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Ignatius Farray: “Goza la risa, que no te roben el punki”

Farray es el segundo apellido de su padre, “que era corredor de ralis semiprofesional y en su coche se ponía Javier Farray en plan promocional. Me emociona llamarme así, murió al poco de que comenzase a actuar”, apunta Ignatius.

Desde hace un año lleva acercándose al teatro. Todo comenzó un día que entró en el Teatro María Guerrero a ver la obra El golem de Juan Mayorga. Ahora, asiste como alumno al máster en creación teatral que dirige el propio Mayorga en la Universidad Carlos III. Un máster que lleva diez años de andadura y por el que pasan los principales creadores, directores, dramaturgos e iluminadores del país como Andrés Lima, Pablo Messiez o Juan Gómez-Cornejo. Además, desde hace poco Ignatius asiste a las clases de movimiento de una de las grandes de este país, Mónica Valenciano, que conoció en el mismo máster.

“Al principio en los shows que hacía, el público ponía demandas a los locales diciendo que lo que yo hacía no era comedia y que les devolviesen el dinero de la entrada, así que imagínate cómo deben verme los de teatro”, comenta. La entrevista transcurre caminando por su barrio madrileño, Malasaña. A cada paso, la gente se acerca con una sonrisa, le dice cosas cariñosas y se saca un selfie con él. Ignatius responde feliz y posa con su famoso grito sordo, en el que abre la boca desmesuradamente, “en la preadolescencia me dio por abrir la boca, como un tic, me dio tan fuerte que se me desencajaba la mandíbula, la profesora me expulsó de clase varias veces”, recuerda. Incluso la policía a caballo del barrio se para y lo saluda; “es que soy canaria”, dice la agente.

Ignatius Farray, en Malasaña Ignatius Farray, en Malasaña

Ahora, Ignatius está contento, viaja menos, tiene su programa semanal en la Cadena Ser junto a Miguel Maldonado, La segunda acepción, cuatro shows a la semana en el local madrileño Beer Station y varias funciones funciones en el también madrileño Teatro del Barrio, la próxima el 26 de mayo, donde va metiendo parte de lo que está investigando en el máster.

¿Cómo fue que decidió ser alumno del máster de Juan Mayorga?

Es extraño verme ahí, ¿no? Cuando llegué al curso bromeábamos que aquello era como el episodio de Los Simpson en que Homer vuelve a la universidad [risas]. Fue una decisión lenta, me acuerdo de que vi El rey Lear (2008), adaptación de Mayorga, y me encantó, me quedé con el nombre. Luego me vi más, Reikiavik (2015) e Intensamente azul (2018). Y de repente vino El golem. Esa me enganchó especialmente. Me la fui a ver cinco veces. No es una obra que levante a la gente de su asiento, pero a mí me parecía una genialidad así que cada día acababa como un loco aplaudiendo de pie y gritando '¡bravo!'.

El acomodador, cuando llegaba, me decía: “Bienvenido, míster Golem”. Y los actores, cuando saludaban, se fijaban en que estaba ahí aplaudiendo durante cinco representaciones de 'El golem' de Juan Mayorga

Le dio fuerte…

Sí, el acomodador, cuando llegaba, me decía: “Bienvenido, míster Golem”. Y los actores, cuando saludaban, se fijaban en que estaba ahí aplaudiendo. Un día recibí un mensaje del actor Pepe Viyuela, que es la pareja de Elena González, una de las actrices de la obra, en el que me decía que por lo menos ya que había ido tantas veces que me dejaban una invitación para la próxima función [risas]. Y en una de esas me encontré a Mayorga en las escaleras, imagínate, me quedé un poco de piedra, pero entablamos relación. En otro encuentro con él me enteré del máster, yo no sabía nada, así que busqué por internet, luego pregunté a Juan, que estuvo muy amable, y me invitó de oyente. Al siguiente año me metí de cabeza.

¿Qué le atrajo tanto de El golem?

La palabra. Del teatro de Mayorga, él es matemático y filósofo, se suele destacar la geometría que muchas veces se confunde con frialdad. A mí me pareció todo lo contrario, que la obra era sensual. Yo vengo del stand up, donde solo hay palabra, nada más, y le daba vueltas a eso… A Mayorga también se le achaca que en sus obras falta acción dramática. Pero la palabra ya connota acción. Tomar la palabra es pedir un espacio y ahí hay una acción. En El golem yo veía una acción épica. La protagonista, Vicky Luengo, a lo largo de la obra se va transformando, las palabras la van cambiando. Pura acción.

Algo que usted relacionaba con el stand up, ¿no? El acto de tomar la palabra…

Mayorga en su máster habla de esto, de la escena donde Hamlet toma la palabra, pero no para hablar a los otros personajes, sino en un momento en que se juega todo comparte su dilema con el público. Me identifico con eso, con ese momento de tomar la palabra en un momento crucial. Hablar, como dice Foucault, perdón por la cita, con “parresía”, hablar franco, decir la verdad, sin reservas, aunque tengas que mostrarte frágil y ponerte en riesgo. Para mí el stand up debería aspirar a eso. Y es ese mismo ponerte en el filo lo que genera comicidad, una comicidad que surge de tu vulnerabilidad, la situación es tan cruelmente desequilibrada que te tienes que reír.

