítica, no está pensando en la industria musical, no está pensando en el próximo récord de visualizaciones en youtube, no está pensando en el estadio que quiere llenar algún día. Está pensando, una vez más, en los niños. En los niños morads.