Por supuesto, no es un animal vivo. Es una silueta dibujada por el artista urbano más relevante de nuestro tiempo, el misterioso Banksy, cuya identidad nunca ha sido revelada. Unas piedrecitas se despeñan hacia el vacío, fruto del equilibrio del mamífero cornudo.
Los dos elefantes aparecieron asomados a sendas ventanas (también falsas) de una pared en Chelsea, no lejos de la cabra. Se miran, parecen contentos y acercan la trompa el uno al otro. Como con el primero, el artista ha certificado su autoría publicando una fotografía en su cuenta de Instagram. Sin añadir comentario alguno, un usuario recibe una inmensa cantidad de “me gusta” gracias a su chascarrillo: el elefante en la habitación. ¿De qué quiere Banksy que hablemos? Era martes 6 de agosto, un día después.
La secuencia continúa al día siguiente, este miércoles 7 de agosto. Tres monos saltan por un puente para ferrocarril en el este de Londres. A estas alturas, los fans especulan si Banksy ha abierto las puertas del zoo de la capital británica. Para seguir la progresión, el jueves deberían aparecer cuatro ejemplares de cualquier otra especie en algún muro de la ciudad.
Banksy llevaba tranquilo cierto tiempo. El año pasado organizó una exposición en un museo de Glasgow, donde los móviles estaban prohibidos, y era la primera muestra en 14 años. Hay exposiciones de Banksy continuamente, sí, pero ninguna de ellas está autorizada.
El mundo del arte todavía se estaba recuperando del amago de infarto en Sotheby's sucedido en 2018, cuando una trituradora escondida años atrás destruyó un lienzo que se acababa de subastar. El mensaje del artista quedaba meridianamente claro. Pero como el mercado del arte sobrevive a cualquier atentado, el cuadro medio destruido se subastó finalmente por 21 millones de euros, casi 20 millones más del precio de salida del cuadro antes de que se destruyera.
Los coleccionistas de arte pagan millones por poseer lo que Banksy regala a la gente, como esta serie de animales sueltos, que cualquiera puede fotografiar libremente, si es que nadie se las lleva para domesticarlos y meterlos tras las rejas de algún museo, para que solo los puedan ver los visitantes, previo pago de la entrada y salida por la tienda de regalos.