Como soy tan cobarde, actúo más por acumulación. Dicen que los canarios somos aplatanados, sin embargo, somos más volcánicos. Estamos ahí parados, pero bullendo. Y al final eso explota

¿Cuándo toma la decisión de hacer ese gesto de Hamlet y sube a un escenario?

Como soy tan cobarde, actúo más por acumulación. Dicen que los canarios somos aplatanados, sin embargo, somos más volcánicos. Estamos ahí parados, pero bullendo. Y al final eso explota. Después de estudiar me fui a Londres, por hacer algo, trabajaba e iba a los comedies club. Me empecé a empapar de todo eso, pero pensar que yo podía estar ahí arriba me daba pánico. Así que de algún modo fui forzando la situación hasta no tener plan b, acabé bastante aislado, toqué un poco fondo. Así que cuando me volví a España me fui a Tenerife, a casa de mis padres. En España ya se estaban poniendo de moda los monólogos cómicos y en un pueblo al lado, en Las Galletas, había un bar que hacia concursos cómicos. Ahí vi la oportunidad…

¿Qué hizo?

Me fui a una casa aislada que tienen mis padres para preparar 20 minutos. Y ahí estaba yo intentándome aprender el texto a la perfección, lleno de inseguridad. Así que salía a unas dunas al lado de la autopista a decir el texto en voz alta. La gente, conocida, me veía desde el coche ahí hablando, solo, gesticulando y decían “finalmente Juan Ignacio ha perdido la cabeza”. Y el día que llegó la actuación, todo flipado, como me pongo yo de trascendental, me fui como el profeta a caminar a la montaña, no sé cuántas horas. Cuando bajé parecía Moisés con las tablas de la ley. Estaba como en trance, decía “llévenme, llévenme al bar de Las Galletas a participar en ese concurso”. Llegué como un místico y simplemente del ansia al final la actuación no salió ni tan mal, salió a puro golpe de histeria. No dormí esa noche, llegué a mi casa como en una nube, pasé la noche recordando como había sido todo. Había conseguido dar el primer paso. Y me enganchó tanto esa sensación que me dije que no lo iba a dejar nunca.

El cómico Ignatius Farray El cómico Ignatius Farray

El día 22 de junio por la mañana, en el Teatro del Barrio, mostrará el trabajo de creación que está realizando en el máster. Tuve la oportunidad de asistir a un ensayo y también se veían otras influencias que venían más de la danza, ¿y eso?

Al máster viene mucha gente que te abre los ojos de una manera asombrosa. Y luego está Mónica Valenciano, tan solo vino dos veces, pero ha dejado una huella en el curso absoluta. Ahora, tengo la suerte de estar asistiendo a un taller con ella. Ella viene del baile, cuando me enteré de que venía asistí lleno de prejuicios, fui a clase como para ver qué pasaba… Y de repente, entra esa mujer que parece una sacerdotisa, comenzó a hacer sonidos, a moverse de un modo increíble. Y me dije “yo esto me lo puedo llevar a mi cosa”.

¿De qué modo?

En el stand up tienes la tentación, como decía Cioran, de querer existir. De con tu ego intentar influir en el otro. Ahí ya estamos planteando todo mal. A lo mejor, simplemente hay que tener la disposición para que las cosas sucedan. Y acaban sucediendo. Es un misterio en el que hay que tener fe. Si uno se aproxima al abismo, inevitablemente va a suceder. Y yo vi eso en las clases de Mónica, parecía pura magia. Me acuerdo de una cosa que nos dijo: “El protagonista no eres tú, ni lo es el público, sino el espacio que hay en medio”. Y claro, yo arriba de un escenario tengo el ansia de que la gente se ría, es lo que me mantiene a flote. No digo que no haya que reírse, pero, en vez de pretender una risa tan automatizada o mecánica, vamos a buscar otros senderos hasta el manantial. Mónica es una inspiración, quitarte de en medio, estar atento a lo que sucede…

En el 'stand up' tienes la tentación, como decía Cioran, de querer existir. De con tu ego intentar influir en el otro. Ahí ya estamos planteando todo mal. A lo mejor, simplemente hay que tener la disposición para que las cosas sucedan. Y acaban sucediendo. Es un misterio en el que hay que tener fe

Una de las cosas que más sorprenden es la atención que tiene a todo lo que pasa a su alrededor durante una función…

Perdón de nuevo por la cita, Sócrates tenía su método de pensar a través del diálogo, la mayéutica. Mayéutica quiere decir dar a luz. Me enteré de que la madre de Sócrates era partera. En el stand up estás ahí tú con parresía, tu fragilidad y tus ganas de decir la verdad. Y ahí está el público que son como las matronas que te están ayudando a parir. La atención de la gente sobre ti produce un mecanismo que facilita el parto. Yo soy muy cobarde, lo tengo todo muy escrito, me refugio tras esa trinchera buscando seguridad. Pero ahora intento salir de ahí, dejar que suceda. Perdón, a veces me pongo muy exquisito hablando de estas cosas.

