El coche eléctrico, dicen los expertos, no despega en España como se esperaba. Nos habíamos puesto el objetivo de contar con cinco millones de vehículos eléctricos en 2030, pero no vamos al ritmo suficiente como para lograrlo. Tampoco el despliegue de redes de recarga eléctrica va conforme a lo previsto. No está muy claro cuál es el huevo y cuál es la gallina, si los consumidores no compran coches eléctricos por miedo a no tener puntos suficientes de recarga en sus rutas o si las empresas especializadas no montan más redes de recarga porque no hay demanda suficiente.
Lo que parece que sí despega es el uso de términos como electrolinera, gasinera (para recarga de gas) e hidrogenera (de hidrógeno), sobre todo el primero. Aunque ninguno de ellos figura por ahora en el Diccionario de las academias, una mera búsqueda en internet nos dará un gran número de entradas.
En realidad, electrolinera es un derivado que no se ha construido conforme a las reglas más frecuentes. Si de gasolina se derivó gasolinera (con el sufijo -ero -era, que indica relación o pertenencia), de electro o de electricidad debería haber surgido electrera o electricidadera. ¿Y qué ha pasado? Que en electrolinera hemos derivado por analogía con la voz gasolinera, y no hay que añadirle al término ninguna explicación para que lo entienda el que lo escucha por primera vez. El genio del idioma (título y tema de un muy recomendable libro de Álex Grijelmo), que no descansa.