Pero esto no viene de su contacto con el teatro, ya venía así de fábrica, ¿no?

Creo que sí, pero en el fondo intelectualizar las cosas es una forma de cobardía. Cuando intelectualizas las cosas es porque quieres definirlas con la palabra, lo que quieres es meter al tigre en una jaula.

¿Tiene referentes dentro del stand up?

Lenny Bruce, que es como el Jesucristo de todo esto. Bruce revolucionó la comedia en los años 50 porque dejó de utilizar el chiste como remate, de utilizar los one liners, chistes de una línea, y comenzó a hablar y dejar que la risa fuese abriéndose camino de manera natural. Y de repente comenzó a hablar sobre la sociedad y la política. Es importante que él era hijo de una estríper judía que además contaba chistes, su vida tiene ese rollo bonito de que Bruce al final de todo parecía que le estaba diciendo a su madre que él también era capaz. Murió de sobredosis. Bruce transformó el stand up, lo metió en esos sótanos donde lo recogió la contracultura, el bebop del jazz, la cultura beat de donde surge un pensamiento contra el sueño americano, contra Nixon, Vietnam y toda la pesca. En Reino Unido surgió con el thacherismo. Aquí, sin embargo, en España, surgió más como un producto familiar, manufacturado y de entretenimiento, pero poco a poco se han ido viendo a cómicos más alternativos.

Ignatius en un café del barrio madrileño de Malasaña, el día de la entrevista Ignatius en un café del barrio madrileño de Malasaña, el día de la entrevista

¿Alguno más?

Hombre, para mí referente es Manolo Vieira, de Canarias. Creo que es la primera persona que se metió en esto sin tener ninguna formación. Él era camarero, trabajaba en una sala de fiestas y era tan gracioso presentando a las vedetes que fue ganando minutos. Era alguien que venía del Barrio de la Isleta de Las Palmas de Gran Canaria, que es donde está el puerto, desde pequeño trató con gente de mil culturas y procedencias, aquello era un oasis en pleno franquismo. Y claro, temas como la homosexualidad o fumar marihuana allí eran normales. Vieira supo comenzar a hablar de ellos con una normalidad tremenda. Murió hace un año, en las Islas nos sentimos muy herederos.

Tanto Bruce como Vieira vienen un poco de los márgenes…

Bueno, y ahí está el gran Richard Pryor [No me chilles, que no te veo, Superman III]. Pryor se crio en un prostíbulo que regentaba su abuela, abusaron de él. Se hizo famoso en los sesenta con un número a lo Bill Cosby, con shows que perfectamente podría hacer un cómico blanco. De repente entró en crisis, cree que está traicionando a su gente. Y en una actuación famosa en Las Vegas, delante de mucha gente, tiró el micrófono diciendo: “¿Qué mierda hago yo aquí?”. Desapareció durante dos años, se metió en círculos de la contracultura, en Berkley se acercó a los Panteras Negras, e incluso fue amante de Marlon Brando, ¿te imaginas? Y cuando volvió fue lo nunca visto, tenía voz propia. Comenzó a utilizar la palabra nigger que era el peor insulto hacia una persona de raza negra y la resignificó, la llenó de orgullo. Cuando la comedia consigue provocar un cambio como ese es lo máximo a lo que puede llegar.

Lo moralmente o políticamente correcto, ¿no? En España esto ¿es más de izquierdas o de derechas?

Creo que surgió más desde la izquierda. Pero es que la gilipollez es difícil de legislar. Entonces, te tienes que inventar movimientos sociales de corrección política para que no proliferen tipos que se creen que pueden decir cualquier burrada. Pero claro, una vez tú das ese paso, al mismo tiempo te estás tendiendo una trampa a ti mismo, es fácil caer de repente en un dogma.

¿Hay una línea fina entre la incorrección inteligente y la mera cafrada?

No hay que entender la risa como algo que te está menospreciando, sino entenderla como algo que te puede ayudar a trascender tu condición de vida. Si hay una situación social que te ha hecho poder sentir una víctima, no hay que victimizarse. Pero los cómicos deben tener el sentido del momento para decidir cuándo se puede decir algo y cuándo resulta desagradable e intolerable. Si consigues esto se pueden encontrar espacios de libertad donde hablar de temas muy controvertidos sin que se convierta en ningún tabú. Al contrario, se trata de una liberación. La risa es gozar, gózala, goza esa palabra, goza el síntoma, como diría el filósofo Slavoj Žižek, y en vez de tomar ese síntoma como una enfermedad, tómalo como una liberación. Dicho de otro modo, que no nos roben el punki.

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